sábado, 17 de enero de 2009

Atreverse a saber

La llave que permite desvelar el secreto que todas las mujeres conocen y, sin embargo, no conocen. El permiso para conocer los más profundos y oscuros secretos de la psique, eso que degrada y destruye estúpidamente el potencial de una mujer.

La mujer ingenua accede tácitamente a “no saber”. Las mujeres crédulas o aquellas cuyos lastimados instintos están adormecidos siguen como las flores la dirección de cualquier sol que se les ofrezca. La mujer ingenua o lastimada se deja arrastrar fácilmente por las promesas de comodidad, de alegre diversión o de distintos placeres.

Las mujeres refuerzan esta barrera o estas puertas siempre que se disuaden a sí mismas o se disuaden unas a otras de pensar o de indagar demasiado, pues “a lo mejor te encuentras con algo mucho peor de lo que pensabas”. Formular la pregunta apropiada constituye la acción central de la transformación. La pregunta clave da lugar a la germinación de la conciencia. La pregunta debidamente formulada siempre emana de una curiosidad esencial acerca de lo que hay detrás. Las preguntas son las llaves que permiten abrir las puertas secretas de la psique.

La joven e ingenua naturaleza empieza a comprender que, si hay algo secreto, si hay una sombra de algo, si hay algo prohibido, es necesario verlo. Para desarrollar la conciencia hay que buscar lo que se oculta detrás de lo directamente observable. La capacidad de resistir lo que averigüe permitirá a una mujer regresar a su naturaleza profunda, en la que todos sus pensamientos, sus sensaciones y sus acciones recibirán el apoyo que necesitan.

Una mujer puede tratar de ocultar las devastaciones de su vida, pero la pérdida de su energía vital no cesará hasta que identifique la verdadera condición del depredador y la reprima. Cuando las mujeres abren las puertas de sus propias vidas y examinan las carnicerías ocultas en aquellos recónditos lugares, suelen descubrir que han estado permitiendo la ejecución sumaria de sus sueños, objetivos y esperanzas más decisivos. El depredador natural se ha estado dedicando a destruir metódicamente los más profundos deseos, inquietudes y aspiraciones de una mujer.

Siempre que acecha y actúa el depredador, todo se descarrila, se derrumba y se decapita. Esta es la razón de que las mujeres que se fijan unos objetivos aquí, allí o donde sea en tal o cual momento jamás cubren ni siquiera la primera etapa del viaje, o lo abandonan al primer obstáculo. Esta es la razón de que todas las dilaciones que dan lugar a un aborrecimiento tan grande de sí mismas, todos los sentimientos de vergüenza que tanto se enconan debido a la represión de que han sido objeto, todos los nuevos comienzos que tan necesarios resultan y todos los objetivos que hace tiempo hubieran tenido que alcanzarse jamás lleguen a buen término.

Se trata de un poderoso proceso arquetípico de la psique femenina. La mujer posee una percepción suficiente y, aunque al principio accede a casarse con el depredador natural de la psique femenina, al final consigue librarse de él, pues ve la verdad que se encierra en todo aquello y es capaz de afrontarla conscientemente y tomar medidas para resolver la cuestión.

Y ahora viene el paso más difícil, el de poder soportar lo que se ve: la propia autodestrucción.
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[continuará...]

Clarissa Pinkola Estés, Mujeres que corren con los lobos.

sábado, 10 de enero de 2009

El día en que nevó en Madrid

Belleza

Ayer me desperté como cualquier día, y como cualquier día abrí las ventanas de la casa que comparto con mi novia para ventilar, y como cualquier día lo hice sin las gafas puestas y con una cantidad de somnolencia considerable. Todos estos factores se conjugaron para permitirme salir a la calle ignorante del panorama que me esperaba: HABÍA NEVADO.

Cuando atravesé el portal me quedé boquiabierta. La calle resplandecía en un color que a mí se me antojó rosado. Como en aquella memorable escena de Abre los ojos, solo yo parecía caminar por la acera hacia mi coche, mientras nevaba suavemente sobre un considerable colchón blanco inmaculado. Todo aquello me parecía un sueño. Arranqué y salí a la carretera apenas sin parpadear. Los coches circulaban lentamente por precaución, y yo me alegré de que lo hicieran porque así podía disfrutar un poco más del espectáculo. Mientras la suave precipitación se iba convirtiendo en ventisca, yo llegaba al pueblo donde trabajo sintiéndome feliz y afortunada.

Peligro

Los coches iban cada vez más despacio. En las aceras se acumulaba una gran cantidad de nieve. De pronto, la furgoneta que circulaba justo delante de mi coche empezó a patinar en una glorieta. Yo frené y, cuando quise reanudar la marcha, mi coche empezó a hacer lo mismo. Puse las luces de emergencia e intenté recordar cómo se conducía con nieve. ¿Marchas cortas o marchas largas? Era la primera vez que me enfrentaba a una situación semejante. Elegí marchas largas y salvé la glorieta. Volví a sentirme bien.

Mientras hacía memoria, un autobús y varios coches me había adelantado. Pensé que era bueno circular tras un vehículo pesado, porque así iría abriendo camino a través de la nieve que se iba acumulando ya en el asfalto. Me equivocaba. Apenas cincuenta metros después de la glorieta, el autobús desalojó a sus pasajeros. Todavía era de noche y la gente caminaba desorientada por las aceras. De pronto, apareció la policía: la calle estaba cortada y nos sugirieron que aparcásemos. Yo no me di por vencida.

El coche volvió a patinar cuando decidí dar media vuelta, pero aún estrenaba agallas y apenas le di importancia. Trataba de idear un camino alternativo, cuando mi coche enloqueció y empezó a hacerme extraños. Patinaba, se iba para los lados, aceleraba y frenaba contra el bordillo sin que yo interviniese lo más mínimo. El volante daba vueltas como si tuviera vida propia. Yo intentaba tomármelo con filosofía hasta que ocurrió lo inevitable: en una pequeña cuesta el coche cogió más velocidad de la debida y no pude controlarlo. Mi percepción se ralentizó lo suficiente como para que me pudiese dar cuenta de lo que iba a ocurrir segundos antes de que efectivamente ocurriera. Iba a chocar contra el coche que estaba parado delante. Y choqué.

Fue un choque pequeño, nos separaba poca distancia y yo, a pesar del descontrol, iba muy despacio. Pero aún así, me quedé absolutamente bloqueada. Era la primera vez en casi ocho años de carnet que tenía un accidente de tráfico, por insignificante que fuera, afortunadamente. Volví a poner las luces de emergencia y empecé a llorar, dándome cuenta de que no controlaba el coche lo más mínimo y que, a pesar de ello, tenía que salir de allí. Mucha gente empezaba a dejar sus coches aparcados, pero yo seguía intentando llegar al trabajo. Asustada, gimoteando, bloqueada por momentos, proseguí la marcha. A mitad del camino tuve que pedir ayuda a otro conductor porque no sabía cómo volver a salir a la carretera ni si era posible. El hombre hizo gala de una gran paciencia y solidaridad y me ayudó a seguir. Cuando volví a entrar en el pueblo comprendí que era imposible seguir circulando por las calles. Llamé al trabajo y una compañera me aseguró que había tenido que poner las cadenas para circular. Yo llevaba cadenas pero no sabía ponerlas. Estaba asustada, cansada, temblorosa y encima no podía caminar por la nieve sin que mis pies se arriesgaran a ennegrecer de congelación. Desistí. E hice bien: apenas una hora más tarde me habría quedado atrapada.


