domingo, 17 de mayo de 2009

Día internacional contra la homofobia

Con motivo de la celebración del 17 de mayo, me gustaría hacer mención a un tipo de homofobia que, en ocasiones, las propias personas homosexuales nos olvidamos de combatir: la homofobia interiorizada.

Esta homofobia tiene su origen en la interacción entre nuestro yo interior y la vida en sociedad. Desde nuestra infancia, millones de mensajes (subliminales en el mejor de los casos, explícitos muy comúnmente) nos advierten de que tener una sexualidad diferente a la heteronormativa es negativo. Puede que esa negatividad se exprese en forma de pecado, de falta moral, de enfermedad, de depravación; pero, en cualquier caso, la idea de fondo es semejante.

Muchas veces, no es necesario que nadie nos diga nada, ni siquiera tenemos que oír hablar de la existencia de una sexualidad diferente para aprender a temerla y, a partir de este temor, defendernos de ella odiándola. Las propias estructuras que vertebran nuestra sociedad se encargan de generarnos esas emociones: todo el mundo tiene papá y mamá, abuelos y abuelas, tíos y tías; todas las películas, libros, canciones están protagonizadas por parejas heterosexuales; nuestro futuro, por tanto, debe ser y será el mismo, el único. Lo que nos muestran como normal nos introduce sin preguntarnos en la esfera de lo normativo, ocultándonos información, negándonos una visión completa de la realidad.

Por eso, cuando descubrimos que la realidad puede ser diferente, y que esa diferencia la provocamos nosotros, el miedo a lo desconocido puede llegar a convertirse en rechazo y odio por lo que pudiera ser nuestra vida, por la experiencia de nuestro verdadero yo. El sufrimiento atroz que esta contradicción conlleva nos empuja a minimizarlo acudiendo a diversos razonamientos que, a corto plazo, resultan paliativos: que me guste tener relaciones sexuales con alguien de mi propio sexo no me convierte en homosexual; yo me enamoro de las personas y que mis parejas siempre hayan sido de mi mismo sexo es pura casualidad; aunque mantenga una relación estable con alguien de mi propio sexo soy heterosexual; que alguna vez haya tenido una relación heterosexual implica que no puedo ser homosexual; etc.

Considero que el caso de la homofobia interiorizada debe ser tratado como cualquier otro tipo de homofobia: problematizando ésta y no la homosexualidad. Sin embargo, muchas personas que la sufren confunden estos términos y creen que su malestar proviene de su condición sexual y no del odio hacia ellas mismas que las estructuras sociales les han transmitido durante años, y que probablemente les siguen transmitiendo. Este cambio de perspectiva, no obstante, parece ser la clave para instalarse en el camino de superar el odio y caminar hacia la aceptación.

Por nuestra propia salud, recordemos que la homofobia interiorizada también se puede curar.
Encantada de contribuir a su desaparición.

jueves, 14 de mayo de 2009

Dos años ENCANTADA

Ayer mi blog cumplió dos añitos, y lo mejor es que cada día que pasa estoy más encantada.

Encantada de escribir, de compartir, de pensar, sentir y conocer. Encantada de no haber perdido la ilusión por un proyecto que me ayuda a seguirle el paso a mi propio devenir. Encantada de tener nuevas ideas, nuevos iniciativas, nuevos sueños, y de ser capaz de entretejerlos con las pequeñas agujas de este pequeño yo.

Hace un año decidí cambiar la imagen de cabecera. Atrás dejé un cuerpo oculto bajo el burka, que se conformaba con afirmar su propia existencia, con asegurar que estaba vivo; y aposté por otro en movimiento, una mujer que, si bien semi-visible, avanzaba hacia algún lugar. Ahora siento que mi identidad, poco a poco, va dejando de estar definida por lo que oculto para expresarse en lo que muestro, en la manera en que por fin me voy animando a vivirme, cada día con menos miedo, con más alegría en cada paso, reflejando un arcoiris de esperanza aun consciente de que no ha dejado de llover.

Dos años significan un buen puñado de escritos: experiencias, pensamientos, ideas, enfados y alegrías que no quiero dejar de compartir. Por eso me hace muy feliz estar construyendo una nube de temas que, si bien me llevará algún tiempo terminar, puede hacer un poco más transparente este blog para quienes poco a poco se van acercando por aquí. Es mi manera de hacerles más cálida la bienvenida y facilitar cada una de las visitas que me quieran hacer.

Encantada de seguir creciendo.

martes, 28 de abril de 2009

Lesbiana (o no)

Leía hace poco que, por lo general, las personas nos sentimos más cómodas cuando podemos explicarnos contando nuestra propia historia que cuando se nos obliga a decirnos adscribiéndonos a una única categoría. Y esto es aplicable también a aquella que pone nombre a nuestra orientación sexual.

Personalmente, he descubierto que una de las cosas que me molesta de decir que soy lesbiana son las interpretaciones restrictivas que algunas personas hacen de esa categoría. Me explico: sólo puedo sentirme cómoda denominándome lesbiana si todo lo que he sido, soy y seré cabe en ese concepto. Y para comprobarlo necesito contrastarlo con el relato de mi historia personal.

Después de recolectar gran cantidad de recuerdos y experiencias de mi infancia y juventud, después de pasarlos también por el tamiz de diferentes tipos de compresión (intelectual, emotiva, discursiva, biográfica y un largo etcétera), he llegado a la conclusión de que mi objeto de deseo romántico y social han sido, la mayor parte del tiempo, los hombres. Es decir: durante más de veinte años de mi vida, me he enamorado de hombres y he deseado que mi pareja fuera un hombre, todo ello aderezado con una ligera erotización de lo masculino. Por las mujeres, no obstante, sentía una intensa atracción física y sexual, atracción profundamente turbadora, que me provocaba un sentimiento cercano a la embriaguez del que creo haber sido siempre consciente. Pero en ese sentimiento no se incluía el amor ni, por supuesto, la deseabilidad social.

Desde hace un lustro, sin embargo, esta experiencia vital ha cambiado, debido, por una parte, a mi curiosidad por explorar el origen (y el alcance) de mi atracción por las mujeres; y por otra, a mi primera experiencia amorosa con una (mi pareja actual). En la misma línea, mis sentimientos por los hombres han ido decreciendo, no de manera inmediata (ni mucho menos), y siempre manteniendo, intermitentemente tal vez, cierta curiosidad por ellos y la misma ligera erotización que sentía con anterioridad.

