jueves, 23 de julio de 2009

La Montaña Mágica

Claro que llevaba una vida tan alocada que era para matarlo
(p. 161, quinta frase).

Desde hace más de seis meses, subo de vez en cuando a su montaña. La de Thomas Mann, uno de mis escritores preferidos.

Lo conocí por casualidad, de la mano de una lectura obligatoria de la que no esperaba nada. Nada bueno. Y sin embargo, me atrapó, me embriagó, le dio sentido a tantas cosas…

Para mí, Thomas Mann es un escritor profundamente homosexual. No sé cómo será para una persona hetero leer sus líneas, pero para mí, significa encontrarme con mis dilemas vitales preferidos: el amor o el deber, el amor que se debe o el que se ama, la sociedad o la persona, la mirada desagradable de los otros hacia la plenitud, la muerte en vida… Dicen que Thomas Mann es un escritor que trata temas universales, y quizá sea así, pero para mí trata temas homosexuales que, curiosamente, pueden universalizarse.

Mi novia me regaló La Montaña Mágica por Reyes, y desde entonces la leo como me gusta a mí: despacio, en los momentos en que me apetece, intercalándola con otras lecturas, sin preocuparme por llegar al final. Entiendo que no todos los libros se pueden leer así; de hecho, creo que sólo los verdaderos clásicos aceptan esa lectura, porque la mayoría, como La Montaña Mágica, no van absolutamente de nada. Volver a sus líneas es volver a encontrarse con sus personajes, charlar con ellos sobre cualquier cosa, ir perfilando su personalidad y conociéndolos como quien conoce a un amigo y se interesa por su estado de salud: física, mental, emocional, vital. Si algo no es Thomas Mann, eso es trepidante. Y por eso, quizá, me gusta tanto leerlo: porque respeta mis espacios, no atrapa mi mente en tramas ridículas, sino que la oxigena con hermosas ideas.

Muchas frases de Thomas Mann me han regalado profundas revelaciones sobre mí misma. La que el azar ha elegido esta vez también lo hace.
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Fue difícil encontrar esa quinta línea. Estaba casi al final de la página, después de perfectas y casi interminables secuencias que regalan un punto como quien da limosna (también me gustan los escritores que saben componer bien las frases largas). La única frase corta, rápida y fugaz, como su contenido.

Esa frase habla de lo que seguramente mucha gente piensa de mí debido a mi homosexualidad, de lo que Thomas Mann seguramente pensó que la gente pensaría, de lo que él mismo pensaba. Habla de nuestra presunta enfermedad, de nuestra locura, de nuestra superficialidad, del desorden de nuestros apetitos.

Y sin embargo, Thomas y yo somos todo lo contrario: un deshecho de responsabilidad que intenta por todos los medios imprimir algo de locura, de ligereza a su vida, que no desaprovecha una oportunidad para sentir un poco de vértigo entre tanta cordura, tanto orden que, aunque positivos en tantos aspectos, a veces resultan ser una losa demasiado pesada.

La Montaña Mágica está plagada de personajes alocados, excéntricos, superficiales, que viven su vida de cualquier manera porque saben que la muerte les acecha, que les devora desde dentro, y que en esas circunstancias divertirse es lo más inteligente que pueden hacer. Creo que Thomas Mann refleja en esos personajes todo lo que le hubiera gustado hacer en la vida, que son su vía de escape frente a la rectitud, frente al deber. Personajes con los que cuesta reírse y que sin embargo, de alguna manera, representan la más profunda alegría de vivir.

Con sus obras, con su vida, Thomas Mann nos recuerda lo que no debemos ser, aquello en lo que no debemos convertirnos, si es que queremos luchar por una vida auténticamente feliz.

Encantada.

sábado, 18 de julio de 2009

Vacaciones

Este año, mi novia y yo nos hemos ido de vacaciones a Cantabria, una preciosa región a la que esperamos volver.
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La verdad es que escoger destino es un poco difícil para nosotras, porque yo soy de playa y ella es de montaña, así que solemos intentar que haya de las dos cosas allí donde vamos. Por suerte, en lo que sí estamos de acuerdo es en irnos antes que nadie y volver cuando salga todo el mundo, ya que nos agobian las multitudes. Además, nos gusta ir al Norte, a pasar un poco de fresquito para romper con la rutina de terrible calor en Madrid, además de los grados de más que sufrimos en nuestra casa.


Estas han sido las vacaciones más largas que hemos disfrutado juntas hasta la fecha: una semana. Y creo que son las que nos han parecido más cortas. Hemos hecho de todo: senderismo, excursiones en bicicleta, playa, visitar varias ciudades, tumbarnos a la bartola y jugar mucho al chinchón.


