lunes, 23 de marzo de 2009

Sevilla (puede ser) diferente

Aprovechando que teníamos unos días de vacaciones, mi novia y yo hemos hecho una escapadita a Sevilla. Han sido unos días preciosos de sol, monumentos, largos paseos, bromas y carantoñas: justo lo que necesitábamos después del crudo invierno.

La Giralda y la Torre del Oro, dos ejemplos de nuestro valiosísimo legado árabe.

Hacía ya varios años que no pisaba Andalucía, y no me he dado cuenta de cuánto la extrañaba hasta que no me he sentido otra vez allí. Mi mitad andaluza hervía emocionada al recuperar el acento, los giros y chascarrillos, las costumbres del sur. Pensé que ya nunca más me ocurriría y, sin embargo, una parte de mí volvió a sentirse en su hogar.


Esplendor primaveral en el Parque de María Luisa.

Lo que más me apena de visitar ciudades así, como turista, es la visión tan sesgada que te llevas de lo que es realmente aquello que visitas. En el caso de Sevilla, esto se cumple con mucha más intensidad, ya que allí redundan todo lo que pueden en lo típico, que es lo que casi todo el mundo parece ir buscando. Sin embargo, yo estoy segura de que existe otra Sevilla, que apenas hemos podido intuir detrás de tanta parafernalia, y que espero ir conociendo con el tiempo.


La Plaza de España, impresionante.
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Algo de esa otra ciudad, desconocida, pudimos desvelar cuando tratamos de encontrar las zonas de ambiente, más a la vista que en Barcelona, pero también sumamente diferentes a lo que conocemos en Madrid. Y es que, allá donde vamos, esperamos inconscientemente encontrar algo parecido a Chueca, pero este tipo de barrios rosas no se dan en todas las ciudades, hacen falta determinadas circunstancias que en Sevilla tampoco parecen haber tenido lugar. Y aun así, me gustó muchísimo conocer una zona diferente, a primera vista más abierta, alternativa e integrada que Chueca, lo cual me alegró.


Poderío femenino en la Giralda.
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La otra Sevilla también se nos mostró mientras volvíamos en taxi a la estación. Hablando de todo un poco, le saqué al taxista el tema de la Semana Santa, casi como cortesía, pues pensé que a él le gustaría hablar de las procesiones, algo que a mí me genera bastante animadversión. Y entonces él me sacó de mi error con toda naturalidad:

− Hay que ver, ¿verdad?, esa gente, que siente tanto todo eso, que les ves en la tele llorando cuando llueve y te da pena, ¿verdad?, y lo difícil que es de entender, porque la gente normal, así como nosotros, no vemos más que una estatua, ¿verdad?, y te preguntas, ¿pero cómo pueden ponerse así por una estatua?, ¿verdad?, pero es que esa gente lo vive, ya ves...


Un cartel que dio para varios días de bromas.

Porque no toda Sevilla es lo que parece, o lo que nos parece, o lo que hacen que nos parezca: encantada.

martes, 17 de marzo de 2009

Todo llega

Hace unos meses, mi padre me dijo que tenía muchas ganas de quedar a comer conmigo, para que hablásemos de “nuestras cosas”. Yo me quedé más estupefacta que si se me hubiera aparecido Chavela Vargas en el salón cantándome aquello de “Ponme la mano aquí...”, pero cuando reaccioné, la invitación todavía seguía en pie. Así que me volví a casa pensando en qué serían esas “cosas” que mi padre se empeñaba en calificar como “nuestras”, teniendo en cuenta que, desde hace años, solo hablamos de política y trabajo, temas absolutamente banales y neutrales para nosotros.

El tiempo pasó, y después de varios viajes y eventos laborales a los que se vio obligado a asistir mi progenitor, volvió a la carga y me reiteró la invitación de quedar a comer, subrayando de nuevo la frasecita: “ya sabes, para hablar de nuestras cosas”. Yo me apresuré en fijar la fecha, muerta de curiosidad y de miedo a partes iguales, y finalmente, la tan esperada comida tuvo lugar.

Según se iba aproximando el momento, yo me iba sintiendo más y más nerviosa. Para calmar mi ansiedad, decidí preparar una quiniela sobre lo que podía pasar, reduciendo las variables a tres posibilidades: a) que mi padre decidiera hablar conmigo de algo que tuviera que ver con mi orientación sexual y la relación que mantengo con mi novia, y que fuera para bien; b) que mi padre decidiera hablar conmigo de algo que tuviera que ver con mi orientación sexual y la relación que mantengo con mi novia, y que fuera para mal; c) que mi padre solo hablase de política y trabajo, considerando estos temas como “nuestras cosas”, y que fuera yo la que tuviera que sacar el tema de mi orientación sexual y la relación que mantengo con mi novia, para bien o para mal. Así se fue acercando el momento, hacia el cual avanzaba con las piernas temblorosas y los puños cerrados.

Entonces sucedió. Nos sentamos a la mesa y, apenas el camarero había terminado de servir nuestras copas, mi padre soltó toda la artillería pesada de golpe y porrazo:

− Bueno y... ¿qué tal tu vida personal? −dijo sonriendo de oreja a oreja cual actor en anuncio de dentífrico.
− Bien... −contesté yo, tratando de escudriñar su alma y saber a qué se refería esta vez con “vida personal” (después de tantos años hablando de nada, cuesta entenderse).
− Entonces, ¿eres feliz?

Y así fue como tuvo lugar la conversación que llevaba casi cuatro años esperando. Pude hablar con mi padre de mi novia, de nuestra relación, de nuestra convivencia, de mi orientación sexual, de algunas de mis experiencias de autoaceptación... Supongo que, después de tantos meses, él no quería más que soltarlo todo de golpe, y yo, después de tantos sinsabores, no paraba de preguntarme cómo podía no importarle que medio restaurante se estuviese enterando en aquellos momentos de que su hija era lesbiana.

A pesar de todo el tiempo que llevaba esperando que algo así ocurriera, reconozco que me costó. Me costó hablar de todo aquello después de haberme visto obligada a callar, a ignorar, a hacer como que no existía durante todos estos años. Me costó reconocer que aquella persona que tenía delante era mi padre, o mejor dicho, volvía a ser mi padre tras pasar años abducido y convertido en “ese señor”. Me costó hacerme a la idea de que, contra todo pronóstico y cuando prácticamente había perdido las esperanzas, dejaba de ser huérfana. Me costó contener las lágrimas, mantener firmes mis labios y no saltar sobre mi padre para darle todos los besos y abrazos que ha rechazado en este tiempo, y desahogarme a cortes de manga con el mundo encarnado en los otros comensales.