¿Qué puede pasar de aquí en adelante? Yo creo, sinceramente, que mi camino se va dirigiendo hacia un aumento de la deseabilidad social en relación con las mujeres. Me refiero a que, poco a poco, empiezo a sentir en mí eso que antes me llamaba tanto la atención en otras y que pensaba que no podía estar hecho para mí: la certeza, cada día mayor, de que si volviese a nacer querría nacer de nuevo lesbiana. Empiezo a asumir mi lesbianismo no como un castigo divino o una herencia genética contra la que no se puede luchar, sino como un regalo maravilloso, una oportunidad que la vida me brinda para poder desarrollarme y ser feliz de la manera más hermosa que podría imaginar. Empiezo, creo, a considerar que ser lesbiana no es una mera orientación sexual, sino una opción personal.

¿Puede entonces la categoría lesbiana albergar por completo mi experiencia? ¿Entenderán los demás que, si yo soy lesbiana, esta palabra significa necesariamente todo lo que yo soy? Y si mi futuro no fuera el que creo, ¿en qué momento dejaría de ser lesbiana para, quizás, plantearme si soy o no bisexual? ¿Cómo y dónde se establecen los límites entre ambos conceptos? ¿Los pongo sólo yo o los ponen también los demás?

Si bien la adscripción personal a una u otra categoría depende de numeroso factores, me parece relevante ese sentimiento de comodidad con el concepto que surge especialmente cuando, aparte de constituir una opción, la palabra con la decidimos nombrarnos realmente nos representa. De manera amplia, diversa, pero lo suficientemente significativa como para poder decirnos y decir: “sí, yo soy así”.

Mientras no sintamos eso, mientras no hayamos recorrido esa parte del camino, quizá no merezca la pena esforzarse por aceptar o rechazar una palabra vacía (o con demasiada carga) que otros dicen que somos (o no).

Encantada.

viernes, 24 de abril de 2009

Nu Gua

La supervivencia a través del tiempo del mito chino de Nu Gua es casi un milagro, un pequeño tesoro que debemos conocer, preservar y difundir. Y es que es uno de los pocos en los que una diosa y no un dios crea a los seres humanos.

Como en otros relatos de la creación, Nu Gua había existido desde siempre, gozando del poder de transformarse y transformar otros elementos. Después de mucho tiempo vagando por el mundo en soledad, decidió buscar compañía, creando a los seres humanos. Para ello, se sentó en la orilla de un río y empezó a moldear una figurilla con barro. Cuando la posó en el suelo, una vez terminada, ésta cobró vida de inmediato, bailando y riendo de felicidad. Contagiada de esta alegría, Nu Gua decidió llenar el mundo de otras figurillas similares, para lo cual trabajó hasta el anochecer. Sin embargo, pronto se dio cuenta de que, por mucho que trabajara del mismo modo, no alcanzaría a crear tantas figurillas como deseaba. Entonces, cogió un tallo de enredadera, lo pasó por el barro y, utilizando su poder, lo hizo girar, de manera que cada gota de barro que salía despedida de la enredadera y tocaba el suelo se transformaba en un ser humano. Y así fue como la diosa Nu Gua logró poblar la Tierra.

En otro mito posterior, la diosa Nu Gua salva al mundo de la destrucción. Después de que dos de los dioses más poderosos se pelearan, uno de los pilares que sujetaban el cielo quedó dañado, provocando terribles inundaciones. Se dice que Nu Gua reparó el daño con su propio cuerpo, aunque en otras versiones utilizó para ello piedras de siete colores, dando origen al arco iris.

Los mitos asociados con la diosa Nu Gua me resultan particularmente hermosos porque en ellos se nos ofrece una diosa creadora muy diferente a otros dioses creadores de diferentes tradiciones. Nu Gua asume su soledad y la combate, se contagia de la alegría de sus propias criaturas, admite sus limitaciones como diosa y las supera con ingenio, cuidando de su creación a pesar de los descuidos de otros dioses.

Por todo ello, creo que su figura es una fuente de reflexión muy valiosa, que nos invita a imaginar otra sociedad basada en otras tradiciones donde no prime el poder despótico, la destrucción y la violencia, sino el cuidado, la compañía y la alegría de vivir y compartir.

Encantada.

lunes, 13 de abril de 2009

Queer de toda la vida

Es curioso. Desde que empecé a oír hablar de la teoría queer hasta hace bien poco, el mensaje que me llegaba era siempre el mismo: lo importante es cuestionar las categorías establecidas, lo importante es darse cuenta de que la categoría “lesbiana” no significa nada, lo importante es pensar que todos somos diversos, fluctuantes, equívocos.

Y no es que no me pareciera bien o no estuviera de acuerdo, pero siempre pensaba que la teoría, tal cual, estaba incompleta. Deconstruir sin ofrecer nada a cambio me resultaba un mero juego de niños: hoy me pongo bigote, mañana digo que yo me enamoro de las personas, al día siguiente me embadurno un brazo de testosterona y, mientras tanto, las estructuras del odio, de la discriminación, de la persecución, de la infelicidad siguen intactas.

Para mí, las categorías pueden ser cuestionables, cambiantes, plurisignificativas; pero, por encima incluso de ello, son útiles. Sin la categoría lesbiana, sin que millones de mujeres en todo el mundo se adscribieran libremente a ella, sin la reivindicación de ese nombre, por muy vacío que esté, por muy difuso que parezca, todavía nos encarcelarían, nos encerrarían en manicomios, nos condenarían a muerte, nos echarían del trabajo, nos marginarían socialmente, nos impedirían mantener relaciones y, por supuesto, no nos podríamos casar ni formar una familia.

Por todo ello, me parecía que la versión de la teoría queer que me llegaba no era más que un juego intelectual que estaba llevándose a cabo, bien desde la huida de la realidad, bien desde una realidad demasiado cómoda. Podía estar de acuerdo en la importancia de reivindicar la diversidad, la multiplicidad de nuestras experiencias, pero no a costa de romper con lo que durante tanto tiempo nos ha dado sentido, con lo que nos ha permitido precisamente pensarnos de maneras tan distintas.

Sin embargo, hace poco descubrí que la teoría queer no se queda simplemente en eso, sino que ofrece una visión positiva (e inteligente, a mi juicio) de las categorías, destacando la importancia de hacer un uso estratégico de ellas. Así, considera que la rentabilidad política y social de palabras como lesbiana hace que no sólo no podamos sino que no debamos prescindir de ellas en nuestra lucha, lucha de carácter social contra las estructuras que nos impiden ser de manera individual pero también y muy especialmente de manera colectiva.

Y es que la homofobia es una construcción social, una gran ola de odio que no se para a valorar cada caso. Por eso, la lucha individualizada desde una concepción radical de la diferencia (que también implica aislamiento) no tiene ningún sentido. Las lesbianas existimos, pero no desde una perspectiva esencial (la lesbiana verdadera, la falsa, la que siempre lo fue, la recién convertida) sino desde una decisión personal, profunda, íntima, política, pragmática y social de aplicarnos libremente esa etiqueta, en nombre de la cual podremos reivindicar una parte muy importante de nosotras mismas, de nuestra forma de vivirnos, de ser.