Reconozco que suelo aburrirme enseguida de las vacaciones, siempre quiero volverme a casa cuanto antes porque se me empiezan a ocurrir muchísimas cosas que hacer, pero me parece que este año he comenzado a convertirme en una persona normal y no me hubiera importado quedarme diez días… o incluso más.


En cualquier caso, para mí estas vacaciones han sido especiales porque mi novia y yo nos encontramos en un punto muy bonito de nuestra relación. No es que no tengamos problemas, ni que los que nos rodean hayan dejado de molestar, pero hemos aprendido a vivir con ello, a dejar que nos afecte lo justo, sin que decida cada uno de nuestros estados de ánimo, y a ir encontrando pequeñas soluciones poco a poco, sabiendo que con el tiempo todo fluye y se transforma, afortunadamente, para bien.


Tuvimos una conversación muy emotiva en la que pudimos hablar de cómo el rechazo de mis padres (que aunque vaya evolucionando todavía existe como tal) nos afecta en la manera de relacionarnos. Yo le confesé que le cuento dos de cada cinco cabreos que me cojo con ellos, porque espero que algún día puedan convivir, y sé que si le explicara a mi novia todo lo que siento puede que ella llegara a no querer mantener ningún tipo de relación con ellos o a ser permanentemente hostil. Y lo sé porque siempre que le cuento los problemas que me generan mis padres, ella salta en mi defensa y les pone a parir. Parece hermoso, y al fin y al cabo, no espero otra cosa diferente a que se ponga de mi parte, pero a la larga no es positivo, ya que yo conozco a mis padres, sé darle la importancia que tienen a sus historias, pero ella no. Y además, a ella no le unen los lazos que me unen a mí con ellos, por lo que es natural que le dé menos importancia a deteriorarlos o romperlos.


Por otro lado, mi novia me explicó que, cuando intuye que estoy teniendo problemas, que me encuentro triste o desanimada, y yo insisto en decirle que no me ocurre nada, ella siente que la alejo de mí, que no tengo confianza en sus reacciones, que no quiero que sepa lo que me pasa. Y eso la hace sentir muy triste. Así que llegamos a la conclusión de que yo podía intentar comunicarme más y mejor con ella en este aspecto, y ella trataría de permanecer serena ante mis problemas, tratando de ayudar con visión de futuro. Y esto es algo en lo que tendremos que trabajar mucho, porque ambas tendemos a hacer lo que venimos haciendo todo este tiempo: yo cerrarme como una concha y ella protegernos a través de su ira.



También tuvimos otra conversación que para mí fue muy especial. Y es que ambas nos dimos cuenta de que ya nos sentimos preparadas para ser mamás. Tenemos ganas, nos apetece, creemos que es un buen momento y sabemos que las dudas y los miedos no pueden guiar nuestras decisiones, porque siempre van a estar allí. Sin embargo, aunque estemos preparadas para ser mamás, no lo estamos para ser mamás lesbianas. Todavía hay muchos temas a nuestro alrededor y en nuestro interior que debemos trabajar si es que queremos ser unas madres relativamente cuerdas y responsables. Que queramos tener hijos no significa que podamos tenerlos, no en nuestras circunstancias actuales, y eso nos apena profundamente, pero a la vez, nos hace sentir que estamos en el camino adecuado, y que tarde o temprano también nos sentiremos preparadas para ser las únicas madres que podemos llegar a ser.


Por lo demás, estas vacaciones nos hicieron plantearnos muchas cosas acerca de lo que significa vivir en la ciudad. El campo es tan hermoso, tan tranquilo, tan… barato. Y la ciudad es todo lo contrario, y mucho más una ciudad como Madrid. Además, el campo puede significar estar a media hora de una ciudad, si esta es relativamente pequeña, como Santander o Bilbao. Pero en Madrid, estar a media hora quiere decir seguir estando en Madrid. Las distancias son enormes y no se puede disfrutar de ambas cosas a la vez. En cualquier caso, no tiene importancia: es uno más de los miles de pensamientos que llenan nuestra cabeza de dilemas mientras esperamos que aparezca la casa que nos queremos comprar.


En fin, unas vacaciones hermosas y fructíferas.
Encantada.

martes, 14 de julio de 2009

Orgullo 2009

Dedicado a todas las personas LGBT que vieron la manifestación como público, para que pronto sientan el orgullo suficiente que les permita poder participar en ella.