Mi padre me dijo que me aceptaba. Que le había costado bastante hacerse a la idea, pero que me veía feliz y me reconocía como hija, así que no podía hacer menos que entender que su hija era como soy. Al fin las esperadas palabras salieron de su boca. Y ahora que han llegado a mis oídos apenas se me ocurre qué hacer.

Encantada.

domingo, 8 de marzo de 2009

Mi primer 8 de marzo

En el último año he cobrado la suficiente conciencia feminista para plantearme seriamente que la única fecha de acción reivindicativa inexcusable no podía ser el Día del Orgullo, sino que, como mujer que soy y como lesbiana, debía acudir también a la manifestación del Día de la Mujer (Trabajadora). Y así lo he hecho hoy.

Evidentemente, no esperaba un acto masivo como ocurre en el Día del Orgullo, entre otras cosas porque aquello es un fiestón (por encima de cualquier otra cosa, vayamos admitiéndolo) y esto se quedaba en llana manifa. Y aunque un acto semejante nunca estará suficientemente concurrido (deberíamos haber asistido 3 millones de madrileñas, de nacimiento o adopción), he de decir que el ambiente me resultó sumamente agradable. ¡Lesbianas del mundo, desengañaos! Las chicas más interesantes no acuden a los bares de ambiente... ¡están todas preparándose para manifestarse el 8 de marzo!

La verdad es que esta manifestación no tiene nada que ver con la del Orgullo, ni para bien, ni para mal. Para bien, destacaré que había allí mucha gente del politiqueo y el activismo, pero sin darse codazos por aparecer en la cabecera portando la pancarta. De hecho, tuve el honor de marchar junto a Inés Sabanés (una de mis políticas preferidas, sino la que más) como quien baja a hacer la compra. Y esto, si bien puede interpretarse como que las mujeres no importamos un pimiento, a mí me resultó también un detalle acogedor, que daba muestras de la sencillez y la poca parafernalia que rodea (aunque muchos quisieran creer lo contrario) al movimiento feminista.

Otra diferencia que me llenó de gozo fue la convivencia de generaciones que se produce en esta marcha. Me harté de ver mujeres más que maduras vestidas de violeta y cantando proclamas. Hubiera querido hacerme una foto con todas y cada una de ellas e invitarlas a tomar un café para que me contaran cuál había sido su experiencia como feministas. Porque estas mujeres seguramente empezaron a pensar sobre su condición cuando todavía no podían comprarse ni una lavadora sin la firma de su padre o marido.


Junto a estar mujeres, marchaban también muchas madres con sus hijas (e hijos), niñas y jovencitas que portaban carteles y se iban empapando del movimiento. Me llenó de orgullo verlas y saber que sus madres las estaban educando así en el respeto a ellas mismas, y no pude menos que apuntármelo como clave personal para cuando yo también sea mamá.

Aparte de la convivencia generacional, he de destacar que me encantó ver a varios hombres portando carteles y vestidos con faldas. Con toda dignidad, por cierto.

Para mal, me resulta imposible terminar esta crónica sin aludir a la práctica inexistencia de reivindicaciones específicamente lésbicas. Aunque mi novia y yo nos recorrimos gran parte de la manifestación, sólo pudimos encontrar una pancarta que, aunque digna, no tenía apenas seguidoras. Tengo la esperanza de que los grupos pro-lesbianas marchasen al final (porque la esperanza es lo último que se pierde, y porque en el final, final de la manifestación no estuvimos); aun así, me parece que hay colectivos de sobra para que su presencia se hiciese notar más de lo que se hacía.

Lo cual no quiere decir que no hubiera lesbianas. Lesbianas había por todas partes: cantando a favor del aborto, contra el maltrato, por la solidaridad entre mujeres de diferentes culturas, contra la precariedad laboral femenina; cantando contra y por todo lo que había que cantar. A lo que me refiero es que es una pena que no pudiéramos cantar por nuestras reivindicaciones específicas, acompañadas de otras mujeres cuyos temas sí apoyamos, a pesar de que, en numerosas ocasiones, ni siquiera nos incumben.

Pero bueno, lo importante es darnos cuenta de ello y, con suerte, tener nuestro espacio es próximas manifestaciones.

¡Viva el 8 de marzo!

Encantada.

sábado, 7 de marzo de 2009

Atenea

Sin duda, mi diosa preferida dentro del panteón griego es Atenea.
Y me sobran los motivos.

En primer lugar, considero que el nacimiento de Atenea es una muestra clara de los complejos y la misoginia patriarcales que, en la Antigua Grecia como en el mundo actual, son mayoritarios.

Se dice que Atenea nació directamente de su padre, Zeus, sin intervención femenina. Sin embargo, el mito puede interpretarse también como un intento fallido del dios de la paternidad por hacer desaparecer a la mujer de una de las pocas actividades que lleva a cabo de manera exclusiva: el parto. Movido por el miedo a ser destronado por su propia estirpe, Zeus engulle a Metis, embarazada de Atenea, tratando de impedir, de este modo, su nacimiento. Sin embargo, Atenea nace atravesando triunfalmente la cabeza de su padre, contraviniendo sus deseos y afirmando su existencia como continuación de la materna.


Atenea, además, nace ya en forma de mujer adulta, armada hasta los dientes y profiriendo un grito de guerra que hace estremecerse a todos los dioses. Ante tal magnificencia, Zeus no tiene más remedio que aceptar a su hija y sentirse orgulloso de ella, reclamándola para sí y olvidando su anterior papel como infanticida. A pesar de este nuevo intento por anular su existencia independiente, el hecho de que Atenea nunca haya sido una niña constituye una nueva afirmación de su autonomía y de su deliberada desvinculación con la figura paterna.

Otro de los signos de la independencia de Atenea es su decisión de permanecer virgen. Como es sabido, la virginidad ha sido uno de los espacios tradicionales donde se han desarrollado las mujeres que deseaban ostentar la soberanía de sus cuerpos, mujeres feministas y/o lesbianas. No obstante, su negativa a contraer matrimonio no impide a esta diosa aceptar la maternidad, o al menos una maternidad por adopción compartida, curiosamente, con otra diosa, Gea.


Así, el dios Hefesto trató de violar a Atenea, que se defendió como buena guerrera, logrando apartar a Hefesto, que eyaculó sobre la Tierra, Gea, la cual dio a luz a un niño cuyas extremidades inferiores tenían la forma de una serpiente. Este ser, llamado Erictonio, disfrutó de la protección de Atenea y fue el mítico fundador de la ciudad que lleva su nombre, Atenas.