Angustia

Llegué a casa sana y salva. En el camino, mi coche volvió a patinar, vi varios accidentes y tuve que bajar una cuesta con la ayuda del freno de mano. Me había mentalizado a acabar empotrada en cualquier farola, pero por suerte nada de eso ocurrió.

En cuanto me calmé un poco empecé a pensar intensamente en mi novia. Por suerte, no tenía que trabajar en la sierra, lo cual me tranquilizó. Recordé que había empezado a nevar bastante más tarde de que ella saliera de casa, e intenté apartar de mi cabeza las múltiples imágenes macabras que me asediaban. Le mandé un mensaje y me hice una tila doble esperando a que me llamara. Puse la televisión y comprobé que la nevada no había sido tan copiosa en la zona donde ella trabaja. Me quedé dormida de puro agotamiento debajo de una manta y al rato desperté sobresaltada. En todas las cadenas salían imágenes de la nevada y mi novia seguía sin llamar. Estuve repitiéndome que no habría pasado nada malo hasta que sonó el teléfono. Mi novia estaba bien, aunque atrapada en uno de los múltiples atascos que se habían formado. No le quedaba mucha gasolina y se puso muy nerviosa. Después de dos horas, consiguió salir de aquella ratonera y dejó el coche abandonado en un parking. Volvió a casa en metro y, milagrosamente, llegó a la hora de comer.


Alegría

Cuando entró por la puerta nos llenamos de besos y abrazos. Las dos estábamos bien, con el miedo todavía en el cuerpo, pero bien. Compartimos experiencias, llamamos y recibimos llamadas de familiares, comimos caliente. Nos sentimos muy, muy afortunadas.

Surrealismo

400 kilómetros de atascos.
Miles de conductores atrapados.
Localidades enteras aisladas.
El aeropuerto cerrado.

5 centímetros de nieve.

Vergüenza

Las administraciones se echaban unas a otras la culpa. Que si esta carretera es responsabilidad del Ayuntamiento, que si la otra de la Comunidad, que si aquella pertenece al Estado. Había máquinas quitanieves suficientes, pero nadie había visto ninguna. Los altos cargos se reúnen para debatir si procede o no la intervención del ejército; mientras tanto, aumenta el número de coches que se quedan sin gasolina. Los trabajadores que han llegado a su trabajo no saben si podrán volver a sus casas. Desde los colegios llaman a los padres para que vayan a recoger a sus hijos. El alcalde nos da una alegría: hoy no cobrarán los parquímetros.

Rabia
No es la primera vez que veo mi ciudad sumida en el caos. No es la primera catástrofe que vivimos juntos desde hace muy pocos años. Aún así, me da rabia: creo que no nos lo merecemos, que no es justo, que hay muchas cosas que se hacen mal.

Amanecer

Esta mañana amaneció de color blanco. Mi novia y yo nos pusimos las botas de montaña y salimos al comprar. Por todas partes había muñecos de nieve y cuestas convertidas en pistas para los trineos. Mucha gente había visto la nieve por primera vez. Los esquiadores esquiaban. Las carreteras estaban razonablemente limpias y el paisaje era espectacular. Madrid no parecía Madrid, pero lo era y resultaba precioso. Subimos la calefacción.

Resistiendo, una vez más.
Encantada.

lunes, 5 de enero de 2009

Fuego

Esta película me ha emocionado profundamente, me ha regalado una dosis extra de fuerza y confianza, y me ha invitado a viajar por otros países, otras culturas, otros cuerpos que podrían ser los de cualquiera de nosotras, sin serlo.

Me gusta especialmente cómo la directora, Deepa Mehta, juega con los diferentes significados de la palabra “fuego”: el fuego de la juventud, el fuego del hogar, el fuego de los celos, de la pasión, de la violencia, el fuego de la sangre, el fuego del amor, el fuego de la fuerza y de la valentía, el fuego de la purificación y del juicio divino. Todos estos significados se van distribuyendo a lo largo de la película, en un puzzle que puede resultar complicado para las que no estamos acostumbradas a películas de este tipo, y que cobra, no obstante, un sentido profundo hacia el final, encendiendo una llama de rabia y determinación en cualquier espectador con un mínimo de sensibilidad.

Creo que esta película habla, sobre todo, de los derechos de las mujeres. El derecho al propio cuerpo, a la propia vida, a una sexualidad autónoma y libre, el derecho a la alegría, al gozo, a los sueños, a los proyectos y a la libertad. El derecho a elegir por qué sentirse contenta y por qué sentirse desgraciada. El derecho a decidir qué es lo que tiene importancia. El derecho a la propia existencia, a ser por una misma y para una misma, el derecho a sentirse bendecida por lo sagrado, a participar de la experiencia sin mediaciones, sin ser un medio para el otro.

Todo esto se manifiesta de una forma muy sencilla cuando las dos mujeres protagonistas se atreven a decir “no”. En la intimidad de la pareja, en el silencio de la noche, su no suena claro, directo, inapelable. Es el no de la autoafirmación, de la autoconciencia. Es el no del respeto por una misma, el no de la vida que se abre camino, es el no de la mujer. Un no físico y simbólico. Un no difícil pero posible. Sin grandes dramas ni violencia, simplemente no.

También me ha gustado muchísimo la visión que da la directora de la India actual. Creo que la mayoría de las personas nos hemos quedado estancadas en la India de Gandhi, de los rituales sagrados del Ganges, de los santones, las vacas y la pobreza. Sin embargo, en esta película se ve que hay otra India, una India ecléctica donde lo antiguo y lo nuevo conviven de manera sorprendente, donde las mismas personas pueden ser artífices de los cambios y baluartes de la tradición.

En fin, todo un descubrimiento, especialmente sabiendo que esta película forma parte de una prometedora trilogía (Fuego, Tierra, Agua) sobre la India vista a través de la experiencia de la mujer.

¡Encantada!

sábado, 3 de enero de 2009

Apuntes en verde encantada

Año nuevo, blog nuevo.

Planeaba la creación de un nuevo blog desde hace algún tiempo, y ahora, por fin, me he atrevido a hacerlo realidad. Como en todos los comienzos, el entusiasmo se entremezcla con la inseguridad, la lujuria intelectual con el miedo a lo desconocido; supongo que así debe ser. Me conformo con que mi nuevo camino resulte agradable, para mí y para quien lo quiera compartir.