Este año acudí a la marcha del Orgullo con los ojos bien abiertos y el cerebro a punto para captar todas las diferencias y detalles especiales que observara respecto a las marchas anteriores, porque ya van unas cuantas y, a simple vista, todas pueden parecer iguales y, por lo tanto, no tendría nada que reseñar.

Para mí, una de las cosas que más me gustaron de esta marcha fue el eslogan: “Por una escuela sin armarios”. Me pareció particularmente acertado porque consiguió movilizar a mucha gente joven (y cuando digo “joven” quiero decir “adolescente”). No sólo tenían presencia las universidades, sino que había también representaciones de algunos institutos, centros concretos, con nombres y apellidos, lo cual me llenó de emoción y esperanza. Esos chicos y chicas están empezando a sentirse libres desde muy pronto, han interiorizado la idea de la lucha y el orgullo y acuden a la marcha a celebrarse a ellos mismos, dando la cara como tantas otras personas mayores que ellos, mucho menos frágiles en casi todos los aspectos, no se van a atrever a hacerlo en la vida. Me gustaría destacar especialmente su conciencia: al grito de “No desfilamos, nos manifestamos” (que tuve el gusto de oír en varias lenguas) demostraron que no todos son unos niñatos mimados y comodones, sino que, aunque sean una minoría, tienen tanta o más conciencia que sus mayores. A propósito de lo cual vendría bien hacer una reflexión: ¿son ellos proporcionalmente menos que los adultos que acudimos a la marcha? ¿Los jóvenes comprometidos son una minoría o las personas comprometidas lo son en general? ¿Acaso estábamos allí todos los adultos que podríamos estar? A mí me dejó muy tranquila verles allí y entendí, pese a todas las críticas que reciben las personas de su edad, que el legado del compromiso, la lucha y el orgullo estará a salvo en sus manos: tan a salvo, al menos, como lo está en las nuestras.

Mi única crítica al respecto es una pregunta: ¿para cuándo incluir en las reivindicaciones de escuelas sin armarios el apoyo que necesitan los educadores LGBT para poder ser totalmente visibles? Un colectivo presionado y en muchos casos maltratado, que intenta sacar adelante un sistema educativo (cuando hay sistema, pues no todos se dedican a la educación formal) al que se le piden milagros ofreciéndole cada año menos recursos, resulta especialmente vulnerable cuando se trata de visibilizar su condición sexual. No se puede pedir a un profesor que sea el ejemplo que sus alumnos necesitan cuando él mismo tiene miedo de mostrarse como es. Y no me parece lícito excusarse en su condición de adultos ni en su libertad personal para soslayar la responsabilidad que toda la sociedad tiene cuando propicia que esta situación siga manteniéndose. No olvidemos que todavía son muchos los que opinan que la homosexualidad “es contagiosa”, hasta el punto de que en algunos países se prohíbe a los homosexuales ejercer la docencia. Puede que este tipo de homofobia pase desapercibida para la mayoría, pues el acento está puesto en los alumnos; sin embargo, muchos profesionales, que sufren una permanente desconfianza hacia su labor simplemente por el hecho de dedicarse a la educación, se sienten impotentes cuando piensan en unir a esa desconfianza la que puede generar el exteriorizar su orientación sexual. Y creo que, en este como en otros aspectos, la clave está en proteger y animar, no en exigir y señalar a quien ya tiene cubierto su cupo de autoexigencia y estigma.
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Por otro lado, este año mi novia y yo decidimos marchar junto a las familias homoparentales que participaron bajo el lema “Orgullo de familia”. La verdad es que para mí fue muy emocionante ver a tantos pequeñuelos de la mano de sus madres y padres, y como dijo mi novia, caminar junto a ellos nos hizo sentir que formábamos parte de algo. Y es que entre las familias homoparentales se establecen unos lazos que, a mi parecer, no se forman ya en otros colectivos dentro de la comunidad homosexual. Entre ellas surge un sentimiento de pertenencia que no surge cuando te encuentras simplemente entre homosexuales. Para mí, en este último caso se establecen relaciones personales, o por afinidad, en las que el componente homosexual puede llegar a diluirse entre los demás. En el caso de las familias no, aunque pudiera ser que esto solamente ocurriera porque son todavía muy vulnerables y por ello necesitan y generan el apoyo que brinda la comunidad. Me imagino que quizá esto siga ocurriendo en otros grupos LGBT especialmente vulnerables, pero reconozco que no puedo asegurarlo porque no conozco ninguno de primera mano.