Por otro lado, Atenea representa la lucha por las causas justas, contraponiendo esta cualidad a la del dios masculino de la guerra, Ares, iracundo y sanguinario. Asimismo, se considera a esta diosa la protectora del trabajo, la agricultura, la artesanía, el hilado y el tejido; siendo la inventora del arado, la brida, los números, los carros, la navegación y las naves, el huso y la rueca. También es Atenea creadora de la flauta y la trompeta, así como de la danza de la victoria. Finalmente, destaca como protectora del crecimiento de los niños, de la salud, de las asambleas y de las leyes justas emanadas del pueblo.

Por si estos dones fueran pocos, algunos relatos consideran que la ciudad de Atenas lleva al nombre de la diosa gracias a los votos de la asamblea de mujeres, que prefirieron el olivo al regalo que les ofrecía Poseidón, el caballo, por el cual votaron los hombres.

Teniendo lo anterior en cuenta, creo que su figura puede resultar inspiradora para las mujeres que deseamos participar en la sociedad, aportando nuestra sabiduría y saber hacer, tal y como lo hizo la diosa.

Para terminar, mucho se insiste en la ausencia de mitos griegos que relaten el amor entre mujeres; sin embargo, en mi empeño por demostrar que dicha ausencia no obedece más que a la necedad del estudioso, que no sabe descubrir este amor donde es evidente, he recibido el relato de un hermoso idilio entre una joven ninfa, Cariclo, y, como no, mi diosa preferida, Atenea:

Había una vez en Tebas una ninfa, madre de Tiresias, a la que amó Atenea mucho, más que a ninguna de sus compañeras, y no se separaba de ella jamás. Cuando guiaba sus caballos hacia la antigua Tespias o hacia Haliarto, a través de los campos de los beocios, o hacia Coronea, donde tiene un recinto perfumado y unos altares junto al río Curalio, muchas veces la diosa la hizo montar en su carro; ni las conversaciones de las ninfas ni sus coros de danza le resultaban agradables, si no los dirigía Cariclo.

Un día, mientras Atenea y Cariclo se bañaban juntas, el hijo de estas, Tiresias, las sorprendió, viendo el cuerpo de la diosa desnuda. Atenea, que no podía saltarse las leyes divinas, las cuales prohibían a los mortales ver a los dioses si estos no lo deseaban, tuvo que castigar a Tiresias con la ceguera, a pesar de lo cual le colmó de virtudes (de entre las que destaca el don de la adivinación) como favor especial hacia su querida Cariclo.

¿Qué más se puede pedir?
¡Encantada!

viernes, 20 de febrero de 2009

(Re)encuentros

De un tiempo a esta parte, mi vida se ha llenado de (re)encuentros.

(Re)encuentros con personas que creía haber dejado por el camino, abandonadas a la idea de no ser abandonadas, apartadas por mi incapacidad de caminar a su lado, arrinconadas en un rincón donde llorarlas sin derramar una lágrima. Personas que hoy me brindan la oportunidad de retomar el camino apenas un poco más allá de donde lo dejamos, la oportunidad de probar la calidad de mis botas nuevas, de mis nuevos brazos, listos para acompañar, parece, para seguir empezando, para compartir, contar y caminar de la mano.

(Re)encuentros con sensaciones que hacía demasiado que no sentía, sensaciones que daba por no ocurridas, por ficticias, quizá imaginadas, producto de un momento de cuya existencia llegué a dudar; sensaciones que pensé no haber sentido y que hoy se me aparecen como reales, palpables, que se imponen a mi cuerpo de pura corporeidad, sin dejarle un resquicio a la duda.

(Re)encuentros con melodías, sabores y olores que una vez me hicieron vibrar, temblar, gozar y dar gracias, y que sin embargo llegué a considerar banales, superfluos, absolutamente prescindibles, sin darme cuenta que sin ellos mi vida se iba entristeciendo, vaciando, encogiendo. Melodías, sabores y olores que vuelven a mí, aparecidos de pronto en cualquier lugar, llegados incomprensiblemente de cualquier modo, a pesar de mi terquedad, de mi ironía, de la mirada descreída que en el fondo los estaba anhelando.

(Re)encuentros con ideas, motivaciones, ilusiones que deseché por ideales, emotivas, ilusas, y que de pronto se cuelan por cualquier ventana y repueblan mi realidad de belleza, plenitud, trascendencia, devolviéndome una imagen perdida, superior a aquella que me había acostumbrado a concebir.

Y así es como me he dado cuenta, paso a paso, día a día, caminando bajo un torrente que goteaba (re)encuentros, de que mi vida estaba siendo acaudillada por la mera supervivencia, por el derecho básico a una existencia básica, mínima, reducida, que había esclavizado mis mejores proyectos, mis emociones más profundas, los sentidos y el gozo de mi cuerpo, la posibilidad de trascenderme, de ilusionarme, de crear, compartir, estar con y ser yo al mismo tiempo.

Y nos hemos sublevado.

Encantada.

martes, 3 de febrero de 2009

Discriminación positiva

Una amiga mía lleva un tiempo planeando y poniendo en marcha un proyecto cultural dirigido a mujeres lesbianas, proyecto que la emociona y motiva profundamente, y en el que ha depositado muchísima ilusión. He de decir que mi amiga carga sobre sus hombros con un largo y difícil camino de lucha contra la homofobia interiorizada, y que este proyecto representa para ella un hito en relación a su salud, su desarrollo personal y su compromiso social. He de decir también que, junto a este proyecto, ha puesto en marcha otros parecidos cuyo objetivo es fomentar el conocimiento entre razas y culturas diferentes, y la participación y el desarrollo de personas con discapacidad intelectual.

Sin embargo, poco después de darlo a conocer, ha recibido ciertas críticas que le han resultado muy dolorosas, ya que ha sido acusada de plantear un proyecto discriminatorio al dirigirlo exclusivamente a mujeres lesbianas. Como colofón, parece ser que dichas críticas han surgido de una mujer que se identifica como miembro de nuestra comunidad.

Para mí, este contratiempo no es más que la piedra que nos encontramos en todo camino, con la que debemos contar incluso como aliciente para mejorar y crecer, nunca para desanimarnos o cuestionarnos lo obvio. Sin embargo, a raíz de ello me ha surgido la necesidad de repasar un concepto que, al parecer, debe resultar desconocido para ciertas personas: se trata de la discriminación positiva.

Según la Wikipedia, la discriminación positiva consiste en “establecer políticas que dan a un determinado grupo social, étnico, minoritario o que históricamente haya sufrido discriminación a causa de injusticias sociales, un trato preferencial en el acceso o distribución de ciertos recursos o servicios así como acceso a determinados bienes, con el objeto de mejorar la calidad de vida de grupos desfavorecidos, y compensarlos por los perjuicios o la discriminación de la que fueron víctimas en el pasado. Se pretende entonces aumentar la representación de éstos, a través de un tratamiento preferencial para los mismos y de mecanismos de selección expresa y positivamente encaminados a estos propósitos. Así, se produce una selección “sesgada” basada, precisamente, en los caracteres que motivan o, mejor, que tradicionalmente han motivado la discriminación. Es decir, que se utilizan instrumentos de discriminación inversa que se pretende operen como un mecanismo de compensación a favor de dichos grupos”.