Encantada.

jueves, 1 de enero de 2009

¡Feliz 2009!

Que TODXS tengamos la oportunidad de hacer de éste nuestro año.

¡Encantada!

lunes, 29 de diciembre de 2008

Dar la cara

Hace poco me hice con este libro y desde entonces no para de darme gratas sorpresas, motivos para reflexionar, nuevos conocimientos y un largo etcétera de estupendos regalos para mi yo lésbico. Uno de ellos lo encontré en el artículo de Empar Pineda que abre el volumen (“Mi pequeña historia sobre el lesbianismo organizado en el movimiento feminista de nuestro país”), un recorrido histórico sorprendente y sumamente esclarecedor. Puede que sea solo un detalle dentro de un texto tan interesante, pero hubo algo que a mí me llamó muchísimo la atención y me hizo pensar. Y es que, entre tantas luces para alumbrar la ignorancia, Empar Pineda enciende una pequeña bombillita al explicar, de manera divertida y rigurosa, que en los años 70 y 80 los homosexuales no hablaban de “salir del armario” sino de “dar la cara”. Y aunque sea solo una cuestión de denominaciones, el descubrimiento me gustó.

“Salir del armario” es una expresión que tiene sus pros y sus contras. A favor de la misma yo diría que está el hecho de que sea algo acuñado por y para la comunidad homosexual, que haga referencia a nuestra experiencia de manera específica, visibilizando una particularidad propia de nuestra condición, por la cual el manejo de nuestra información personal, la revelación y el secreto suelen ser asuntos centrales en nuestras vidas. Alrededor de esta expresión, por otra parte, se ha creado toda una alegoría partiendo de la idea del “armario”: que si tiene doble fondo, que si hay más de uno, que si abrir las puertas, que si sacar a los que se refugian dentro, etc, etc. Sin embargo, a muchas personas homosexuales la metáfora les crea cierta desazón: ¿por qué estamos dentro del armario de serie? ¿cómo es de pronto aparecemos allí? ¿por qué la sociedad no tiene en cuenta nuestra existencia en lugar de obligarnos a dar explicaciones a cada paso? ¿por qué una revelación detrás de otra y no algo más fluido, con menos puertas, dobles fondos y angustias en su interior?

Por su parte, “dar la cara” es una frase hecha que se utiliza en muchísimos contextos, que no viene marcada como propia de la comunidad homosexual y cuyo significado varía enormemente según la situación en que se utilice. Sin embargo, y a pesar de su inespecificidad, presenta algunas connotaciones positivas que creo que le otorgan mucha fuerza. Por un lado, “dar la cara” conlleva un gesto lleno de valentía que, además, resulta fundacional: la historia empieza cuando uno decide dar la cara, no acaba cuando se sale del armario; cuando uno da la cara comienza a construirse un camino que le lleva hacia delante, cuando se sale del armario el acento está puesto en la huida de un lugar en principio no pedido, no construido e incluso negado. Por otro lado, “dar la cara” tiene un matiz colectivo que no presenta “salir del armario”: uno da la cara por sí mismo, pero también por los demás, unos demás sin cara que pueden pertenecer o no a la comunidad homosexual, que incluso pueden formar parte de grupos más amplios por los que también se da la cara, queriéndolo o no, y a los que se ayuda a avanzar con nuestro gesto. Finalmente, “dar la cara” implica la decisión de compartir algo que alguien posee de forma muy obvia, tan obvia como su propia cara. Y esto me gusta porque resta importancia al hecho de que las personas homosexuales “guardemos nuestro secreto” y lanza la pelota al tejado de la sociedad, incapaz de ver la diversidad que todos los seres humanos llevamos pintada en la cara.

En fin, un pequeño gran hallazgo en un pequeño gran artículo.

¡Encantada de seguir decidiéndome a dar la cara!

sábado, 27 de diciembre de 2008

Reflexiones sobre el depredador interior

La autora del libro Mujeres que corren con los lobos, Clarissa Pinkola Estés, explica que en nuestra psique existe una figura innata que ella, dentro de la estructura simbólica que crea alrededor de la Mujer Salvaje, considera un depredador natural: el depredador interior. Sin embargo, yo pienso que lo que existe de manera innata es tan sólo la posibilidad de ese depredador, posibilidad que se actualiza cuando el depredador surge de la interacción entre el interior y el exterior de nuestra mente. Y lo creo porque en mi cabeza existen tres depredadores interiores básicos, y estoy absolutamente segura de que cuando nací no estaban ahí.

Mi primer depredador se dedica a devorar la seguridad que debería tener en mí misma. Y creo que este depredador ha surgido en mi mente como resultado de mi asimilación interior de la educación autoritaria exterior que he recibido. Desde niña se me enseñó que no estaba bien tomar decisiones por una misma, que los proyectos que se me ocurrían eran locos y descabellados y que, por tanto, debían pasar por el filtro de la opinión ajena para evitar que los llevara a cabo. Pienso que este depredador surgió de esto y no de otra cosa porque la educación autoritaria no extendió sus tentáculos por igual a todos los ámbitos de mi vida, de manera que en aquellos en los que se me dejó mayor libertad hoy gozo de un nivel de autoconfianza que se podría calificar, al menos, como digno.

Mi segundo depredador trata de impedir que haga uso de mi libertad y mi autonomía de una manera sana. Para mí, este depredador ha surgido del manejo que se ha hecho en mi entorno del sentimiento de culpa. Ante cualquier decisión incómoda, diferente, cuestionadora (decisiones bastante abundantes en mi biografía y que no hacen sino aumentar), la reacción siempre tenía forma de reproche, de chantaje emocional, de amenaza. Y de ahí esa permanente sensación de miedo que me invade en los momentos más críticos de mi vida, sensación que no viene provocada por la lógica incertidumbre, la desazón ante lo desconocido o las posibles consecuencias inesperadas de mis actos (los cuales suelen estar concienzudamente planeados, por cierto), sino por mi propio depredador interior, el cual me ha llevado a creer que el uso de mi libertad y mi autonomía siempre conlleva un daño para las personas que me rodean, y que por lo tanto, debe ser un uso discreto, reducido o sencillamente nulo tanto para evitar ese daño como para no minar mi autoconcepto, es decir, para no tener que pensar de mí misma que soy una mala persona.