No obstante, esta sensación, por idílica que parezca, está equilibrada en mi cerebro por la certeza de que las relaciones entre las familias homoparentales no son siempre excelentes, y estas ni siquiera buscan siempre o de manera preferente el apoyo de la comunidad, por más que se aconseje, por el bien de los niños pero también de sus madres y padres, que se establezcan relaciones con otras familias como la suya.

Para terminar, quiero darme el gusto de ponerle un CERO PATATERO a la organización de la marcha por parte del Ayuntamiento. Algo en mi interior me dice que no tienen ningún respeto por nuestra seguridad, y que si en medio de un millón y medio de personas se producen unos cuantos accidentes y avalanchas, tanto mejor, “que ya hay mucho maricón suelto y tanta tortillera paseándose a sus anchas no se puede tolerar”. De lo contrario, no se explica que no pusieran vallas para delimitar el recorrido de la marcha, o que no hubiera cierta (sólo “cierta”) presencia policial, sobre todo teniendo en cuenta la cantidad ingente de público que acude al evento. Y es que así pasó, que mientras caminábamos por Gran Vía la marcha se estrechó hasta, simplemente, disolverse. El público y las personas que participábamos llegamos a mezclarnos, y nos costó bastante volver a abrir un pasillo por donde seguir; especialmente dramático fue el caso de algún que otro niño, que de repente se vio rodeado y medio aplastado por miles de adultos que caminaban frenéticamente a su alrededor. En fin, no digo que la solución sea blindar a los manifestantes, pero algo más seguro que se puede hacer… si se quiere.

Y esta es la crónica del 5º Orgullo al que acudo como lesbiana.
¡Encantada!

jueves, 2 de julio de 2009

Avanzando

Hoy se ha dado el primer paso hacia la despenalización de la homosexualidad en la India.
Un pequeño gran avance para toda nuestra comunidad.

¡Encantada!

miércoles, 1 de julio de 2009

Por la puerta grande

Habíamos quedado para cenar y varios de mis compañeros de trabajo iban a llevar a su pareja. Así que yo, ni corta ni perezosa, decidí presentarme con mi novia y dar el sorpresón.

En mi trabajo no hay muchas oportunidades de confraternizar a los niveles que yo necesito para revelar tamaña noticia, por lo que la ocasión era un ahoraonunca de los buenos. Después de meses intentando encontrar una conversación que me permitiera confesarme, me había dado cuenta de que el momento perfecto nunca llegaría, y menos aún los momentos perfectos que necesitaba para ir hablando con mis compañeros de uno en uno. Así que, cuando se planteó la cena, no pude dudarlo y no lo dudé.

Lo cual no quiere decir que las tuviera todas conmigo. Según nos íbamos acercando, me iba invadiendo la certeza de no poder controlar mis esfínteres, es decir, mearme, cagarme y vomitarme encima en el momento de las presentaciones. Pero, aun doblada por el peso de una piedra en el estómago que sin duda hubiera hundido en el lago al lobo de las siete cabritillas, fui capaz de decir la frase mágica todas las veces que fue necesario:

─ Esta es L, mi pareja.

La reacción de mis compañeros fue parecida. Casi todos sabían que iría con mi pareja, algunos se acababan de enterar de que no era la solterona que aparento apenas dos días antes, y seguramente ninguno se atrevió a cuestionar la regla heteronormativa que explica que cuando una mujer tiene pareja, esa pareja es un hombre. Por todo ello, necesitaron unos segundos para hacer la siguiente operación mental:

─ Así que esta chica no es su amiga, ni su hermana, ni su prima, porque claro, ella iba a venir con su pareja y no con su amiga, ni su hermana, ni su prima, de modo que esta chica es su pareja, con lo que su pareja no es un chico, y si su pareja no es un chico, resulta que, contra todo pronóstico y a pesar de no existir evidencias previas, nuestra compañera de trabajo ES LESBIANA.

Fue bastante curioso ver ese momento de confusión reflejado en sus rostros. Pero mucho mejor fue asistir a lo que pasó después. Y es que todos sonrieron. Sonrieron, saludaron a mi novia, le dieron conversación durante la cena y me abrazaron cuando nos despedimos.

Desde aquel día, la compuerta que sujetaba las emociones que tanto mis compañeros como yo deseábamos compartir se abrió de par en par y todo empezó a fluir a borbotones. Mis compañeros me han abrazado, sonreído y dado muestras de complicidad más en unos días que en todos los meses que llevamos trabajando juntos. Y aunque a mí todavía me cuesta no seguir manteniendo la distancia de seguridad que me alejaba de ellos muy a mi pesar, sé que es cuestión de tiempo ser capaz de normalizar mi relación con ellos y comportarme y vivir como los demás.