Por tanto, un proyecto cultural dirigido exclusivamente a mujeres lesbianas no pretendería sino emplear los motivos por los que somos discriminadas de manera generalizada en la sociedad (ser mujeres homosexuales) de forma positiva y compensatoria de dicha discriminación. Las personas que no cumplan con la condición, entiendo, no deberían sentirse discriminadas porque, precisamente por tratarse de discriminación positiva, se presupone que encontrarán numerosos o, al menos, suficientes espacios a los que dirigirse, lo cual no ocurre con el colectivo al que se dirige el proyecto.

La verdad es que yo lo veo bien claro, y me parece que criticar por discriminatorias las acciones que pretenden una compensación solo evidencia la ceguera ignorante de quien critica. Por supuesto que la discriminación positiva resulta controvertida, pero las opiniones más inteligentes van por otros caminos, como el de plantearse si este tipo de acciones realmente pueden paliar la discriminación de los grupos a los que se dirigen o si por el contrario contribuyen de alguna manera a perpetuarla.

En cualquier caso, me parece que este caso es parecido al de las mujeres que defienden el patriarcado: el típico síndrome de Estocolmo por el cual las personas sometidas le dan gracias a quien las somete, o buscan su agrado, o participan de sus opiniones. Un caso triste e incomprensible, una trampa más del sistema.

Encantada de denunciarlo.

sábado, 17 de enero de 2009

Atreverse a saber

La llave que permite desvelar el secreto que todas las mujeres conocen y, sin embargo, no conocen. El permiso para conocer los más profundos y oscuros secretos de la psique, eso que degrada y destruye estúpidamente el potencial de una mujer.

La mujer ingenua accede tácitamente a “no saber”. Las mujeres crédulas o aquellas cuyos lastimados instintos están adormecidos siguen como las flores la dirección de cualquier sol que se les ofrezca. La mujer ingenua o lastimada se deja arrastrar fácilmente por las promesas de comodidad, de alegre diversión o de distintos placeres.

Las mujeres refuerzan esta barrera o estas puertas siempre que se disuaden a sí mismas o se disuaden unas a otras de pensar o de indagar demasiado, pues “a lo mejor te encuentras con algo mucho peor de lo que pensabas”. Formular la pregunta apropiada constituye la acción central de la transformación. La pregunta clave da lugar a la germinación de la conciencia. La pregunta debidamente formulada siempre emana de una curiosidad esencial acerca de lo que hay detrás. Las preguntas son las llaves que permiten abrir las puertas secretas de la psique.

La joven e ingenua naturaleza empieza a comprender que, si hay algo secreto, si hay una sombra de algo, si hay algo prohibido, es necesario verlo. Para desarrollar la conciencia hay que buscar lo que se oculta detrás de lo directamente observable. La capacidad de resistir lo que averigüe permitirá a una mujer regresar a su naturaleza profunda, en la que todos sus pensamientos, sus sensaciones y sus acciones recibirán el apoyo que necesitan.

Una mujer puede tratar de ocultar las devastaciones de su vida, pero la pérdida de su energía vital no cesará hasta que identifique la verdadera condición del depredador y la reprima. Cuando las mujeres abren las puertas de sus propias vidas y examinan las carnicerías ocultas en aquellos recónditos lugares, suelen descubrir que han estado permitiendo la ejecución sumaria de sus sueños, objetivos y esperanzas más decisivos. El depredador natural se ha estado dedicando a destruir metódicamente los más profundos deseos, inquietudes y aspiraciones de una mujer.

Siempre que acecha y actúa el depredador, todo se descarrila, se derrumba y se decapita. Esta es la razón de que las mujeres que se fijan unos objetivos aquí, allí o donde sea en tal o cual momento jamás cubren ni siquiera la primera etapa del viaje, o lo abandonan al primer obstáculo. Esta es la razón de que todas las dilaciones que dan lugar a un aborrecimiento tan grande de sí mismas, todos los sentimientos de vergüenza que tanto se enconan debido a la represión de que han sido objeto, todos los nuevos comienzos que tan necesarios resultan y todos los objetivos que hace tiempo hubieran tenido que alcanzarse jamás lleguen a buen término.

Se trata de un poderoso proceso arquetípico de la psique femenina. La mujer posee una percepción suficiente y, aunque al principio accede a casarse con el depredador natural de la psique femenina, al final consigue librarse de él, pues ve la verdad que se encierra en todo aquello y es capaz de afrontarla conscientemente y tomar medidas para resolver la cuestión.

Y ahora viene el paso más difícil, el de poder soportar lo que se ve: la propia autodestrucción.
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[continuará...]

Clarissa Pinkola Estés, Mujeres que corren con los lobos.

sábado, 10 de enero de 2009

El día en que nevó en Madrid

Belleza

Ayer me desperté como cualquier día, y como cualquier día abrí las ventanas de la casa que comparto con mi novia para ventilar, y como cualquier día lo hice sin las gafas puestas y con una cantidad de somnolencia considerable. Todos estos factores se conjugaron para permitirme salir a la calle ignorante del panorama que me esperaba: HABÍA NEVADO.

Cuando atravesé el portal me quedé boquiabierta. La calle resplandecía en un color que a mí se me antojó rosado. Como en aquella memorable escena de Abre los ojos, solo yo parecía caminar por la acera hacia mi coche, mientras nevaba suavemente sobre un considerable colchón blanco inmaculado. Todo aquello me parecía un sueño. Arranqué y salí a la carretera apenas sin parpadear. Los coches circulaban lentamente por precaución, y yo me alegré de que lo hicieran porque así podía disfrutar un poco más del espectáculo. Mientras la suave precipitación se iba convirtiendo en ventisca, yo llegaba al pueblo donde trabajo sintiéndome feliz y afortunada.

Peligro

Los coches iban cada vez más despacio. En las aceras se acumulaba una gran cantidad de nieve. De pronto, la furgoneta que circulaba justo delante de mi coche empezó a patinar en una glorieta. Yo frené y, cuando quise reanudar la marcha, mi coche empezó a hacer lo mismo. Puse las luces de emergencia e intenté recordar cómo se conducía con nieve. ¿Marchas cortas o marchas largas? Era la primera vez que me enfrentaba a una situación semejante. Elegí marchas largas y salvé la glorieta. Volví a sentirme bien.