Mi tercer depredador es casi un recién nacido en mi vida, y sin embargo, ha aprendido muy bien cuál es su presa: mis sentimientos de orgullo, dignidad y capacidad ante el hecho de ser lesbiana. A pesar de la educación homófoba que todos recibimos, yo creo que este depredador ha surgido, en mi caso, a partir del rechazo y la violencia que he sufrido desde que me decidí a exteriorizar esos sentimientos. Y estoy segura de ello porque mantenerlos a flote me cuesta una batalla cada día, algo que podría haberme ahorrado si los hubiese podido construir con los demás y no a pesar de los demás. Por supuesto, este depredador no es más que el cachorro de los otros dos, ya que dudo mucho que pudiera haber surgido en mi mente si esta no hubiese estado previamente abonada por la falta de confianza en mí misma y el miedo y la duda constante hacia mis propias decisiones. Por otro lado, cada vez estoy más convencida de que este depredador es bicéfalo, y que no sólo muerde las emociones positivas que me crea el hecho de ser lesbiana, sino también las que siento cuando me reconozco como mujer.

Pero mi intención no es contradecir a la autora del libro, sino simplemente aplicar sus ideas a mi caso particular. Porque, de hecho, creo que es hasta correcto presentar al depredador de la psique como un depredador innato, natural, ya que este está presente en la mente de la mayoría de las personas. A partir de esta idea podemos preguntarnos por qué una figura psicológica que no es innata ha llegado a naturalizarse de esa manera. Para mí, el problema está en nuestras culturas, no en nuestras mentes: no somos los individuos aislados los que estamos en peligro, sino toda la sociedad la que enferma cada día de la mordedura del depredador. ¿Podríamos entonces erradicar al depredador interior? Yo creo que no, y ni siquiera creo que fuera deseable; pero lo que sí considero que podría ser posible es reducir el número de depredadores mentales, enseñar a las personas a controlarlos, no producirlos de manera estructural en la sociedad, minimizar sus daños, las interacciones malévolas, el dolor. Y pienso que las personas que más los sufrimos, las personas que, no obstante, nos damos cuenta de su existencia y de los daños que nos causa, somos las personas que más podemos contribuir a mejorar nuestra situación personal y colectiva ganándole batalla tras batalla al depredador.

Encantada (y armada hasta los dientes) para intentarlo.

jueves, 25 de diciembre de 2008

Navideñas

Este año, mi novia y yo estamos muy navideñas. Y es curioso, porque al menos la que suscribe llevaba casi una década haciéndole el boicot a estas fechas, y en especial, a toda la decoración moña con la que mi madre se empeñaba en ambientar la casa. Pero este año me prometí a mí misma que no pasaría la navidad sin, al menos, un árbol, y lo he conseguido:

Claro que no ha sido fácil, porque durante unos días pareció que todos los objetos navideños habían decidido hacernos el boicot a nosotras en justa venganza por el ostracismo al que los habíamos sometido en los últimos años. Aviso para navegantas: en Madrid es casi imposible encontrar un abeto de plástico a partir del día veinte de diciembre (en realidad, yo sospecho que los abetos ya están agotados allá por el quince de agosto, al poco de empezar a anunciar la lotería de navidad), así que quien decida buscarlo en esa fecha, tendrá que recorrerse una media de cinco o seis centros comerciales, a ser posible en un par de tardes (pues de lo contrario comprobará no sólo que ya no queda un puñetero árbol en la ciudad con más superficie comercial de España, sino que a medida que pasan las horas, los adornos navideños van decayendo en progresión exponencial, con lo que, cuando por fin una logra hacerse con el último abeto de la última tienda, no tiene nada con qué adornarlo).

Y hablo por propia experiencia, que no quedaban adornos ni en el Ikea (!).

Lo bueno de todas estas adversidades es que lograron aumentar nuestras ansias navideñas, haciendo realidad el milagro de que nos desplazásemos al centro de Madrid en plenas “semanas prohibidas”. Mi novia, en especial, se desayunó sus propias advertencias (“este año no pienso ir a Sol en todas las navidades”, “¿a la Plaza Mayor? ¿yo? ¡nunca más en la vida!”), y me llevó de la mano por todos los puestecitos navideños más contenta que unas castañuelas. Segunda advertencia para navegantas: si te quedaste sin adornos para tu árbol y la Plaza Mayor es tu última opción de compra, prepara un buen fondo de billetes porque allí los precios sencillamente triplican los de cualquier otro sitio que hubieras visitado antes (sí, sí, aquellos sitios en los que no había árboles pero sí unos adornos muy monos que luego desaparecieron cuando al fin tenías dónde ponerlos).

Menos mal que al lado de nuestra casa hay un chino muy cuco donde estaban todos los adornos de la Plaza Mayor a mitad de precio. Con excepción, claro está, de nuestro precioso muñeco de nieve navideño: lleva dos días pegado en la puerta de casa... ¡y todavía no nos lo han robado!

¡Encantada con el espíritu navideño!

lunes, 8 de diciembre de 2008

De la Mujer y otros mitos (II)

De todos estos mitos, ninguno está más anclado en los corazones masculinos que el del “misterio” femenino. Tiene un montón de ventajas. Para empezar, permite explicar de balde todo lo que parece inexplicable; el hombre que no “entiende” a una mujer, está feliz de transformar una deficiencia subjetiva en resistencia objetiva; en lugar de admitir su ignorancia, reconoce la presencia de un misterio ajeno a él: explicación que alimenta tanto la pereza como la vanidad.

Con seguridad, la mujer es misteriosa, “misteriosa como todo el mundo”, en palabras de Maeterlinck. Cada cual sólo es sujeto para sí; sólo puede captarse a sí mismo en su inmanencia: desde ese punto de vista, el otro siempre es misterio. Pero lo que se llama misterio no es la soledad subjetiva de la conciencia, ni el secreto de la vida orgánica. La palabra adquiere todo su sentido cuando hablamos de comunicación: no se reduce al puro silencio, a la noche, a la ausencia; implica una presencia balbuciente que fracasa al manifestarse. Decir que la mujer es un misterio es decir, no que calla, sino que su lenguaje no es escuchado; está ahí, pero oculta bajo unos velos. ¿Quién es ella? ¿Un ángel, un demonio, una inspirada, una actriz? Suponemos, o bien que estas preguntas tienen respuestas imposibles de descubrir, o más bien que ninguna es adecuada, porque el ser femenino implica una ambigüedad fundamental; en su corazón, es indefinible para ella misma: una esfinge.

El hecho es que le daría mucho trabajo decidir quién es; la pregunta no tiene respuesta, pero no porque la verdad oculta sea demasiado cambiante para dejarse atrapar, sino porque en este terreno no hay verdad. Un existente no es nada más que lo que hace; lo posible no sobrepasa la realidad, la esencia no precede a la existencia: en su pura subjetividad, el ser humano no es nada. Se mide con sus actos. De una agricultora se puede decir que es buena o mala trabajadora, de una actriz que tiene o no talento, pero si consideramos a una mujer en su presencia inmanente, no podemos decir absolutamente nada de ella, está más acá de cualquier calificación.

Sin embargo, el Misterio femenino, tal y como lo reconoce el pensamiento mítico, es una realidad más profunda: está inmediatamente implicado en la mitología de la Alteridad absoluta. Observemos que no se considera “misterioso” al ciudadano norteamericano, que sin embargo, desconcierta profundamente al europeo medio: más modestamente, se afirma no comprenderlo; así, la mujer no siempre “comprende” al hombre, pero no existe el misterio masculino; es porque la rica América, el varón, están del lado de los Amos, y el Misterio es propiedad del esclavo.