Una nueva batalla ganada.
¡Encantada!

miércoles, 24 de junio de 2009

Derechos Humanos LGBT

Los derechos de las personas LGBT y de nuestras familias forman parte del conjunto de los Derechos Humanos. Y aunque algunos preferirían creer que no, un pequeño paseo por la Declaración de 1948 nos recuerda que así es:

Artículo 1
Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos.

Artículo 2
Toda persona tiene todos los derechos y libertades proclamados en esta Declaración, sin distinción alguna de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política o de cualquier otra índole, origen nacional o social, posición económica, nacimiento o cualquier otra condición.

Artículo 3
Todo individuo tiene derecho a la vida, a la libertad y a la seguridad de su persona.

Artículo 5
Nadie será sometido a torturas ni a penas o tratos crueles, inhumanos o degradantes.

Artículo 7
Todos son iguales ante la ley y tienen, sin distinción, derecho a igual protección de la ley. Todos tienen derecho a igual protección contra toda discriminación que infrinja esta Declaración y contra toda provocación a tal discriminación.

Artículo 12
Nadie será objeto de injerencias arbitrarias en su vida privada, su familia, su domicilio o su correspondencia, ni de ataques a su honra o a su reputación. Toda persona tiene derecho a la protección de la ley contra tales injerencias o ataques.

Artículo 16
1. Los hombres y las mujeres, a partir de la edad núbil, tienen derecho, sin restricción alguna por motivos de raza, nacionalidad o religión, a casarse y fundar una familia, y disfrutarán de iguales derechos en cuanto al matrimonio, durante el matrimonio y en caso de disolución del matrimonio.
3. La familia es el elemento natural y fundamental de la sociedad y tiene derecho a la protección de la sociedad y del Estado.

Artículo 18
Toda persona tiene derecho a la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión; este derecho incluye la libertad de cambiar de religión o de creencia, así como la libertad de manifestar su religión o su creencia, individual y colectivamente, tanto en público como en privado, por la enseñanza, la práctica, el culto y la observancia.

Artículo 19
Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y de expresión; este derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión.

Artículo 25
2. La maternidad y la infancia tienen derecho a cuidados y asistencia especiales. Todos los niños, nacidos de matrimonio o fuera de matrimonio, tienen derecho a igual protección social.

Artículo 26
2. La educación tendrá por objeto el pleno desarrollo de la personalidad humana y el fortalecimiento del respeto a los derechos humanos y a las libertades fundamentales; favorecerá la comprensión, la tolerancia y la amistad entre todas las naciones y todos los grupos étnicos o religiosos, y promoverá el desarrollo de las actividades de las Naciones Unidas para el mantenimiento de la paz.


Que los Derechos Humanos se incumplan en todo el mundo no quiere decir que debamos resignarnos y dejar de exigir que se respeten también para las personas LGBT. Es más: en el caso de que nuestros derechos no estuvieran recogidos en esta Declaración, su inclusión habría de ser un nuevo frente en nuestra lucha, y la modificación de un texto discriminatorio nuestra meta.

Humana como los demás,
y encantada.

lunes, 15 de junio de 2009

In Ágatha we trust

Domingo. 14:35 horas. Llego puntualísima a la cita semanal en casa de mis padres.

Sale a recibirme una señora ataviada con un vestido de Ágatha Ruiz de la Prada. Zapatillas de estar en casa a juego: colores verdes, amarillos y rosas. Fosforitos.

─ ¡Esta es mi madre ─exclamo para mis adentros─ y no ese ser que me repudia!

A los diez minutos me doy cuenta de que “mi madre” y “ese ser que me repudia” han ser, forzosamente, la misma persona.

A los veinte minutos recuerdo que Ágatha Ruiz de la Prada está casada con un señor muy malo.

A la media hora me resigno: mi madre es moderna, sí, para lo que le interesa.

Y si nuestra relación está destinada a fosforecer algún día la mitad que su vestido, ese día aún está a bastantes domingos de camino.

Encantada (no obstante) de aspirar a conseguirlo.

viernes, 5 de junio de 2009

El yoni

Desde la Prehistoria hasta la actualidad, son numerosas las culturas que han venerado los genitales femeninos como representación del principio (divino y humano) de la vida y la muerte. En sánscrito, lengua tradicional de la India, a esta representación sagrada se la denomina yoni.

Paisaje vulvar.
Estas formaciones naturales eran consideradas lugares de culto.