Mientras hacía memoria, un autobús y varios coches me había adelantado. Pensé que era bueno circular tras un vehículo pesado, porque así iría abriendo camino a través de la nieve que se iba acumulando ya en el asfalto. Me equivocaba. Apenas cincuenta metros después de la glorieta, el autobús desalojó a sus pasajeros. Todavía era de noche y la gente caminaba desorientada por las aceras. De pronto, apareció la policía: la calle estaba cortada y nos sugirieron que aparcásemos. Yo no me di por vencida.

El coche volvió a patinar cuando decidí dar media vuelta, pero aún estrenaba agallas y apenas le di importancia. Trataba de idear un camino alternativo, cuando mi coche enloqueció y empezó a hacerme extraños. Patinaba, se iba para los lados, aceleraba y frenaba contra el bordillo sin que yo interviniese lo más mínimo. El volante daba vueltas como si tuviera vida propia. Yo intentaba tomármelo con filosofía hasta que ocurrió lo inevitable: en una pequeña cuesta el coche cogió más velocidad de la debida y no pude controlarlo. Mi percepción se ralentizó lo suficiente como para que me pudiese dar cuenta de lo que iba a ocurrir segundos antes de que efectivamente ocurriera. Iba a chocar contra el coche que estaba parado delante. Y choqué.

Fue un choque pequeño, nos separaba poca distancia y yo, a pesar del descontrol, iba muy despacio. Pero aún así, me quedé absolutamente bloqueada. Era la primera vez en casi ocho años de carnet que tenía un accidente de tráfico, por insignificante que fuera, afortunadamente. Volví a poner las luces de emergencia y empecé a llorar, dándome cuenta de que no controlaba el coche lo más mínimo y que, a pesar de ello, tenía que salir de allí. Mucha gente empezaba a dejar sus coches aparcados, pero yo seguía intentando llegar al trabajo. Asustada, gimoteando, bloqueada por momentos, proseguí la marcha. A mitad del camino tuve que pedir ayuda a otro conductor porque no sabía cómo volver a salir a la carretera ni si era posible. El hombre hizo gala de una gran paciencia y solidaridad y me ayudó a seguir. Cuando volví a entrar en el pueblo comprendí que era imposible seguir circulando por las calles. Llamé al trabajo y una compañera me aseguró que había tenido que poner las cadenas para circular. Yo llevaba cadenas pero no sabía ponerlas. Estaba asustada, cansada, temblorosa y encima no podía caminar por la nieve sin que mis pies se arriesgaran a ennegrecer de congelación. Desistí. E hice bien: apenas una hora más tarde me habría quedado atrapada.


Angustia

Llegué a casa sana y salva. En el camino, mi coche volvió a patinar, vi varios accidentes y tuve que bajar una cuesta con la ayuda del freno de mano. Me había mentalizado a acabar empotrada en cualquier farola, pero por suerte nada de eso ocurrió.

En cuanto me calmé un poco empecé a pensar intensamente en mi novia. Por suerte, no tenía que trabajar en la sierra, lo cual me tranquilizó. Recordé que había empezado a nevar bastante más tarde de que ella saliera de casa, e intenté apartar de mi cabeza las múltiples imágenes macabras que me asediaban. Le mandé un mensaje y me hice una tila doble esperando a que me llamara. Puse la televisión y comprobé que la nevada no había sido tan copiosa en la zona donde ella trabaja. Me quedé dormida de puro agotamiento debajo de una manta y al rato desperté sobresaltada. En todas las cadenas salían imágenes de la nevada y mi novia seguía sin llamar. Estuve repitiéndome que no habría pasado nada malo hasta que sonó el teléfono. Mi novia estaba bien, aunque atrapada en uno de los múltiples atascos que se habían formado. No le quedaba mucha gasolina y se puso muy nerviosa. Después de dos horas, consiguió salir de aquella ratonera y dejó el coche abandonado en un parking. Volvió a casa en metro y, milagrosamente, llegó a la hora de comer.


Alegría

Cuando entró por la puerta nos llenamos de besos y abrazos. Las dos estábamos bien, con el miedo todavía en el cuerpo, pero bien. Compartimos experiencias, llamamos y recibimos llamadas de familiares, comimos caliente. Nos sentimos muy, muy afortunadas.

Surrealismo

400 kilómetros de atascos.
Miles de conductores atrapados.
Localidades enteras aisladas.
El aeropuerto cerrado.

5 centímetros de nieve.

Vergüenza

Las administraciones se echaban unas a otras la culpa. Que si esta carretera es responsabilidad del Ayuntamiento, que si la otra de la Comunidad, que si aquella pertenece al Estado. Había máquinas quitanieves suficientes, pero nadie había visto ninguna. Los altos cargos se reúnen para debatir si procede o no la intervención del ejército; mientras tanto, aumenta el número de coches que se quedan sin gasolina. Los trabajadores que han llegado a su trabajo no saben si podrán volver a sus casas. Desde los colegios llaman a los padres para que vayan a recoger a sus hijos. El alcalde nos da una alegría: hoy no cobrarán los parquímetros.

Rabia
No es la primera vez que veo mi ciudad sumida en el caos. No es la primera catástrofe que vivimos juntos desde hace muy pocos años. Aún así, me da rabia: creo que no nos lo merecemos, que no es justo, que hay muchas cosas que se hacen mal.

Amanecer

Esta mañana amaneció de color blanco. Mi novia y yo nos pusimos las botas de montaña y salimos al comprar. Por todas partes había muñecos de nieve y cuestas convertidas en pistas para los trineos. Mucha gente había visto la nieve por primera vez. Los esquiadores esquiaban. Las carreteras estaban razonablemente limpias y el paisaje era espectacular. Madrid no parecía Madrid, pero lo era y resultaba precioso. Subimos la calefacción.

Resistiendo, una vez más.
Encantada.

lunes, 5 de enero de 2009

Fuego

Esta película me ha emocionado profundamente, me ha regalado una dosis extra de fuerza y confianza, y me ha invitado a viajar por otros países, otras culturas, otros cuerpos que podrían ser los de cualquiera de nosotras, sin serlo.

Me gusta especialmente cómo la directora, Deepa Mehta, juega con los diferentes significados de la palabra “fuego”: el fuego de la juventud, el fuego del hogar, el fuego de los celos, de la pasión, de la violencia, el fuego de la sangre, el fuego del amor, el fuego de la fuerza y de la valentía, el fuego de la purificación y del juicio divino. Todos estos significados se van distribuyendo a lo largo de la película, en un puzzle que puede resultar complicado para las que no estamos acostumbradas a películas de este tipo, y que cobra, no obstante, un sentido profundo hacia el final, encendiendo una llama de rabia y determinación en cualquier espectador con un mínimo de sensibilidad.