El mito de la mujer es un lujo. Sólo puede aparecer si el hombre se libra del apremio de sus necesidades; cuanto más concretamente vive estas relaciones, menos las idealiza. El fellah del Antiguo Egipto, el campesino beduino, el artesano de la Edad Media, el obrero contemporáneo tienen, inmersos en las necesidades del trabajo y de la pobreza, relaciones demasiado definidas con la mujer singular que es su compañera como para dotarla de un aura fasta o nefasta. Las épocas y las clases a las que se les concedía el privilegio de soñar alzaron las estatuas negras y blancas de la feminidad. Pero el lujo tiene también una utilidad: la superación de la experiencia hacia la Idea trascendente es un paso deliberado de la sociedad patriarcal con fines de autojustificación; a través de los mitos, imponía a los individuos sus leyes y sus costumbres de una forma gráfica y sensible; el imperativo colectivo se insinuaba en cada conciencia en una forma mítica. Cada cual puede encontrar en ellos una sublimación de sus modestas experiencias: los unos, engañados por la mujer amada, declaran que es un útero rabioso; los otros están obsesionados por la idea de su impotencia viril y transforman a la mujer en Mantis Religiosa; aquellos se complacen en compañía de su mujer, que se transforma así en Armonía, Reposo, Tierra, nutricia. El afán de eternidad con poco gasto, de un absoluto de bolsillo, que encontramos en la mayor parte de los hombres, se sacia con mitos. La menor emoción, una contrariedad se convierte en el reflejo de una Idea intemporal; esta ilusión halaga agradablemente la vanidad.

El mito es una de esas trampas de la falsa objetividad en las que la seriedad cae con los ojos cerrados. Se trata una vez más de sustituir la experiencia vivida y las libres opiniones que exige por una ideología estereotipada. El mito de la Mujer sustituye las relaciones auténticas con un existente autónomo por la contemplación inmóvil de un espejismo. El hombre no tendría nada que perder, todo lo contrario, si renunciara a disfrazar a la mujer de símbolo. Los sueños, cuando son colectivos y dirigidos, son muy pobres y monótonos comparados con la realidad viva. Reconocer en la mujer a un ser humano no es empobrecer la experiencia del hombre: no perdería nada de su diversidad, de su riqueza, de su intensidad si se asumiera en intersubjetividad; rechazar los mitos no es destruir toda relación dramática entre los sexos, no es negar los significados que se revelan auténticamente al hombre a través de la realidad femenina; no es suprimir la poesía, el amor, la aventura, la felicidad, el sueño: es simplemente pedir que conductas, sentimientos, pasiones se fundamenten en la verdad.

A los ojos de lo hombres, y para la legión de mujeres que ven por sus ojos, no basta con tener un cuerpo de mujer, ni con asumir como amante, como madre, la función de hembra para ser una “mujer mujer”; a través de la sexualidad y la maternidad, el sujeto puede reivindicar su autonomía; la “mujer mujer” es la que se acepta como Alteridad. En la actitud de los hombres de nuestros días hay una duplicidad que crea en la mujer un desgarramiento doloroso; aceptan de forma bastante extendida que la mujer sea una semejante, una igual; no obstante, le siguen exigiendo que sea lo inesencial; para ella, estos dos destinos son irreconciliables; duda entre uno y otro sin adaptarse exactamente a ninguno, y de ahí viene su falta de equilibrio. En el hombre no hay ninguna cesura entre vida pública y vida privada: cuanto más afirma en la acción y en el trabajo su control sobre el mundo, más viril parece; en él, los valores humanos y los valores vitales se confunden; en cambio, los éxitos autónomos de la mujer están en contradicción con su feminidad, pues se pide a la “mujer mujer” que se convierta en objeto, que sea Alteridad.

Ahora es muy difícil para las mujeres asumir a un tiempo su condición de individuo autónomo y su destino femenino; es la fuente de estas torpezas y malestares que a veces las presentan con un “sexo perdido”. De todas formas, la vuelta al pasado no es posible ni tampoco deseable. Lo que hay que esperar es que los hombres, por su parte, asuman sin reservas la situación que se está creando; sólo entonces podrá vivir la mujer sin desgarrarse.

Simone de Beauvoir, El segundo sexo.

Encantada.

viernes, 5 de diciembre de 2008

Maneras de ser mamá (lesbiana)

Cuando pienso en ser mamá, en mi mente surgen miles de preguntas; pero una de mis preferidas, por lo bien que me hace sentir es: ¿cómo? Es decir: ¿qué clase de mamá? Y no me refiero a buena, mala o regular, sino a la riqueza de posibilidades que nos brinda la maternidad lésbica.

Después de visitar numerosos blogs de mamás lesbianas y compartir sus experiencias, he elaborado una clasificación de la maternidad lésbica, que como cualquier otra resulta incompleta y no puede abarcar la multitud de experiencias reales en las que se ha inspirado. En cualquier caso, creo que puede servir como fuente de reflexión para todas las que anden cavilando sobre el tema, y como homenaje para las que ya pasaron del dicho al hecho y nos van allanando el camino a las demás.

A. MATERNIDAD BIOLÓGICA
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Dentro de esta categoría pueden incluirse todas aquellas posibilidades tradicionalmente relacionadas con la maternidad biológica, que en el caso de la maternidad lésbica pueden separarse y compartirse entre dos mamás, o no.

1. Maternidad genética
Este tipo de maternidad tiene lugar cuando una mamá comparte con su hijo o hija su material genético, lo cual ocurre siempre que esa mamá haya aportado uno o varios óvulos para la gestación. Las variantes dentro de esta posibilidad son:

a) Maternidad genética y de gestación
Este es el caso más conocido, en el cual, la mamá que aporta el óvulo es la mamá que lleva al bebé en su interior durante todo el periodo gestacional (embarazo).

b) Maternidad genética
En este caso, la mamá que presta el óvulo no es la que se queda embarazada, de manera que el embarazo lo llevaría a cabo la otra mamá. Esta posibilidad no existe en todos los países; por ejemplo, en España y hasta donde yo tengo entendido, las mujeres no podemos donar óvulos a otra mujer en concreto, ni siquiera aunque esta sea la mujer con la que estamos casadas. Este hecho constituye una discriminación, ya que los hombres sí pueden donar semen a una mujer en concreto, estén o no casados con ella, siempre que asuman la paternidad del bebé. Acabar con esta situación es uno de los retos que la comunidad lesbiana tiene por delante.