Ya en el Paleolítico era común en diferentes partes del mundo (desde Europa hasta la India) la representación de vulvas esculpidas en piedra o arcilla. La forma de estas esculturas oscilaba desde la aproximación más o menos realista hasta la claramente simbólica: ejemplo de esto último son los triángulos invertidos o los círculos que presentaban un ojo o una semilla en su centro. El tamaño también podía ser variado: las más grandes eran las esculpidas en el terreno, pero también se han encontrado pequeñas vulvas a modo de colgante o amuleto.

Vulva esculpida en piedra durante el Paleolítico superior en Francia.

Colgante moderno en forma de yoni triangular.

Algunos especialistas consideran, incluso, que ciertos símbolos de las primeras formas de escritura derivaron precisamente de las representaciones simbólicas de las vulvas, a través de una esquematización de sus rasgos:



En su función generadora de vida, la vulva se identificaba con la Tierra. Así, algunas culturas identificaban directamente en el paisaje y sus elementos formas como las anteriormente descritas, considerándolas lugares sagrados. En ocasiones, las teñían con tintes rojizos al comienzo de las estaciones de desarrollo de la naturaleza, como la primavera o los monzones. Estos tintes representaban, evidentemente, la menstruación, a la cual se le otorgaba el poder de crear vida, venerándose y honrándose como causa de la existencia de los seres humanos y también de la vida natural.

Hendidura en un árbol identificada como yoni.

A medio camino entre el significado de vida y el de muerte, la vulva también era considerada una posibilidad para el renacimiento. Así, en numerosas tradiciones se creía que los muertos atravesaban el yoni para volver al útero divino, donde se preparaban de cara a un nuevo renacer. Algunas de las costumbres asociadas a esta cosmovisión consisten en atravesar formaciones rocosas, cuevas y dólmenes como imitación del renacimiento tras una peregrinación. En el mismo sentido, algunas tribus americanas dibujaban una diosa en el frente de sus casas, haciendo coincidir su yoni con la puerta de entrada.


Típica casa tlingit, en cuya fachada se representa a la Madre Osa.

Pero la vulva también podía representar el ansia hambrienta y destructora de la muerte, una gran boca dentada que conducía a las tinieblas todo aquello que caía en su poder. Sociedades como los navajos y los apaches cuentan entre sus relatos tradicionales con numerosos ejemplos de vulvas autónomas que caminan y muerden, como Vagina Llena, que copulaba con los cactus. Estos seres eran combatidos y derrotados por importantes héroes masculinos, que acaban con su ferocidad al romperles simbólicamente los dientes. Este tipo de relatos evidencian el cambio que se produjo en estas sociedades de orígenes matriarcales y que fueron adoptando el sistema patriarcal. El derrocamiento de la vulva representa el cambio en el poder, pero también evidencia el miedo de estas sociedades a los principios de vida y muerte que rigen la existencia de los seres humanos y de la naturaleza que los rodea.


Vasija ritual con forma de yoni.
Solía contener aceites para realizar libaciones.

En muchas de nuestras tradiciones, la vulva se considera una parte del cuerpo que debe permanecer escondida, sucia e impura, que incluso ha de ser mutilada. Ya va siendo hora de que recuperemos su belleza, su valía, su importancia, y que reivindiquemos el yoni como elemento sagrado precursor de la dignidad y el valor de la mujer.

¡Encantada!

lunes, 1 de junio de 2009

¡Blogueando por nuestras familias!

Desde que conocí la iniciativa, tenía muchas ganas de participar en el Día para bloguear por/para/sobre/de las familias LGBT que se promociona desde Mombian y que tantos blogs amigos secundan; y como este año pude enterarme a tiempo gracias a Las Dos Mamis, aquí va una entrada para celebrar la existencia de todas las familias diversas, y en especial, ¡las nuestras!

Mi novia y yo planeamos desembarcar en la gran aventura de ser mamás dentro de unos dos años (aunque nunca se sabe). Pero antes de iniciar tamaña gesta, tenemos una lista no escrita (¡hasta hoy!) de cosas que hacer para allanarnos el camino, a nosotras y a los que vengan.

Y la lista dice así:

1. Comprarnos una casa. La verdad es que nunca terminamos de estar de acuerdo en si es verdaderamente necesario hacerlo, ni en cómo, ni en cuándo. Nuestro principal quebradero de cabeza es, evidentemente, la hipoteca. Firmar un papel que te sentencia económicamente para los próximos 30 (en el mejor de los casos) años no resulta plato de buen gusto, e implica una serie de decisiones trascendentales que a dos repensadoras profesionales como nosotras nos parece imposible asumir. ¿Campo o ciudad? ¿Clase media o proyecto alternativo? ¿Urbanización o plaza? ¿Barrio nuevo o barrio viejo? ¿Y los vecinos? ¿Y los colegios? ¿Y…? Todo ello a sabiendas de que nuestra decisión está limitada por lo que realmente nos podamos permitir, y lo que hayamos logrado ahorrar, que nunca parece suficiente.