Creo que esta película habla, sobre todo, de los derechos de las mujeres. El derecho al propio cuerpo, a la propia vida, a una sexualidad autónoma y libre, el derecho a la alegría, al gozo, a los sueños, a los proyectos y a la libertad. El derecho a elegir por qué sentirse contenta y por qué sentirse desgraciada. El derecho a decidir qué es lo que tiene importancia. El derecho a la propia existencia, a ser por una misma y para una misma, el derecho a sentirse bendecida por lo sagrado, a participar de la experiencia sin mediaciones, sin ser un medio para el otro.

Todo esto se manifiesta de una forma muy sencilla cuando las dos mujeres protagonistas se atreven a decir “no”. En la intimidad de la pareja, en el silencio de la noche, su no suena claro, directo, inapelable. Es el no de la autoafirmación, de la autoconciencia. Es el no del respeto por una misma, el no de la vida que se abre camino, es el no de la mujer. Un no físico y simbólico. Un no difícil pero posible. Sin grandes dramas ni violencia, simplemente no.

También me ha gustado muchísimo la visión que da la directora de la India actual. Creo que la mayoría de las personas nos hemos quedado estancadas en la India de Gandhi, de los rituales sagrados del Ganges, de los santones, las vacas y la pobreza. Sin embargo, en esta película se ve que hay otra India, una India ecléctica donde lo antiguo y lo nuevo conviven de manera sorprendente, donde las mismas personas pueden ser artífices de los cambios y baluartes de la tradición.

En fin, todo un descubrimiento, especialmente sabiendo que esta película forma parte de una prometedora trilogía (Fuego, Tierra, Agua) sobre la India vista a través de la experiencia de la mujer.

¡Encantada!

sábado, 3 de enero de 2009

Apuntes en verde encantada

Año nuevo, blog nuevo.

Planeaba la creación de un nuevo blog desde hace algún tiempo, y ahora, por fin, me he atrevido a hacerlo realidad. Como en todos los comienzos, el entusiasmo se entremezcla con la inseguridad, la lujuria intelectual con el miedo a lo desconocido; supongo que así debe ser. Me conformo con que mi nuevo camino resulte agradable, para mí y para quien lo quiera compartir.

Encantada.

jueves, 1 de enero de 2009

¡Feliz 2009!

Que TODXS tengamos la oportunidad de hacer de éste nuestro año.

¡Encantada!

lunes, 29 de diciembre de 2008

Dar la cara

Hace poco me hice con este libro y desde entonces no para de darme gratas sorpresas, motivos para reflexionar, nuevos conocimientos y un largo etcétera de estupendos regalos para mi yo lésbico. Uno de ellos lo encontré en el artículo de Empar Pineda que abre el volumen (“Mi pequeña historia sobre el lesbianismo organizado en el movimiento feminista de nuestro país”), un recorrido histórico sorprendente y sumamente esclarecedor. Puede que sea solo un detalle dentro de un texto tan interesante, pero hubo algo que a mí me llamó muchísimo la atención y me hizo pensar. Y es que, entre tantas luces para alumbrar la ignorancia, Empar Pineda enciende una pequeña bombillita al explicar, de manera divertida y rigurosa, que en los años 70 y 80 los homosexuales no hablaban de “salir del armario” sino de “dar la cara”. Y aunque sea solo una cuestión de denominaciones, el descubrimiento me gustó.

“Salir del armario” es una expresión que tiene sus pros y sus contras. A favor de la misma yo diría que está el hecho de que sea algo acuñado por y para la comunidad homosexual, que haga referencia a nuestra experiencia de manera específica, visibilizando una particularidad propia de nuestra condición, por la cual el manejo de nuestra información personal, la revelación y el secreto suelen ser asuntos centrales en nuestras vidas. Alrededor de esta expresión, por otra parte, se ha creado toda una alegoría partiendo de la idea del “armario”: que si tiene doble fondo, que si hay más de uno, que si abrir las puertas, que si sacar a los que se refugian dentro, etc, etc. Sin embargo, a muchas personas homosexuales la metáfora les crea cierta desazón: ¿por qué estamos dentro del armario de serie? ¿cómo es de pronto aparecemos allí? ¿por qué la sociedad no tiene en cuenta nuestra existencia en lugar de obligarnos a dar explicaciones a cada paso? ¿por qué una revelación detrás de otra y no algo más fluido, con menos puertas, dobles fondos y angustias en su interior?

Por su parte, “dar la cara” es una frase hecha que se utiliza en muchísimos contextos, que no viene marcada como propia de la comunidad homosexual y cuyo significado varía enormemente según la situación en que se utilice. Sin embargo, y a pesar de su inespecificidad, presenta algunas connotaciones positivas que creo que le otorgan mucha fuerza. Por un lado, “dar la cara” conlleva un gesto lleno de valentía que, además, resulta fundacional: la historia empieza cuando uno decide dar la cara, no acaba cuando se sale del armario; cuando uno da la cara comienza a construirse un camino que le lleva hacia delante, cuando se sale del armario el acento está puesto en la huida de un lugar en principio no pedido, no construido e incluso negado. Por otro lado, “dar la cara” tiene un matiz colectivo que no presenta “salir del armario”: uno da la cara por sí mismo, pero también por los demás, unos demás sin cara que pueden pertenecer o no a la comunidad homosexual, que incluso pueden formar parte de grupos más amplios por los que también se da la cara, queriéndolo o no, y a los que se ayuda a avanzar con nuestro gesto. Finalmente, “dar la cara” implica la decisión de compartir algo que alguien posee de forma muy obvia, tan obvia como su propia cara. Y esto me gusta porque resta importancia al hecho de que las personas homosexuales “guardemos nuestro secreto” y lanza la pelota al tejado de la sociedad, incapaz de ver la diversidad que todos los seres humanos llevamos pintada en la cara.

En fin, un pequeño gran hallazgo en un pequeño gran artículo.

¡Encantada de seguir decidiéndome a dar la cara!

sábado, 27 de diciembre de 2008

Reflexiones sobre el depredador interior

La autora del libro Mujeres que corren con los lobos, Clarissa Pinkola Estés, explica que en nuestra psique existe una figura innata que ella, dentro de la estructura simbólica que crea alrededor de la Mujer Salvaje, considera un depredador natural: el depredador interior. Sin embargo, yo pienso que lo que existe de manera innata es tan sólo la posibilidad de ese depredador, posibilidad que se actualiza cuando el depredador surge de la interacción entre el interior y el exterior de nuestra mente. Y lo creo porque en mi cabeza existen tres depredadores interiores básicos, y estoy absolutamente segura de que cuando nací no estaban ahí.