2. Maternidad biológica no genética
No toda la maternidad que incluye lazos biológicos incluye necesariamente lazos genéticos. Este hecho, para las parejas lesbianas, representa la posibilidad de compartir o disociar algunas de las tareas generalmente unidas en la concepción tradicional de maternidad.

a) Maternidad de gestación
Este sería el caso complementario al anterior: la mamá de gestación no cmparte lazos genéticos con su bebé, ya que el óvulo ha sido proporcionado por la otra mamá, pero indudablemente comparte lazos biológicos, al haberlo llevado durante todo el embarazo en su interior, con todo lo que esto conlleva.

b) Maternidad por lactancia
Esta posibilidad permite a cualquier mamá, del tipo que sea, establecer lazos biológicos con su bebé amamantándolo. Cualquier mujer, haya dado a luz o no, puede llegar a segregar leche en cantidades suficientes como para alimentar a un bebé. Para ello, necesita recibir estímulos, sobre todo por parte de su niño o niña, y también apoyo suficiente por parte de quien la rodea. Por tanto, en una pareja lesbiana, ambas mamás podrían amamantar a su bebé, independientemente de los lazos genéticos que tengan entre sí, o de que estos existan siquiera.


B. MATERNIDAD POR ADOPCIÓN
.
En esta categoría se incluyen las distintas combinaciones que surgen cuando entre madres e hijos o hijas media un vínculo no biológico, apenas reconocido legalmente y que, en caso de estarlo, se denomina adopción. Las mamás que escogen esta forma de maternidad suelen llamarse “madres adoptivas” o “adoptantes” (el segundo término es preferido porque connota mayor implicación). No obstante, y debido a la carencia de un reconocimiento legal de este vínculo en muchos países, con todos los inconvenientes que ello implica, algunas mujeres han escogido denominarse “madres por opción”.

1. Individual
En este caso, sólo una mamá tiene el vínculo adoptivo, lo cual puede tener lugar en el contexto de una mamá soltera o bien de una pareja. Si la situación es esta última, la pareja de la mamá adoptiva podría ser mamá genética y de gestación o sólo de gestación, de manera que la mamá genética estaría reconocida como madre adoptiva y no como madre biológica. Este es otro de los retos de la comunidad lesbiana: conseguir que se reconozca la posibilidad de una maternidad biológica compartida, y que no se obligue a la madre no gestante a aparecer como madre de adopción cuando cualquier prueba de adn desmentiría esta situación legal. Dependiendo de la legislación de cada país, este derecho puede no ser sólo cuestión de dignidad, sino una medida de protección de muchas familias lesbianas.

2. Compartida
Esta situación tiene lugar cuando las dos mamás tienen un vínculo de adopción con sus hijos o hijas. Nuevamente, puede que sólo una de ellas vea reconocida legalmente su maternidad, aunque también es posible que las dos puedan adoptar. En España, este último caso es posible sólo dentro del matrimonio, lo cual también constituye una discriminación, ya que una pareja heterosexual puede adoptar sin estar casada, lo cual evidencia, nuevamente, que la igualdad legal de la comunidad homosexual va más allá del matrimonio.

¿Alguien da más?
¡Encantada!

sábado, 29 de noviembre de 2008

Tragedia frente al espejo

La observo mientras se acerca al espejo. Agarra la tira verde con precisión y se entrega a la labor con delicadeza. Remata con las pinzas. Mis ojos como platos la siguen mientras se gira y camina hacia la puerta.

− Qué bien lo haces, mi amor − le digo.
− Son muchos años de experiencia − me responde ella.

Una punzada de orgullo recorre entonces mi espalda. Para cuando me sitúo frente al espejo, se ha transformado en hybris. ¿Acaso no lo puedo hacer yo igual de bien, a pesar de mi inexperiencia? Como buena heroína clásica, me respondo afirmativamente, mientras a mi alrededor se respira el aroma de la tragedia. Así que cojo la tira verde, la caliento entre mis manos y la separo cuidadosamente. Me siento la reina del mundo.

Primer error de cálculo. Yo soy miope, ella no. Para verme la cara, necesito situarme a una distancia descaradamente obscena del espejo. Ello me impide ver dónde dejo la mitad de la tira. Mientras apalpo donde creía que debería estar, descubro con terror que no se encuentra ahí. Los dedos de mi mano izquierda se crispan. Mi mirada se aparta del espejo. Ha caído al lavabo.

Confiando ciegamente en la ley de Murphy, decido que habrá caído boca abajo. Segundo error de cálculo. Cuando aproximo mis dedos a la parte de arriba, me quedo pegada en la masa viscosa y verde. Agito mi mano en el aire para despegarme (me inhibo de ayudarme con la otra mano para que no ocurra lo mismo con ella). La tira cae, pero sigo sin ver de qué lado. Acerco mi cara al lavabo lo suficiente para observar la masa viscosa sin que se me quede la nariz pegada en ella. Parece que (esta vez sí) ha caído boca abajo. La cojo por la parte de arriba. Me quedo pegada igualmente. La cojo por la parte de abajo. También me quedo pegada y llego a la conclusión de que el 33% de la masa se encuentra en un lado de la tira, el otro 33% en el otro lado y el último 33% se ha adherido de manera irremediable a las yemas de mis dedos.

A pesar de estos imprevistos, doy comienzo a mi tarea todavía ignorante de mi trágico destino. Primer tirón. Aullido de dolor. Sentimientos de incomprensión ante el mundo, rebeldía, odio y autocompasión profunda. Segundo tirón. Mi mente trata de alejarme de la situación de manera urgente y me transporta a otros mundos donde las mujeres son estimadas en su naturalidad, donde el cuerpo no se maltrata bajo ningún concepto y donde el dolor no se obtiene jamás por voluntad propia. Tercer tirón. Pienso intensamente en Simone de Beauvoir, tratando de imaginar lo que haría ella en una situación semejante. Cuarto tirón. Me asoman las primeras lágrimas a los ojos mientras recuerdo a Virginia Woolf. Quinto tirón. Viene a mi mente la imagen de Frida Kahlo y me pregunto por qué. Sexto tirón. Asumo que soy una feminista de palo y me doblego ante la sociedad patriarcal.

Presa de los últimos estertores de mi dignidad, descubro un pelo enhiesto en el lado izquierdo y me aferro a él como tabla de salvación. Pego la tira, doy golpecitos, la despego. Ningún cambio aparente. Pego la tira, doy golpecitos, la despego. El pelo continúa invicto. Cual heroína que se precipita hacia su perdición, pego y despego la tira de forma compulsiva hasta que mi piel pasa del color rojizo al granate oscuro. Me lo pienso dos veces y decido utilizar las pinzas. Asunto zanjado.

Me acerco nuevamente al espejo. Parpadeo. Trato de fijar la vista. Una sensación de mareo me invade cuando creo ver pelos por todas partes. Mi mano derecha aún tiembla y decido (erróneamente) repetir la operación exterminio. Pego y despego de forma compulsiva la tira verde para culminar la tragedia: la mitad de mi rostro ha adquirido un color preocupante y no puedo asegurar que los pelos no sigan ahí.