De hecho, la teoría queer no sólo no huye de las categorías, sino que subraya nuestra adscripción múltiple a todas ellas. Allí donde haya una conceptualización de la realidad, allí encontraremos un nombre con el que llamarnos, un nombre para sernos, para vivirnos, para entendernos y para luchar, un nombre que, a pesar de todo ello, nunca nos representará esencialmente. Y es que las lesbianas no sólo somos lesbianas, sino también mujeres, biológicas o transexuales; trabajadoras, amas de casa, millonarias, paradas, indigentes; somos blancas, negras, orientales, mestizas; pertenecemos a tantas categorías como seamos capaces de pensar y aún más, y porque esas categorías funcionan en la sociedad, debemos tomar conciencia de ellas y hacerlas nuestras, emplearlas a nuestro favor y no dejar que funcionen sin nosotras, sin nuestra interpretación de las mismas, sin nuestra participación, sin nuestra diversidad. Nuestra ignorancia o la negación de la realidad no las destruye, nos las hace más comprehensivas; el juego inocente con ellas las mantiene intactas, incluso nos debilita y las refuerza; considerarlas esenciales e inmutables niega nuestra verdadera existencia y nos condena.

Y sobre todo ello nos hace reflexionar lo que a mi juicio es una versión completa y profunda de la teoría queer.

Encantada de haberlo descubierto.

miércoles, 8 de abril de 2009

Decisiones

Dedicado a A. Daniela, que tan amablemente
me incluyó en el club de futuras mamás.
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Supongo que tener dudas ante una decisión tan importante y evidentemente definitiva como tener hijos implica más una toma de conciencia ante la magnitud del acontecimiento que algún tipo de señal trascendente que nos avisa de que no se debe ser madre si en algún momento del proceso se dudó. O al menos, esa es mi visión después de reconciliarme con mis propios recelos. Y una de las maneras que me han ayudado a hacerlo ha sido darme cuenta de que, antes de tomar la decisión de tener hijos, ya tomé muchas otras decisiones que los implicaban.

Algunas son decisiones que podríamos denominar estructurales, como por ejemplo, escoger mi profesión y la manera en la que la desempeño. Aparte de que siempre me sentí inclinada a ella, y aunque mis aptitudes también apuntaban en la misma dirección, he de reconocer que, si he buscado la seguridad y la flexibilidad en mi trabajo ha sido porque, desde muy joven, tenía clarísimo que no quería que nada ni nadie coartase mi maternidad.

Y es que la experiencia de las mujeres de mi alrededor me había enseñado que la carrera profesional y el desarrollo de la maternidad suelen estar reñidos. Por eso yo, que tenía la intención de crear una familia numerosa, traté por todos los medios de conseguir un trabajo que me permitiera a mí elegir cuándo y cómo tener a cada uno de mis hijos, sin miedo al despido o a las trabas en la promoción profesional. Y aunque hoy me planteo si mi trabajo me permite el desarrollo de muchas de mis inquietudes, si es suficiente para mi realización personal y profesional, reconozco que, al menos en lo tocante a la maternidad, es estupendo.

Otras decisiones pueden considerarse coyunturales, pero no por ello menos importantes: por ejemplo, la elección del coche que me vi obligada a comprar cuando mi precioso primer bólido quedó inutilizable. Todo el mundo me aconsejaba que me comprase un modelo pequeño, manejable, de ciudad, de mujer. Pero mi autoconcepción de cabeza de familia me impedía pensar en un coche que no pudiera ser calificado, aunque fuera discretamente, de familiar. Por eso, cuando fui a ver el que sería mi futuro coche, no me decidí a comprarlo hasta que no abrí una de las puertas traseras, imaginé un par de sillitas de niño en los asientos, y supe que aquel podía ser el coche de una mamá.

Y aunque estas decisiones pertenecen al pasado, y que se podría argumentar, por tanto, que no implican que hoy en día, después de mis muchas dudas y mi toma de conciencia, todavía quiera ser madre, resulta que mi maternidad potencial sigue condicionando muchas otras decisiones presentes y futuras de gran calado, como por ejemplo, la compra de una casa.

Cuando mi novia y yo decidimos vivir juntas, los criterios que utilizamos para buscar un piso sólo tenían que ver con nosotras: que fuera barato, legal, que tuviera una habitación de estudio, que nos pillara bien a alguna de las dos para ir al trabajo, que tuviera el metro cerca para poder ir al centro, etc. Sin embargo, los que ahora me obsesionan cada vez que buscamos una nueva vivienda no se parecen en nada a aquellos: que tenga colegios cerca, que tenga parques, que se pueda practicar deportes en las inmediaciones, que resulte lo más acogedor posible para una familia homoparental... En fin: nada que me hubiera importado si la casa fuera sólo para nosotras dos.

Por eso creo que, a pesar de mis dudas, lo que me planteo y me replanteo, los impedimentos de alrededor, las dificultades, el miedo... muchas decisiones en mi vida ya han preparado el camino para que algún día sea lo único que mis hijos necesitan que yo sea: su mamá.

Encantada.

lunes, 23 de marzo de 2009

Sevilla (puede ser) diferente

Aprovechando que teníamos unos días de vacaciones, mi novia y yo hemos hecho una escapadita a Sevilla. Han sido unos días preciosos de sol, monumentos, largos paseos, bromas y carantoñas: justo lo que necesitábamos después del crudo invierno.

La Giralda y la Torre del Oro, dos ejemplos de nuestro valiosísimo legado árabe.

Hacía ya varios años que no pisaba Andalucía, y no me he dado cuenta de cuánto la extrañaba hasta que no me he sentido otra vez allí. Mi mitad andaluza hervía emocionada al recuperar el acento, los giros y chascarrillos, las costumbres del sur. Pensé que ya nunca más me ocurriría y, sin embargo, una parte de mí volvió a sentirse en su hogar.


Esplendor primaveral en el Parque de María Luisa.

Lo que más me apena de visitar ciudades así, como turista, es la visión tan sesgada que te llevas de lo que es realmente aquello que visitas. En el caso de Sevilla, esto se cumple con mucha más intensidad, ya que allí redundan todo lo que pueden en lo típico, que es lo que casi todo el mundo parece ir buscando. Sin embargo, yo estoy segura de que existe otra Sevilla, que apenas hemos podido intuir detrás de tanta parafernalia, y que espero ir conociendo con el tiempo.