2. Casarnos. Este punto tampoco nos convence demasiado. Por un lado, no terminamos de compartir visiones sobre la manera en que queremos hacerlo: ¿ceremonia o mera firma? ¿invitados? ¿vestidos? ¿anillos? Por otro lado, la opción matrimonio resulta fundamental si queremos tener hijos a través de algún método de reproducción asistida; pero, ¿y si queremos adoptar? ¿No nos restará oportunidades? ¿O es mejor casarse de todas formas y reivindicar nuestros derechos, sin hacerle el juego a las políticas homófobas (inter)nacionales?

3. Ser visibles. Sobre todo, en el trabajo y en la familia extensa, dos ámbitos que hemos empezado a explorar recientemente. La verdad es que las dos tenemos bastante claro que nuestra propia autoaceptación es una condición sine qua non para ser mamás. No queremos que nuestros hijos paguen por nuestras inseguridades, nuestros miedos, nuestra homofobia interiorizada. Y por supuesto, nos negamos totalmente a mantener en secreto la existencia de nuestra familia. La integración empieza por nosotras mismas, y este es un trabajo que sólo nosotras podemos hacer. Ahora bien, ¿cuándo? ¿cómo? ¿dónde está ese punto de no retorno en el que salgamos del armario escopetadas y no volvamos a entrar nunca más? Aunque pensando en nuestros hijos nos llenamos de fuerza y esperanza, somos conscientes de que todavía nos queda mucho por andar.

Supongo que en el fondo esta lista no es más que un intento por tenerlo todo atado y bien atado antes de atrevernos con la maternidad. Sin embargo, ¿acaso no es siempre este un salto en el vacío, sobre una piscina quién sabe si llena o vacía, hacia un futuro insospechable, netamente por escribir? Así nos parece muchas veces, y por eso nuestro camino se siembra de dudas, de reflexiones acerca de lo realmente importante, de lo verdaderamente imprescindible, de lo absolutamente necesario. Y quizá porque ya lo tenemos en nuestras vidas es por lo que nos atrevemos a imaginar el futuro de nuestra familia: una familia llena de AMOR.

¡Encantadas!

domingo, 17 de mayo de 2009

Día internacional contra la homofobia

Con motivo de la celebración del 17 de mayo, me gustaría hacer mención a un tipo de homofobia que, en ocasiones, las propias personas homosexuales nos olvidamos de combatir: la homofobia interiorizada.

Esta homofobia tiene su origen en la interacción entre nuestro yo interior y la vida en sociedad. Desde nuestra infancia, millones de mensajes (subliminales en el mejor de los casos, explícitos muy comúnmente) nos advierten de que tener una sexualidad diferente a la heteronormativa es negativo. Puede que esa negatividad se exprese en forma de pecado, de falta moral, de enfermedad, de depravación; pero, en cualquier caso, la idea de fondo es semejante.

Muchas veces, no es necesario que nadie nos diga nada, ni siquiera tenemos que oír hablar de la existencia de una sexualidad diferente para aprender a temerla y, a partir de este temor, defendernos de ella odiándola. Las propias estructuras que vertebran nuestra sociedad se encargan de generarnos esas emociones: todo el mundo tiene papá y mamá, abuelos y abuelas, tíos y tías; todas las películas, libros, canciones están protagonizadas por parejas heterosexuales; nuestro futuro, por tanto, debe ser y será el mismo, el único. Lo que nos muestran como normal nos introduce sin preguntarnos en la esfera de lo normativo, ocultándonos información, negándonos una visión completa de la realidad.

Por eso, cuando descubrimos que la realidad puede ser diferente, y que esa diferencia la provocamos nosotros, el miedo a lo desconocido puede llegar a convertirse en rechazo y odio por lo que pudiera ser nuestra vida, por la experiencia de nuestro verdadero yo. El sufrimiento atroz que esta contradicción conlleva nos empuja a minimizarlo acudiendo a diversos razonamientos que, a corto plazo, resultan paliativos: que me guste tener relaciones sexuales con alguien de mi propio sexo no me convierte en homosexual; yo me enamoro de las personas y que mis parejas siempre hayan sido de mi mismo sexo es pura casualidad; aunque mantenga una relación estable con alguien de mi propio sexo soy heterosexual; que alguna vez haya tenido una relación heterosexual implica que no puedo ser homosexual; etc.