Mi primer depredador se dedica a devorar la seguridad que debería tener en mí misma. Y creo que este depredador ha surgido en mi mente como resultado de mi asimilación interior de la educación autoritaria exterior que he recibido. Desde niña se me enseñó que no estaba bien tomar decisiones por una misma, que los proyectos que se me ocurrían eran locos y descabellados y que, por tanto, debían pasar por el filtro de la opinión ajena para evitar que los llevara a cabo. Pienso que este depredador surgió de esto y no de otra cosa porque la educación autoritaria no extendió sus tentáculos por igual a todos los ámbitos de mi vida, de manera que en aquellos en los que se me dejó mayor libertad hoy gozo de un nivel de autoconfianza que se podría calificar, al menos, como digno.

Mi segundo depredador trata de impedir que haga uso de mi libertad y mi autonomía de una manera sana. Para mí, este depredador ha surgido del manejo que se ha hecho en mi entorno del sentimiento de culpa. Ante cualquier decisión incómoda, diferente, cuestionadora (decisiones bastante abundantes en mi biografía y que no hacen sino aumentar), la reacción siempre tenía forma de reproche, de chantaje emocional, de amenaza. Y de ahí esa permanente sensación de miedo que me invade en los momentos más críticos de mi vida, sensación que no viene provocada por la lógica incertidumbre, la desazón ante lo desconocido o las posibles consecuencias inesperadas de mis actos (los cuales suelen estar concienzudamente planeados, por cierto), sino por mi propio depredador interior, el cual me ha llevado a creer que el uso de mi libertad y mi autonomía siempre conlleva un daño para las personas que me rodean, y que por lo tanto, debe ser un uso discreto, reducido o sencillamente nulo tanto para evitar ese daño como para no minar mi autoconcepto, es decir, para no tener que pensar de mí misma que soy una mala persona.

Mi tercer depredador es casi un recién nacido en mi vida, y sin embargo, ha aprendido muy bien cuál es su presa: mis sentimientos de orgullo, dignidad y capacidad ante el hecho de ser lesbiana. A pesar de la educación homófoba que todos recibimos, yo creo que este depredador ha surgido, en mi caso, a partir del rechazo y la violencia que he sufrido desde que me decidí a exteriorizar esos sentimientos. Y estoy segura de ello porque mantenerlos a flote me cuesta una batalla cada día, algo que podría haberme ahorrado si los hubiese podido construir con los demás y no a pesar de los demás. Por supuesto, este depredador no es más que el cachorro de los otros dos, ya que dudo mucho que pudiera haber surgido en mi mente si esta no hubiese estado previamente abonada por la falta de confianza en mí misma y el miedo y la duda constante hacia mis propias decisiones. Por otro lado, cada vez estoy más convencida de que este depredador es bicéfalo, y que no sólo muerde las emociones positivas que me crea el hecho de ser lesbiana, sino también las que siento cuando me reconozco como mujer.

Pero mi intención no es contradecir a la autora del libro, sino simplemente aplicar sus ideas a mi caso particular. Porque, de hecho, creo que es hasta correcto presentar al depredador de la psique como un depredador innato, natural, ya que este está presente en la mente de la mayoría de las personas. A partir de esta idea podemos preguntarnos por qué una figura psicológica que no es innata ha llegado a naturalizarse de esa manera. Para mí, el problema está en nuestras culturas, no en nuestras mentes: no somos los individuos aislados los que estamos en peligro, sino toda la sociedad la que enferma cada día de la mordedura del depredador. ¿Podríamos entonces erradicar al depredador interior? Yo creo que no, y ni siquiera creo que fuera deseable; pero lo que sí considero que podría ser posible es reducir el número de depredadores mentales, enseñar a las personas a controlarlos, no producirlos de manera estructural en la sociedad, minimizar sus daños, las interacciones malévolas, el dolor. Y pienso que las personas que más los sufrimos, las personas que, no obstante, nos damos cuenta de su existencia y de los daños que nos causa, somos las personas que más podemos contribuir a mejorar nuestra situación personal y colectiva ganándole batalla tras batalla al depredador.

Encantada (y armada hasta los dientes) para intentarlo.

jueves, 25 de diciembre de 2008

Navideñas

Este año, mi novia y yo estamos muy navideñas. Y es curioso, porque al menos la que suscribe llevaba casi una década haciéndole el boicot a estas fechas, y en especial, a toda la decoración moña con la que mi madre se empeñaba en ambientar la casa. Pero este año me prometí a mí misma que no pasaría la navidad sin, al menos, un árbol, y lo he conseguido:

Claro que no ha sido fácil, porque durante unos días pareció que todos los objetos navideños habían decidido hacernos el boicot a nosotras en justa venganza por el ostracismo al que los habíamos sometido en los últimos años. Aviso para navegantas: en Madrid es casi imposible encontrar un abeto de plástico a partir del día veinte de diciembre (en realidad, yo sospecho que los abetos ya están agotados allá por el quince de agosto, al poco de empezar a anunciar la lotería de navidad), así que quien decida buscarlo en esa fecha, tendrá que recorrerse una media de cinco o seis centros comerciales, a ser posible en un par de tardes (pues de lo contrario comprobará no sólo que ya no queda un puñetero árbol en la ciudad con más superficie comercial de España, sino que a medida que pasan las horas, los adornos navideños van decayendo en progresión exponencial, con lo que, cuando por fin una logra hacerse con el último abeto de la última tienda, no tiene nada con qué adornarlo).

Y hablo por propia experiencia, que no quedaban adornos ni en el Ikea (!).

Lo bueno de todas estas adversidades es que lograron aumentar nuestras ansias navideñas, haciendo realidad el milagro de que nos desplazásemos al centro de Madrid en plenas “semanas prohibidas”. Mi novia, en especial, se desayunó sus propias advertencias (“este año no pienso ir a Sol en todas las navidades”, “¿a la Plaza Mayor? ¿yo? ¡nunca más en la vida!”), y me llevó de la mano por todos los puestecitos navideños más contenta que unas castañuelas. Segunda advertencia para navegantas: si te quedaste sin adornos para tu árbol y la Plaza Mayor es tu última opción de compra, prepara un buen fondo de billetes porque allí los precios sencillamente triplican los de cualquier otro sitio que hubieras visitado antes (sí, sí, aquellos sitios en los que no había árboles pero sí unos adornos muy monos que luego desaparecieron cuando al fin tenías dónde ponerlos).

Menos mal que al lado de nuestra casa hay un chino muy cuco donde estaban todos los adornos de la Plaza Mayor a mitad de precio. Con excepción, claro está, de nuestro precioso muñeco de nieve navideño: lleva dos días pegado en la puerta de casa... ¡y todavía no nos lo han robado!