La Plaza de España, impresionante.
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Algo de esa otra ciudad, desconocida, pudimos desvelar cuando tratamos de encontrar las zonas de ambiente, más a la vista que en Barcelona, pero también sumamente diferentes a lo que conocemos en Madrid. Y es que, allá donde vamos, esperamos inconscientemente encontrar algo parecido a Chueca, pero este tipo de barrios rosas no se dan en todas las ciudades, hacen falta determinadas circunstancias que en Sevilla tampoco parecen haber tenido lugar. Y aun así, me gustó muchísimo conocer una zona diferente, a primera vista más abierta, alternativa e integrada que Chueca, lo cual me alegró.


Poderío femenino en la Giralda.
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La otra Sevilla también se nos mostró mientras volvíamos en taxi a la estación. Hablando de todo un poco, le saqué al taxista el tema de la Semana Santa, casi como cortesía, pues pensé que a él le gustaría hablar de las procesiones, algo que a mí me genera bastante animadversión. Y entonces él me sacó de mi error con toda naturalidad:

− Hay que ver, ¿verdad?, esa gente, que siente tanto todo eso, que les ves en la tele llorando cuando llueve y te da pena, ¿verdad?, y lo difícil que es de entender, porque la gente normal, así como nosotros, no vemos más que una estatua, ¿verdad?, y te preguntas, ¿pero cómo pueden ponerse así por una estatua?, ¿verdad?, pero es que esa gente lo vive, ya ves...


Un cartel que dio para varios días de bromas.

Porque no toda Sevilla es lo que parece, o lo que nos parece, o lo que hacen que nos parezca: encantada.

martes, 17 de marzo de 2009

Todo llega

Hace unos meses, mi padre me dijo que tenía muchas ganas de quedar a comer conmigo, para que hablásemos de “nuestras cosas”. Yo me quedé más estupefacta que si se me hubiera aparecido Chavela Vargas en el salón cantándome aquello de “Ponme la mano aquí...”, pero cuando reaccioné, la invitación todavía seguía en pie. Así que me volví a casa pensando en qué serían esas “cosas” que mi padre se empeñaba en calificar como “nuestras”, teniendo en cuenta que, desde hace años, solo hablamos de política y trabajo, temas absolutamente banales y neutrales para nosotros.

El tiempo pasó, y después de varios viajes y eventos laborales a los que se vio obligado a asistir mi progenitor, volvió a la carga y me reiteró la invitación de quedar a comer, subrayando de nuevo la frasecita: “ya sabes, para hablar de nuestras cosas”. Yo me apresuré en fijar la fecha, muerta de curiosidad y de miedo a partes iguales, y finalmente, la tan esperada comida tuvo lugar.

Según se iba aproximando el momento, yo me iba sintiendo más y más nerviosa. Para calmar mi ansiedad, decidí preparar una quiniela sobre lo que podía pasar, reduciendo las variables a tres posibilidades: a) que mi padre decidiera hablar conmigo de algo que tuviera que ver con mi orientación sexual y la relación que mantengo con mi novia, y que fuera para bien; b) que mi padre decidiera hablar conmigo de algo que tuviera que ver con mi orientación sexual y la relación que mantengo con mi novia, y que fuera para mal; c) que mi padre solo hablase de política y trabajo, considerando estos temas como “nuestras cosas”, y que fuera yo la que tuviera que sacar el tema de mi orientación sexual y la relación que mantengo con mi novia, para bien o para mal. Así se fue acercando el momento, hacia el cual avanzaba con las piernas temblorosas y los puños cerrados.

Entonces sucedió. Nos sentamos a la mesa y, apenas el camarero había terminado de servir nuestras copas, mi padre soltó toda la artillería pesada de golpe y porrazo:

− Bueno y... ¿qué tal tu vida personal? −dijo sonriendo de oreja a oreja cual actor en anuncio de dentífrico.
− Bien... −contesté yo, tratando de escudriñar su alma y saber a qué se refería esta vez con “vida personal” (después de tantos años hablando de nada, cuesta entenderse).
− Entonces, ¿eres feliz?

Y así fue como tuvo lugar la conversación que llevaba casi cuatro años esperando. Pude hablar con mi padre de mi novia, de nuestra relación, de nuestra convivencia, de mi orientación sexual, de algunas de mis experiencias de autoaceptación... Supongo que, después de tantos meses, él no quería más que soltarlo todo de golpe, y yo, después de tantos sinsabores, no paraba de preguntarme cómo podía no importarle que medio restaurante se estuviese enterando en aquellos momentos de que su hija era lesbiana.

A pesar de todo el tiempo que llevaba esperando que algo así ocurriera, reconozco que me costó. Me costó hablar de todo aquello después de haberme visto obligada a callar, a ignorar, a hacer como que no existía durante todos estos años. Me costó reconocer que aquella persona que tenía delante era mi padre, o mejor dicho, volvía a ser mi padre tras pasar años abducido y convertido en “ese señor”. Me costó hacerme a la idea de que, contra todo pronóstico y cuando prácticamente había perdido las esperanzas, dejaba de ser huérfana. Me costó contener las lágrimas, mantener firmes mis labios y no saltar sobre mi padre para darle todos los besos y abrazos que ha rechazado en este tiempo, y desahogarme a cortes de manga con el mundo encarnado en los otros comensales.

Mi padre me dijo que me aceptaba. Que le había costado bastante hacerse a la idea, pero que me veía feliz y me reconocía como hija, así que no podía hacer menos que entender que su hija era como soy. Al fin las esperadas palabras salieron de su boca. Y ahora que han llegado a mis oídos apenas se me ocurre qué hacer.

Encantada.

domingo, 8 de marzo de 2009

Mi primer 8 de marzo

En el último año he cobrado la suficiente conciencia feminista para plantearme seriamente que la única fecha de acción reivindicativa inexcusable no podía ser el Día del Orgullo, sino que, como mujer que soy y como lesbiana, debía acudir también a la manifestación del Día de la Mujer (Trabajadora). Y así lo he hecho hoy.

Evidentemente, no esperaba un acto masivo como ocurre en el Día del Orgullo, entre otras cosas porque aquello es un fiestón (por encima de cualquier otra cosa, vayamos admitiéndolo) y esto se quedaba en llana manifa. Y aunque un acto semejante nunca estará suficientemente concurrido (deberíamos haber asistido 3 millones de madrileñas, de nacimiento o adopción), he de decir que el ambiente me resultó sumamente agradable. ¡Lesbianas del mundo, desengañaos! Las chicas más interesantes no acuden a los bares de ambiente... ¡están todas preparándose para manifestarse el 8 de marzo!