Salgo del baño. Me acerco tambaleante al salón. Ella ha tenido tiempo de preparar la cena y poner la mesa mientras yo consumaba mi delito. En su rostro apenas se adivina alguna sombra rosada, mientras que el mío revela una cruenta escabechina. Cuando se acerca para abrazarme aprovecho para comprobar que su operación ha sido perfecta. Y aunque sé que la mía no puede compararse, un regusto de orgullo me impide admitirlo.

A la mañana siguiente he de enfrentarme a la realidad sin remedio. Mi rostro continúa encendido. Me veo obligada a aplicar litros de maquillaje para ocultar el fuego de mi desgracia. Vuelvo a hacerlo al día siguiente. El tercero, decido aplicarme sólo polvos. El cuarto, me resigno a lucir una cicatriz no tan discreta como quisiera allí donde se situó cierto pelo. La cicatriz dura toda la semana, como justo castigo por mi hybris. Cuando el círculo se cierra, consigo admitir mi culpa.

− Cariño, está claro que tú te sabes depilar mucho mejor que yo.

Ella sonríe, quitándole importancia. Yo agacho las orejas y me oculto entre sus brazos. La heroína trágica comprende entonces que siempre que haya dos clases de personas, a ella le tocará irremediablemente pertenecer a la mala.

Incluso para depilarse el bigote.

Encantada.

sábado, 22 de noviembre de 2008

El depredador interior

En un ser humano hay muchos otros seres, todos con sus propios valores, motivos y estratagemas. Nuestra tarea no es corromper su belleza natural sino construir para todos esos seres una campiña salvaje en la que los artistas que haya entre ellos puedan crear sus obras, los amantes puedan amar y los sanadores puedan sanar.

Pero, ¿qué vamos a hacer con todos estos seres interiores que siembran la destrucción sin darse cuenta? Hay que dejarles sitio incluso a ellos, pero un sitio en el que se les pueda vigilar. Uno de ellos en particular, el más falso y el más poderoso fugitivo de la psique, requiere nuestra inmediata atención y actuación, pues se trata del depredador natural.

Si bien la causa de una considerable parte de los sufrimientos humanos se puede atribuir a la negligencia, hay también en el interior de la psique una fuerza innata contraria a la naturaleza, a lo positivo: el desarrollo, la armonía y lo salvaje. Es un sarcástico y asesino antagonista que llevamos dentro desde que nacemos y cuya misión es la de tratar de convertir todas las encrucijadas en caminos cerrados.

Este poderoso depredador aparece una y otra vez en los sueños de las mujeres y estalla en el mismo centro de sus planes más espirituales y significativos. Aísla a la mujer de su naturaleza instintiva. Y, una vez cumplido su propósito, la deja insensibilizada y sin fuerzas para mejorar su vida, con las ideas y los sueños tirados a sus pies y privados de aliento.

Todas las mujeres tienen que aceptar que tanto dentro como fuera existe una fuerza que actuará en contraposición de los instintos naturales del Yo y que esa fuerza maligna es lo que es. Aunque nos compadezcamos de ella, lo primero que tenemos que hacer es reconocerla, protegernos de su devastadora actuación y, en último extremo, arrebatarle su energía asesina. Todas las criaturas tienen que aprender que existen depredadores. Sin este conocimiento, una mujer no podrá atravesar su propio bosque sin ser devorada. Comprender al depredador significa convertirse en un animal maduro que no es vulnerable por ingenuidad, inexperiencia o imprudencia.

Entre los lobos, cuando la hembra deja a las crías para ir a cazar, los pequeños intentan seguirla al exterior de la guarida y bajar con ella por el camino. Entonces ella les ruge, se abalanza sobre ellos y les pega un susto de muerte para obligarlos a huir y regresar corriendo a la guarida. La madre sabe que sus crías aún no saben valorar y sopesar a otras criaturas. Ignoran quién es el depredador y quién no. Pero a su debido tiempo ella se lo enseñará por las buenas y por las malas. Como los lobeznos, las mujeres necesitan una iniciación parecida en la que se les enseñe que los mundos interior y exterior no siempre son unos lugares placenteros.

La aquiescencia a casarse con el monstruo se produce en realidad cuando las niñas son muy pequeñas, generalmente antes de los cinco años. Se las enseña a no ver y a considerar “bonitas” toda suerte de cosas grotescas tanto si son agradables como si no. Estas enseñanzas iniciales a “ser amables” inducen a las mujeres a pasar por alto sus intuiciones. En este sentido, se las enseña deliberadamente a someterse al depredador.

Cuando el espíritu juvenil se casa con el depredador, la mujer es apresada o reprimida en una época de su vida inicialmente destinada al desarrollo. En lugar de vivir libremente, la mujer empieza a vivir de una manera falsa. La falaz promesa del depredador es la de que la mujer se convertirá en cierto modo en una reina, siendo así que, en realidad, se está planeando su asesinato.

Mientras se obligue a la mujer a creer que está desvalida y/o se la adiestre a no percibir conscientemente lo que ella sabe que es cierto, las dotes y los impulsos femeninos de su psique seguirán siendo exterminados.

Existe un medio para salir de todo eso, pero hay que tener una llave.

[continuará...]

Clarissa Pinkola Estés, Mujeres que corren con los lobos.

miércoles, 12 de noviembre de 2008

Sobre esa cosa llamada Democracia

Me gusta la Democracia. Me parece bien que los pueblos elijan su destino colectivo. Creo que están en su derecho. Creo que lo contrario es incomprensible.

Porque me gusta la Democracia, me gusta más cuanto más directa. Meter un papel en una caja cada cuatro años para hipotecar tu futuro hasta el próximo papel en la próxima caja para los próximos cuatro años no es suficiente. Porque me gusta la Democracia me gustan los referendos. Me gusta que se pregunte a la gente qué es lo que quiere, hacia dónde quieren ir como comunidad, cuál será el próximo paso y cuál no será.

Porque la Democracia me merece el máximo respeto como sistema perfectible, veo sus límites, veo sus peligros. Y uno de los más claros y sencillos es el peligro de convertirse en la dictadura de la mayoría. Lo que la mayoría vota, se hace. Pero, ¿y las minorías? ¿Qué pasa con toda esa gente que no lo votó? ¿Qué pasa con los que nunca ganarán unas elecciones porque no son y nunca serán suficientes para ganarlas? La Democracia debe protegerlos, inventando otros sistemas, otras votaciones, otra manera de representación que les respete y que se gane su respeto.

Por todo esto pienso que lo que ha ocurrido en varios estados de los Estados Unidos con el matrimonio homosexual ha sido uno de los actos más antidemocráticos, irrespetuosos e incomprensibles que pueden tener lugar en una Democracia. ¿Qué sentido tiene preguntar a la mayoría por los derechos de la minoría? ¿No son estos derechos inalienables? ¿No es verdad que lo contrario nunca ocurriría? ¿No ha obrado la dictadura de una mayoría que tiene a la minoría en su poder, que siempre la tendrá y por lo que, precisamente, nunca debería estar a su única y absoluta merced?