¡Encantada con el espíritu navideño!

lunes, 8 de diciembre de 2008

De la Mujer y otros mitos (II)

De todos estos mitos, ninguno está más anclado en los corazones masculinos que el del “misterio” femenino. Tiene un montón de ventajas. Para empezar, permite explicar de balde todo lo que parece inexplicable; el hombre que no “entiende” a una mujer, está feliz de transformar una deficiencia subjetiva en resistencia objetiva; en lugar de admitir su ignorancia, reconoce la presencia de un misterio ajeno a él: explicación que alimenta tanto la pereza como la vanidad.

Con seguridad, la mujer es misteriosa, “misteriosa como todo el mundo”, en palabras de Maeterlinck. Cada cual sólo es sujeto para sí; sólo puede captarse a sí mismo en su inmanencia: desde ese punto de vista, el otro siempre es misterio. Pero lo que se llama misterio no es la soledad subjetiva de la conciencia, ni el secreto de la vida orgánica. La palabra adquiere todo su sentido cuando hablamos de comunicación: no se reduce al puro silencio, a la noche, a la ausencia; implica una presencia balbuciente que fracasa al manifestarse. Decir que la mujer es un misterio es decir, no que calla, sino que su lenguaje no es escuchado; está ahí, pero oculta bajo unos velos. ¿Quién es ella? ¿Un ángel, un demonio, una inspirada, una actriz? Suponemos, o bien que estas preguntas tienen respuestas imposibles de descubrir, o más bien que ninguna es adecuada, porque el ser femenino implica una ambigüedad fundamental; en su corazón, es indefinible para ella misma: una esfinge.

El hecho es que le daría mucho trabajo decidir quién es; la pregunta no tiene respuesta, pero no porque la verdad oculta sea demasiado cambiante para dejarse atrapar, sino porque en este terreno no hay verdad. Un existente no es nada más que lo que hace; lo posible no sobrepasa la realidad, la esencia no precede a la existencia: en su pura subjetividad, el ser humano no es nada. Se mide con sus actos. De una agricultora se puede decir que es buena o mala trabajadora, de una actriz que tiene o no talento, pero si consideramos a una mujer en su presencia inmanente, no podemos decir absolutamente nada de ella, está más acá de cualquier calificación.

Sin embargo, el Misterio femenino, tal y como lo reconoce el pensamiento mítico, es una realidad más profunda: está inmediatamente implicado en la mitología de la Alteridad absoluta. Observemos que no se considera “misterioso” al ciudadano norteamericano, que sin embargo, desconcierta profundamente al europeo medio: más modestamente, se afirma no comprenderlo; así, la mujer no siempre “comprende” al hombre, pero no existe el misterio masculino; es porque la rica América, el varón, están del lado de los Amos, y el Misterio es propiedad del esclavo.

El mito de la mujer es un lujo. Sólo puede aparecer si el hombre se libra del apremio de sus necesidades; cuanto más concretamente vive estas relaciones, menos las idealiza. El fellah del Antiguo Egipto, el campesino beduino, el artesano de la Edad Media, el obrero contemporáneo tienen, inmersos en las necesidades del trabajo y de la pobreza, relaciones demasiado definidas con la mujer singular que es su compañera como para dotarla de un aura fasta o nefasta. Las épocas y las clases a las que se les concedía el privilegio de soñar alzaron las estatuas negras y blancas de la feminidad. Pero el lujo tiene también una utilidad: la superación de la experiencia hacia la Idea trascendente es un paso deliberado de la sociedad patriarcal con fines de autojustificación; a través de los mitos, imponía a los individuos sus leyes y sus costumbres de una forma gráfica y sensible; el imperativo colectivo se insinuaba en cada conciencia en una forma mítica. Cada cual puede encontrar en ellos una sublimación de sus modestas experiencias: los unos, engañados por la mujer amada, declaran que es un útero rabioso; los otros están obsesionados por la idea de su impotencia viril y transforman a la mujer en Mantis Religiosa; aquellos se complacen en compañía de su mujer, que se transforma así en Armonía, Reposo, Tierra, nutricia. El afán de eternidad con poco gasto, de un absoluto de bolsillo, que encontramos en la mayor parte de los hombres, se sacia con mitos. La menor emoción, una contrariedad se convierte en el reflejo de una Idea intemporal; esta ilusión halaga agradablemente la vanidad.

El mito es una de esas trampas de la falsa objetividad en las que la seriedad cae con los ojos cerrados. Se trata una vez más de sustituir la experiencia vivida y las libres opiniones que exige por una ideología estereotipada. El mito de la Mujer sustituye las relaciones auténticas con un existente autónomo por la contemplación inmóvil de un espejismo. El hombre no tendría nada que perder, todo lo contrario, si renunciara a disfrazar a la mujer de símbolo. Los sueños, cuando son colectivos y dirigidos, son muy pobres y monótonos comparados con la realidad viva. Reconocer en la mujer a un ser humano no es empobrecer la experiencia del hombre: no perdería nada de su diversidad, de su riqueza, de su intensidad si se asumiera en intersubjetividad; rechazar los mitos no es destruir toda relación dramática entre los sexos, no es negar los significados que se revelan auténticamente al hombre a través de la realidad femenina; no es suprimir la poesía, el amor, la aventura, la felicidad, el sueño: es simplemente pedir que conductas, sentimientos, pasiones se fundamenten en la verdad.

A los ojos de lo hombres, y para la legión de mujeres que ven por sus ojos, no basta con tener un cuerpo de mujer, ni con asumir como amante, como madre, la función de hembra para ser una “mujer mujer”; a través de la sexualidad y la maternidad, el sujeto puede reivindicar su autonomía; la “mujer mujer” es la que se acepta como Alteridad. En la actitud de los hombres de nuestros días hay una duplicidad que crea en la mujer un desgarramiento doloroso; aceptan de forma bastante extendida que la mujer sea una semejante, una igual; no obstante, le siguen exigiendo que sea lo inesencial; para ella, estos dos destinos son irreconciliables; duda entre uno y otro sin adaptarse exactamente a ninguno, y de ahí viene su falta de equilibrio. En el hombre no hay ninguna cesura entre vida pública y vida privada: cuanto más afirma en la acción y en el trabajo su control sobre el mundo, más viril parece; en él, los valores humanos y los valores vitales se confunden; en cambio, los éxitos autónomos de la mujer están en contradicción con su feminidad, pues se pide a la “mujer mujer” que se convierta en objeto, que sea Alteridad.

Ahora es muy difícil para las mujeres asumir a un tiempo su condición de individuo autónomo y su destino femenino; es la fuente de estas torpezas y malestares que a veces las presentan con un “sexo perdido”. De todas formas, la vuelta al pasado no es posible ni tampoco deseable. Lo que hay que esperar es que los hombres, por su parte, asuman sin reservas la situación que se está creando; sólo entonces podrá vivir la mujer sin desgarrarse.

Simone de Beauvoir, El segundo sexo.

Encantada.

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