La verdad es que esta manifestación no tiene nada que ver con la del Orgullo, ni para bien, ni para mal. Para bien, destacaré que había allí mucha gente del politiqueo y el activismo, pero sin darse codazos por aparecer en la cabecera portando la pancarta. De hecho, tuve el honor de marchar junto a Inés Sabanés (una de mis políticas preferidas, sino la que más) como quien baja a hacer la compra. Y esto, si bien puede interpretarse como que las mujeres no importamos un pimiento, a mí me resultó también un detalle acogedor, que daba muestras de la sencillez y la poca parafernalia que rodea (aunque muchos quisieran creer lo contrario) al movimiento feminista.

Otra diferencia que me llenó de gozo fue la convivencia de generaciones que se produce en esta marcha. Me harté de ver mujeres más que maduras vestidas de violeta y cantando proclamas. Hubiera querido hacerme una foto con todas y cada una de ellas e invitarlas a tomar un café para que me contaran cuál había sido su experiencia como feministas. Porque estas mujeres seguramente empezaron a pensar sobre su condición cuando todavía no podían comprarse ni una lavadora sin la firma de su padre o marido.


Junto a estar mujeres, marchaban también muchas madres con sus hijas (e hijos), niñas y jovencitas que portaban carteles y se iban empapando del movimiento. Me llenó de orgullo verlas y saber que sus madres las estaban educando así en el respeto a ellas mismas, y no pude menos que apuntármelo como clave personal para cuando yo también sea mamá.

Aparte de la convivencia generacional, he de destacar que me encantó ver a varios hombres portando carteles y vestidos con faldas. Con toda dignidad, por cierto.

Para mal, me resulta imposible terminar esta crónica sin aludir a la práctica inexistencia de reivindicaciones específicamente lésbicas. Aunque mi novia y yo nos recorrimos gran parte de la manifestación, sólo pudimos encontrar una pancarta que, aunque digna, no tenía apenas seguidoras. Tengo la esperanza de que los grupos pro-lesbianas marchasen al final (porque la esperanza es lo último que se pierde, y porque en el final, final de la manifestación no estuvimos); aun así, me parece que hay colectivos de sobra para que su presencia se hiciese notar más de lo que se hacía.

Lo cual no quiere decir que no hubiera lesbianas. Lesbianas había por todas partes: cantando a favor del aborto, contra el maltrato, por la solidaridad entre mujeres de diferentes culturas, contra la precariedad laboral femenina; cantando contra y por todo lo que había que cantar. A lo que me refiero es que es una pena que no pudiéramos cantar por nuestras reivindicaciones específicas, acompañadas de otras mujeres cuyos temas sí apoyamos, a pesar de que, en numerosas ocasiones, ni siquiera nos incumben.

Pero bueno, lo importante es darnos cuenta de ello y, con suerte, tener nuestro espacio es próximas manifestaciones.

¡Viva el 8 de marzo!

Encantada.

sábado, 7 de marzo de 2009

Atenea

Sin duda, mi diosa preferida dentro del panteón griego es Atenea.
Y me sobran los motivos.

En primer lugar, considero que el nacimiento de Atenea es una muestra clara de los complejos y la misoginia patriarcales que, en la Antigua Grecia como en el mundo actual, son mayoritarios.

Se dice que Atenea nació directamente de su padre, Zeus, sin intervención femenina. Sin embargo, el mito puede interpretarse también como un intento fallido del dios de la paternidad por hacer desaparecer a la mujer de una de las pocas actividades que lleva a cabo de manera exclusiva: el parto. Movido por el miedo a ser destronado por su propia estirpe, Zeus engulle a Metis, embarazada de Atenea, tratando de impedir, de este modo, su nacimiento. Sin embargo, Atenea nace atravesando triunfalmente la cabeza de su padre, contraviniendo sus deseos y afirmando su existencia como continuación de la materna.


Atenea, además, nace ya en forma de mujer adulta, armada hasta los dientes y profiriendo un grito de guerra que hace estremecerse a todos los dioses. Ante tal magnificencia, Zeus no tiene más remedio que aceptar a su hija y sentirse orgulloso de ella, reclamándola para sí y olvidando su anterior papel como infanticida. A pesar de este nuevo intento por anular su existencia independiente, el hecho de que Atenea nunca haya sido una niña constituye una nueva afirmación de su autonomía y de su deliberada desvinculación con la figura paterna.

Otro de los signos de la independencia de Atenea es su decisión de permanecer virgen. Como es sabido, la virginidad ha sido uno de los espacios tradicionales donde se han desarrollado las mujeres que deseaban ostentar la soberanía de sus cuerpos, mujeres feministas y/o lesbianas. No obstante, su negativa a contraer matrimonio no impide a esta diosa aceptar la maternidad, o al menos una maternidad por adopción compartida, curiosamente, con otra diosa, Gea.


Así, el dios Hefesto trató de violar a Atenea, que se defendió como buena guerrera, logrando apartar a Hefesto, que eyaculó sobre la Tierra, Gea, la cual dio a luz a un niño cuyas extremidades inferiores tenían la forma de una serpiente. Este ser, llamado Erictonio, disfrutó de la protección de Atenea y fue el mítico fundador de la ciudad que lleva su nombre, Atenas.

Por otro lado, Atenea representa la lucha por las causas justas, contraponiendo esta cualidad a la del dios masculino de la guerra, Ares, iracundo y sanguinario. Asimismo, se considera a esta diosa la protectora del trabajo, la agricultura, la artesanía, el hilado y el tejido; siendo la inventora del arado, la brida, los números, los carros, la navegación y las naves, el huso y la rueca. También es Atenea creadora de la flauta y la trompeta, así como de la danza de la victoria. Finalmente, destaca como protectora del crecimiento de los niños, de la salud, de las asambleas y de las leyes justas emanadas del pueblo.

Por si estos dones fueran pocos, algunos relatos consideran que la ciudad de Atenas lleva al nombre de la diosa gracias a los votos de la asamblea de mujeres, que prefirieron el olivo al regalo que les ofrecía Poseidón, el caballo, por el cual votaron los hombres.

Teniendo lo anterior en cuenta, creo que su figura puede resultar inspiradora para las mujeres que deseamos participar en la sociedad, aportando nuestra sabiduría y saber hacer, tal y como lo hizo la diosa.

Para terminar, mucho se insiste en la ausencia de mitos griegos que relaten el amor entre mujeres; sin embargo, en mi empeño por demostrar que dicha ausencia no obedece más que a la necedad del estudioso, que no sabe descubrir este amor donde es evidente, he recibido el relato de un hermoso idilio entre una joven ninfa, Cariclo, y, como no, mi diosa preferida, Atenea:

Había una vez en Tebas una ninfa, madre de Tiresias, a la que amó Atenea mucho, más que a ninguna de sus compañeras, y no se separaba de ella jamás. Cuando guiaba sus caballos hacia la antigua Tespias o hacia Haliarto, a través de los campos de los beocios, o hacia Coronea, donde tiene un recinto perfumado y unos altares junto al río Curalio, muchas veces la diosa la hizo montar en su carro; ni las conversaciones de las ninfas ni sus coros de danza le resultaban agradables, si no los dirigía Cariclo.