Si yo fuera estadounidense... pero no lo soy.
Y como no lo soy, creo que mi deber es cavar.

Cavar, cavar hondo en los cimientos de la igualdad en mi país, para que nunca tengamos que ver retroceder nuestros derechos, para que puedan crecer y florecer y cobijar a aquellos que todavía no los tienen, cavar para que llegue un día en que nadie se los cuestione, en que nuestra lucha sea una mera anécdota histórica, para que mis hijos, y los hijos de mis hijos, y los hijos de los hijos de mis hijos se aburran de escuchar las batallitas de la abuela, que insiste en enorgullecerse de algo tan normal e intrascendente como ser lesbiana.

Cavar, cavar hondo en mi cabeza, para llegar allí donde se esconden los prejuicios, para extirpar toda la lesbofobia introyectada que reside en mi cerebro, para limpiarlo de cualquier mala hierba y ser capaz de abonarlo con una tierra fresca y nutritiva, una tierra donde la esperanza pueda echar grandes raíces, donde el optimismo reverdezca cada día, una tierra que sostenga el edificio de mis proyectos, de mi vida, de mis creencias, de mi dignidad personal, una tierra a la que regresar, en la que descansar, una tierra desde la que dejarse ir cuando llegue el momento, sin reproches, sin tareas pendientes, una tierra libre de miedo y llena de amor.

Cavar, cavar hondo con mis propias manos, hacerlas útiles para construir un futuro mejor, allí donde todavía no hay futuro, donde apenas se vislumbra la luz, allí donde se ha recorrido la mitad del camino, allí donde se está a punto de llegar. Cavar hondo en mi corazón para ser capaz de apoyar, de consolar, de abrazar, de acompañar, de reivindicar, de defender, esté donde esté, a todas las personas que son como yo, a las que lo son pero todavía no lo saben, a las que lo saben pero tienen miedo de decir que lo son. Cavar túneles que nos unan, cavar salidas para escapar si es necesario, cavar entradas para regresar o llegar o ser bienvenido, cavar galerías para que entre la luz y poder respirar.

Cavar, cavar, cavar hasta la extenuación, para sentirme viva, para dar vida, para que nuestra vida, tal y como la soñamos, pueda llegar a ser.

Si yo fuera estadounidense... pero no lo soy.
Por eso, ofrezco mis manos. Para cavar y cavar.

Encantada.

domingo, 9 de noviembre de 2008

Un año viviendo JUNTAS

Looks like we made it.
Look how far we've come, my baby.
We might have took the long way.
We knew we'd get there someday.
·
They said, "I bet they'll never make it",
But just look at us holding on.
We're still together, still going strong.
·
You're still the one,
You're still the one I run to,
The one that I belong to.
You're still the one I want for life.
·
You're still the one,
You're still the one that I love,
The only one I dream of.
You're still the one I kiss good night.
·
Ain't nothing better,
We beat the odds together.
I'm glad we didn't listen,
Look at what we would be missing.
·
They said, "I bet they'll never make it",
But just look at us holding on.
We're still together, still going strong.
·
You're still the one,
You're still the one I run to,
The one that I belong to.
You're still the one I want for life.
·
You're still the one,
You're still the one that I love,
The only one I dream of.
You're still the one I kiss good night.Still the one.
·
I'm so glad we made it,
Look how far we've come, my baby.

Encantada.

sábado, 8 de noviembre de 2008

De la Mujer y otros mitos (I)

“Con la mujer, hemos jugado
hasta ahora a las muñecas”.
Laforgue.

El mito de la mujer, que sublima un aspecto inmutable de la condición humana, que es la “división” de la humanidad en dos categorías de individuos, es un mito estático; proyecta sobre un cielo platónico una realidad tomada de la experiencia, o conceptualizada a partir de la experiencia; los hechos, el valor, el significado, la noción, la ley empírica, los sustituye por una Idea trascendente, intemporal, inmutable, necesaria. Así, a la existencia dispersa, contingente y múltiple de las mujeres, el pensamiento mítico contrapone el Eterno Femenino, único y estático; si la definición que se da de él se contradice con las conductas de las mujeres de carne y hueso, estas últimas están equivocadas: se declara, no que la Feminidad es una entidad, sino que las mujeres no son femeninas. Las contradicciones de la experiencia no tienen poder contra el mito.

En la realidad concreta, las mujeres se manifiestan en aspectos diferentes; pero cada uno de los mitos edificados a propósito de la mujer pretende resumirla en su totalidad; cada uno pretende ser único; la consecuencia es que existe una pluralidad de mitos incompatibles y que los hombres se pierden en ensueños ante las extrañas incoherencias de la idea de Feminidad; como toda mujer participa de una pluralidad de estos arquetipos que pretenden encerrar cada uno de ellos su Verdad exclusiva, los hombres encuentran ante sus compañeras el asombro de los sofistas que no podían entender que un hombre fuera rubio y moreno al mismo tiempo.

Como las representaciones colectivas, entre otras los tipos sociales, se definen generalmente por pares de términos opuestos, la ambivalencia parecerá una propiedad intrínseca del Eterno Femenino. La santa madre tiene como correlato a la madrastra cruel, la joven angelical a la virgen perversa: así podemos decir que Madre igual a Vida o que Madre igual a Muerte, que toda doncella es un espíritu puro o carne consagrada al diablo.

No es evidentemente la realidad lo que dicta a la sociedad o a los individuos la disyuntiva entre dos principios opuestos; en cada época, en cada caso, sociedad e individuo deciden de acuerdo con sus necesidades. Con mucha frecuencia, proyectan en el mito adoptado las instituciones y los valores que reivindican. Por ejemplo, el paternalismo que exige que la mujer esté en el hogar, la define como sentimiento, interioridad, inmanencia; en realidad, todo existente es a un tiempo inmanencia y trascendencia; cuando no se le propone un objetivo, o se le impide que alcance ninguno, cuando se le arrebata su victoria, su trascendente cae vanamente en el pasado, es decir, se convierte en inmanencia; es la suerte que le toca a la mujer en el patriarcado, pero no es en modo alguno una vocación, como tampoco la esclavitud es la vocación del esclavo.

Pocos mitos han sido más beneficiosos para la casta de los señores: justifica todos los privilegios hasta el abuso. Los hombres no tienen que preocuparse de aligerar los sufrimientos y las cargas que fisiológicamente corresponden a las mujeres, pues “así lo quiere la Naturaleza”; las utilizan como pretexto para aumentar más todavía la miseria de la condición femenina, por ejemplo para negar a la mujer todo derecho al placer sexual, para hacerla trabajar como una bestia de carga.

Simone de Beauvoir. El segundo sexo.

[continuará...]

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