Un día, mientras Atenea y Cariclo se bañaban juntas, el hijo de estas, Tiresias, las sorprendió, viendo el cuerpo de la diosa desnuda. Atenea, que no podía saltarse las leyes divinas, las cuales prohibían a los mortales ver a los dioses si estos no lo deseaban, tuvo que castigar a Tiresias con la ceguera, a pesar de lo cual le colmó de virtudes (de entre las que destaca el don de la adivinación) como favor especial hacia su querida Cariclo.

¿Qué más se puede pedir?
¡Encantada!

viernes, 20 de febrero de 2009

(Re)encuentros

De un tiempo a esta parte, mi vida se ha llenado de (re)encuentros.

(Re)encuentros con personas que creía haber dejado por el camino, abandonadas a la idea de no ser abandonadas, apartadas por mi incapacidad de caminar a su lado, arrinconadas en un rincón donde llorarlas sin derramar una lágrima. Personas que hoy me brindan la oportunidad de retomar el camino apenas un poco más allá de donde lo dejamos, la oportunidad de probar la calidad de mis botas nuevas, de mis nuevos brazos, listos para acompañar, parece, para seguir empezando, para compartir, contar y caminar de la mano.

(Re)encuentros con sensaciones que hacía demasiado que no sentía, sensaciones que daba por no ocurridas, por ficticias, quizá imaginadas, producto de un momento de cuya existencia llegué a dudar; sensaciones que pensé no haber sentido y que hoy se me aparecen como reales, palpables, que se imponen a mi cuerpo de pura corporeidad, sin dejarle un resquicio a la duda.

(Re)encuentros con melodías, sabores y olores que una vez me hicieron vibrar, temblar, gozar y dar gracias, y que sin embargo llegué a considerar banales, superfluos, absolutamente prescindibles, sin darme cuenta que sin ellos mi vida se iba entristeciendo, vaciando, encogiendo. Melodías, sabores y olores que vuelven a mí, aparecidos de pronto en cualquier lugar, llegados incomprensiblemente de cualquier modo, a pesar de mi terquedad, de mi ironía, de la mirada descreída que en el fondo los estaba anhelando.

(Re)encuentros con ideas, motivaciones, ilusiones que deseché por ideales, emotivas, ilusas, y que de pronto se cuelan por cualquier ventana y repueblan mi realidad de belleza, plenitud, trascendencia, devolviéndome una imagen perdida, superior a aquella que me había acostumbrado a concebir.

Y así es como me he dado cuenta, paso a paso, día a día, caminando bajo un torrente que goteaba (re)encuentros, de que mi vida estaba siendo acaudillada por la mera supervivencia, por el derecho básico a una existencia básica, mínima, reducida, que había esclavizado mis mejores proyectos, mis emociones más profundas, los sentidos y el gozo de mi cuerpo, la posibilidad de trascenderme, de ilusionarme, de crear, compartir, estar con y ser yo al mismo tiempo.

Y nos hemos sublevado.

Encantada.

martes, 3 de febrero de 2009

Discriminación positiva

Una amiga mía lleva un tiempo planeando y poniendo en marcha un proyecto cultural dirigido a mujeres lesbianas, proyecto que la emociona y motiva profundamente, y en el que ha depositado muchísima ilusión. He de decir que mi amiga carga sobre sus hombros con un largo y difícil camino de lucha contra la homofobia interiorizada, y que este proyecto representa para ella un hito en relación a su salud, su desarrollo personal y su compromiso social. He de decir también que, junto a este proyecto, ha puesto en marcha otros parecidos cuyo objetivo es fomentar el conocimiento entre razas y culturas diferentes, y la participación y el desarrollo de personas con discapacidad intelectual.

Sin embargo, poco después de darlo a conocer, ha recibido ciertas críticas que le han resultado muy dolorosas, ya que ha sido acusada de plantear un proyecto discriminatorio al dirigirlo exclusivamente a mujeres lesbianas. Como colofón, parece ser que dichas críticas han surgido de una mujer que se identifica como miembro de nuestra comunidad.

Para mí, este contratiempo no es más que la piedra que nos encontramos en todo camino, con la que debemos contar incluso como aliciente para mejorar y crecer, nunca para desanimarnos o cuestionarnos lo obvio. Sin embargo, a raíz de ello me ha surgido la necesidad de repasar un concepto que, al parecer, debe resultar desconocido para ciertas personas: se trata de la discriminación positiva.

Según la Wikipedia, la discriminación positiva consiste en “establecer políticas que dan a un determinado grupo social, étnico, minoritario o que históricamente haya sufrido discriminación a causa de injusticias sociales, un trato preferencial en el acceso o distribución de ciertos recursos o servicios así como acceso a determinados bienes, con el objeto de mejorar la calidad de vida de grupos desfavorecidos, y compensarlos por los perjuicios o la discriminación de la que fueron víctimas en el pasado. Se pretende entonces aumentar la representación de éstos, a través de un tratamiento preferencial para los mismos y de mecanismos de selección expresa y positivamente encaminados a estos propósitos. Así, se produce una selección “sesgada” basada, precisamente, en los caracteres que motivan o, mejor, que tradicionalmente han motivado la discriminación. Es decir, que se utilizan instrumentos de discriminación inversa que se pretende operen como un mecanismo de compensación a favor de dichos grupos”.

Por tanto, un proyecto cultural dirigido exclusivamente a mujeres lesbianas no pretendería sino emplear los motivos por los que somos discriminadas de manera generalizada en la sociedad (ser mujeres homosexuales) de forma positiva y compensatoria de dicha discriminación. Las personas que no cumplan con la condición, entiendo, no deberían sentirse discriminadas porque, precisamente por tratarse de discriminación positiva, se presupone que encontrarán numerosos o, al menos, suficientes espacios a los que dirigirse, lo cual no ocurre con el colectivo al que se dirige el proyecto.

La verdad es que yo lo veo bien claro, y me parece que criticar por discriminatorias las acciones que pretenden una compensación solo evidencia la ceguera ignorante de quien critica. Por supuesto que la discriminación positiva resulta controvertida, pero las opiniones más inteligentes van por otros caminos, como el de plantearse si este tipo de acciones realmente pueden paliar la discriminación de los grupos a los que se dirigen o si por el contrario contribuyen de alguna manera a perpetuarla.

En cualquier caso, me parece que este caso es parecido al de las mujeres que defienden el patriarcado: el típico síndrome de Estocolmo por el cual las personas sometidas le dan gracias a quien las somete, o buscan su agrado, o participan de sus opiniones. Un caso triste e incomprensible, una trampa más del sistema.

Encantada de denunciarlo.

sábado, 17 de enero de 2009

Atreverse a saber

La llave que permite desvelar el secreto que todas las mujeres conocen y, sin embargo, no conocen. El permiso para conocer los más profundos y oscuros secretos de la psique, eso que degrada y destruye estúpidamente el potencial de una mujer.

La mujer ingenua accede tácitamente a “no saber”. Las mujeres crédulas o aquellas cuyos lastimados instintos están adormecidos siguen como las flores la dirección de cualquier sol que se les ofrezca. La mujer ingenua o lastimada se deja arrastrar fácilmente por las promesas de comodidad, de alegre diversión o de distintos placeres.

Las mujeres refuerzan esta barrera o estas puertas siempre que se disuaden a sí mismas o se disuaden unas a otras de pensar o de indagar demasiado, pues “a lo mejor te encuentras con algo mucho peor de lo que pensabas”. Formular la pregunta apropiada constituye la acción central de la transformación. La pregunta clave da lugar a la germinación de la conciencia. La pregunta debidamente formulada siempre emana de una curiosidad esencial acerca de lo que hay detrás. Las preguntas son las llaves que permiten abrir las puertas secretas de la psique.

La joven e ingenua naturaleza empieza a comprender que, si hay algo secreto, si hay una sombra de algo, si hay algo prohibido, es necesario verlo. Para desarrollar la conciencia hay que buscar lo que se oculta detrás de lo directamente observable. La capacidad de resistir lo que averigüe permitirá a una mujer regresar a su naturaleza profunda, en la que todos sus pensamientos, sus sensaciones y sus acciones recibirán el apoyo que necesitan.

Una mujer puede tratar de ocultar las devastaciones de su vida, pero la pérdida de su energía vital no cesará hasta que identifique la verdadera condición del depredador y la reprima. Cuando las mujeres abren las puertas de sus propias vidas y examinan las carnicerías ocultas en aquellos recónditos lugares, suelen descubrir que han estado permitiendo la ejecución sumaria de sus sueños, objetivos y esperanzas más decisivos. El depredador natural se ha estado dedicando a destruir metódicamente los más profundos deseos, inquietudes y aspiraciones de una mujer.

Siempre que acecha y actúa el depredador, todo se descarrila, se derrumba y se decapita. Esta es la razón de que las mujeres que se fijan unos objetivos aquí, allí o donde sea en tal o cual momento jamás cubren ni siquiera la primera etapa del viaje, o lo abandonan al primer obstáculo. Esta es la razón de que todas las dilaciones que dan lugar a un aborrecimiento tan grande de sí mismas, todos los sentimientos de vergüenza que tanto se enconan debido a la represión de que han sido objeto, todos los nuevos comienzos que tan necesarios resultan y todos los objetivos que hace tiempo hubieran tenido que alcanzarse jamás lleguen a buen término.

Se trata de un poderoso proceso arquetípico de la psique femenina. La mujer posee una percepción suficiente y, aunque al principio accede a casarse con el depredador natural de la psique femenina, al final consigue librarse de él, pues ve la verdad que se encierra en todo aquello y es capaz de afrontarla conscientemente y tomar medidas para resolver la cuestión.

Y ahora viene el paso más difícil, el de poder soportar lo que se ve: la propia autodestrucción.
'
[continuará...]

Clarissa Pinkola Estés, Mujeres que corren con los lobos.

sábado, 10 de enero de 2009

El día en que nevó en Madrid

Belleza

Ayer me desperté como cualquier día, y como cualquier día abrí las ventanas de la casa que comparto con mi novia para ventilar, y como cualquier día lo hice sin las gafas puestas y con una cantidad de somnolencia considerable. Todos estos factores se conjugaron para permitirme salir a la calle ignorante del panorama que me esperaba: HABÍA NEVADO.

Cuando atravesé el portal me quedé boquiabierta. La calle resplandecía en un color que a mí se me antojó rosado. Como en aquella memorable escena de Abre los ojos, solo yo parecía caminar por la acera hacia mi coche, mientras nevaba suavemente sobre un considerable colchón blanco inmaculado. Todo aquello me parecía un sueño. Arranqué y salí a la carretera apenas sin parpadear. Los coches circulaban lentamente por precaución, y yo me alegré de que lo hicieran porque así podía disfrutar un poco más del espectáculo. Mientras la suave precipitación se iba convirtiendo en ventisca, yo llegaba al pueblo donde trabajo sintiéndome feliz y afortunada.

Peligro

Los coches iban cada vez más despacio. En las aceras se acumulaba una gran cantidad de nieve. De pronto, la furgoneta que circulaba justo delante de mi coche empezó a patinar en una glorieta. Yo frené y, cuando quise reanudar la marcha, mi coche empezó a hacer lo mismo. Puse las luces de emergencia e intenté recordar cómo se conducía con nieve. ¿Marchas cortas o marchas largas? Era la primera vez que me enfrentaba a una situación semejante. Elegí marchas largas y salvé la glorieta. Volví a sentirme bien.

Mientras hacía memoria, un autobús y varios coches me había adelantado. Pensé que era bueno circular tras un vehículo pesado, porque así iría abriendo camino a través de la nieve que se iba acumulando ya en el asfalto. Me equivocaba. Apenas cincuenta metros después de la glorieta, el autobús desalojó a sus pasajeros. Todavía era de noche y la gente caminaba desorientada por las aceras. De pronto, apareció la policía: la calle estaba cortada y nos sugirieron que aparcásemos. Yo no me di por vencida.

El coche volvió a patinar cuando decidí dar media vuelta, pero aún estrenaba agallas y apenas le di importancia. Trataba de idear un camino alternativo, cuando mi coche enloqueció y empezó a hacerme extraños. Patinaba, se iba para los lados, aceleraba y frenaba contra el bordillo sin que yo interviniese lo más mínimo. El volante daba vueltas como si tuviera vida propia. Yo intentaba tomármelo con filosofía hasta que ocurrió lo inevitable: en una pequeña cuesta el coche cogió más velocidad de la debida y no pude controlarlo. Mi percepción se ralentizó lo suficiente como para que me pudiese dar cuenta de lo que iba a ocurrir segundos antes de que efectivamente ocurriera. Iba a chocar contra el coche que estaba parado delante. Y choqué.

Fue un choque pequeño, nos separaba poca distancia y yo, a pesar del descontrol, iba muy despacio. Pero aún así, me quedé absolutamente bloqueada. Era la primera vez en casi ocho años de carnet que tenía un accidente de tráfico, por insignificante que fuera, afortunadamente. Volví a poner las luces de emergencia y empecé a llorar, dándome cuenta de que no controlaba el coche lo más mínimo y que, a pesar de ello, tenía que salir de allí. Mucha gente empezaba a dejar sus coches aparcados, pero yo seguía intentando llegar al trabajo. Asustada, gimoteando, bloqueada por momentos, proseguí la marcha. A mitad del camino tuve que pedir ayuda a otro conductor porque no sabía cómo volver a salir a la carretera ni si era posible. El hombre hizo gala de una gran paciencia y solidaridad y me ayudó a seguir. Cuando volví a entrar en el pueblo comprendí que era imposible seguir circulando por las calles. Llamé al trabajo y una compañera me aseguró que había tenido que poner las cadenas para circular. Yo llevaba cadenas pero no sabía ponerlas. Estaba asustada, cansada, temblorosa y encima no podía caminar por la nieve sin que mis pies se arriesgaran a ennegrecer de congelación. Desistí. E hice bien: apenas una hora más tarde me habría quedado atrapada.


Angustia

Llegué a casa sana y salva. En el camino, mi coche volvió a patinar, vi varios accidentes y tuve que bajar una cuesta con la ayuda del freno de mano. Me había mentalizado a acabar empotrada en cualquier farola, pero por suerte nada de eso ocurrió.

En cuanto me calmé un poco empecé a pensar intensamente en mi novia. Por suerte, no tenía que trabajar en la sierra, lo cual me tranquilizó. Recordé que había empezado a nevar bastante más tarde de que ella saliera de casa, e intenté apartar de mi cabeza las múltiples imágenes macabras que me asediaban. Le mandé un mensaje y me hice una tila doble esperando a que me llamara. Puse la televisión y comprobé que la nevada no había sido tan copiosa en la zona donde ella trabaja. Me quedé dormida de puro agotamiento debajo de una manta y al rato desperté sobresaltada. En todas las cadenas salían imágenes de la nevada y mi novia seguía sin llamar. Estuve repitiéndome que no habría pasado nada malo hasta que sonó el teléfono. Mi novia estaba bien, aunque atrapada en uno de los múltiples atascos que se habían formado. No le quedaba mucha gasolina y se puso muy nerviosa. Después de dos horas, consiguió salir de aquella ratonera y dejó el coche abandonado en un parking. Volvió a casa en metro y, milagrosamente, llegó a la hora de comer.


Alegría

Cuando entró por la puerta nos llenamos de besos y abrazos. Las dos estábamos bien, con el miedo todavía en el cuerpo, pero bien. Compartimos experiencias, llamamos y recibimos llamadas de familiares, comimos caliente. Nos sentimos muy, muy afortunadas.

Surrealismo

400 kilómetros de atascos.
Miles de conductores atrapados.
Localidades enteras aisladas.
El aeropuerto cerrado.

5 centímetros de nieve.

Vergüenza

Las administraciones se echaban unas a otras la culpa. Que si esta carretera es responsabilidad del Ayuntamiento, que si la otra de la Comunidad, que si aquella pertenece al Estado. Había máquinas quitanieves suficientes, pero nadie había visto ninguna. Los altos cargos se reúnen para debatir si procede o no la intervención del ejército; mientras tanto, aumenta el número de coches que se quedan sin gasolina. Los trabajadores que han llegado a su trabajo no saben si podrán volver a sus casas. Desde los colegios llaman a los padres para que vayan a recoger a sus hijos. El alcalde nos da una alegría: hoy no cobrarán los parquímetros.

Rabia
No es la primera vez que veo mi ciudad sumida en el caos. No es la primera catástrofe que vivimos juntos desde hace muy pocos años. Aún así, me da rabia: creo que no nos lo merecemos, que no es justo, que hay muchas cosas que se hacen mal.

Amanecer

Esta mañana amaneció de color blanco. Mi novia y yo nos pusimos las botas de montaña y salimos al comprar. Por todas partes había muñecos de nieve y cuestas convertidas en pistas para los trineos. Mucha gente había visto la nieve por primera vez. Los esquiadores esquiaban. Las carreteras estaban razonablemente limpias y el paisaje era espectacular. Madrid no parecía Madrid, pero lo era y resultaba precioso. Subimos la calefacción.

Resistiendo, una vez más.
Encantada.

lunes, 5 de enero de 2009

Fuego

Esta película me ha emocionado profundamente, me ha regalado una dosis extra de fuerza y confianza, y me ha invitado a viajar por otros países, otras culturas, otros cuerpos que podrían ser los de cualquiera de nosotras, sin serlo.

Me gusta especialmente cómo la directora, Deepa Mehta, juega con los diferentes significados de la palabra “fuego”: el fuego de la juventud, el fuego del hogar, el fuego de los celos, de la pasión, de la violencia, el fuego de la sangre, el fuego del amor, el fuego de la fuerza y de la valentía, el fuego de la purificación y del juicio divino. Todos estos significados se van distribuyendo a lo largo de la película, en un puzzle que puede resultar complicado para las que no estamos acostumbradas a películas de este tipo, y que cobra, no obstante, un sentido profundo hacia el final, encendiendo una llama de rabia y determinación en cualquier espectador con un mínimo de sensibilidad.

Creo que esta película habla, sobre todo, de los derechos de las mujeres. El derecho al propio cuerpo, a la propia vida, a una sexualidad autónoma y libre, el derecho a la alegría, al gozo, a los sueños, a los proyectos y a la libertad. El derecho a elegir por qué sentirse contenta y por qué sentirse desgraciada. El derecho a decidir qué es lo que tiene importancia. El derecho a la propia existencia, a ser por una misma y para una misma, el derecho a sentirse bendecida por lo sagrado, a participar de la experiencia sin mediaciones, sin ser un medio para el otro.

Todo esto se manifiesta de una forma muy sencilla cuando las dos mujeres protagonistas se atreven a decir “no”. En la intimidad de la pareja, en el silencio de la noche, su no suena claro, directo, inapelable. Es el no de la autoafirmación, de la autoconciencia. Es el no del respeto por una misma, el no de la vida que se abre camino, es el no de la mujer. Un no físico y simbólico. Un no difícil pero posible. Sin grandes dramas ni violencia, simplemente no.

También me ha gustado muchísimo la visión que da la directora de la India actual. Creo que la mayoría de las personas nos hemos quedado estancadas en la India de Gandhi, de los rituales sagrados del Ganges, de los santones, las vacas y la pobreza. Sin embargo, en esta película se ve que hay otra India, una India ecléctica donde lo antiguo y lo nuevo conviven de manera sorprendente, donde las mismas personas pueden ser artífices de los cambios y baluartes de la tradición.

En fin, todo un descubrimiento, especialmente sabiendo que esta película forma parte de una prometedora trilogía (Fuego, Tierra, Agua) sobre la India vista a través de la experiencia de la mujer.

¡Encantada!

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