Considero que el caso de la homofobia interiorizada debe ser tratado como cualquier otro tipo de homofobia: problematizando ésta y no la homosexualidad. Sin embargo, muchas personas que la sufren confunden estos términos y creen que su malestar proviene de su condición sexual y no del odio hacia ellas mismas que las estructuras sociales les han transmitido durante años, y que probablemente les siguen transmitiendo. Este cambio de perspectiva, no obstante, parece ser la clave para instalarse en el camino de superar el odio y caminar hacia la aceptación.

Por nuestra propia salud, recordemos que la homofobia interiorizada también se puede curar.
Encantada de contribuir a su desaparición.

jueves, 14 de mayo de 2009

Dos años ENCANTADA

Ayer mi blog cumplió dos añitos, y lo mejor es que cada día que pasa estoy más encantada.

Encantada de escribir, de compartir, de pensar, sentir y conocer. Encantada de no haber perdido la ilusión por un proyecto que me ayuda a seguirle el paso a mi propio devenir. Encantada de tener nuevas ideas, nuevos iniciativas, nuevos sueños, y de ser capaz de entretejerlos con las pequeñas agujas de este pequeño yo.

Hace un año decidí cambiar la imagen de cabecera. Atrás dejé un cuerpo oculto bajo el burka, que se conformaba con afirmar su propia existencia, con asegurar que estaba vivo; y aposté por otro en movimiento, una mujer que, si bien semi-visible, avanzaba hacia algún lugar. Ahora siento que mi identidad, poco a poco, va dejando de estar definida por lo que oculto para expresarse en lo que muestro, en la manera en que por fin me voy animando a vivirme, cada día con menos miedo, con más alegría en cada paso, reflejando un arcoiris de esperanza aun consciente de que no ha dejado de llover.

Dos años significan un buen puñado de escritos: experiencias, pensamientos, ideas, enfados y alegrías que no quiero dejar de compartir. Por eso me hace muy feliz estar construyendo una nube de temas que, si bien me llevará algún tiempo terminar, puede hacer un poco más transparente este blog para quienes poco a poco se van acercando por aquí. Es mi manera de hacerles más cálida la bienvenida y facilitar cada una de las visitas que me quieran hacer.

Encantada de seguir creciendo.

martes, 28 de abril de 2009

Lesbiana (o no)

Leía hace poco que, por lo general, las personas nos sentimos más cómodas cuando podemos explicarnos contando nuestra propia historia que cuando se nos obliga a decirnos adscribiéndonos a una única categoría. Y esto es aplicable también a aquella que pone nombre a nuestra orientación sexual.

Personalmente, he descubierto que una de las cosas que me molesta de decir que soy lesbiana son las interpretaciones restrictivas que algunas personas hacen de esa categoría. Me explico: sólo puedo sentirme cómoda denominándome lesbiana si todo lo que he sido, soy y seré cabe en ese concepto. Y para comprobarlo necesito contrastarlo con el relato de mi historia personal.

Después de recolectar gran cantidad de recuerdos y experiencias de mi infancia y juventud, después de pasarlos también por el tamiz de diferentes tipos de compresión (intelectual, emotiva, discursiva, biográfica y un largo etcétera), he llegado a la conclusión de que mi objeto de deseo romántico y social han sido, la mayor parte del tiempo, los hombres. Es decir: durante más de veinte años de mi vida, me he enamorado de hombres y he deseado que mi pareja fuera un hombre, todo ello aderezado con una ligera erotización de lo masculino. Por las mujeres, no obstante, sentía una intensa atracción física y sexual, atracción profundamente turbadora, que me provocaba un sentimiento cercano a la embriaguez del que creo haber sido siempre consciente. Pero en ese sentimiento no se incluía el amor ni, por supuesto, la deseabilidad social.

Desde hace un lustro, sin embargo, esta experiencia vital ha cambiado, debido, por una parte, a mi curiosidad por explorar el origen (y el alcance) de mi atracción por las mujeres; y por otra, a mi primera experiencia amorosa con una (mi pareja actual). En la misma línea, mis sentimientos por los hombres han ido decreciendo, no de manera inmediata (ni mucho menos), y siempre manteniendo, intermitentemente tal vez, cierta curiosidad por ellos y la misma ligera erotización que sentía con anterioridad.

¿Qué puede pasar de aquí en adelante? Yo creo, sinceramente, que mi camino se va dirigiendo hacia un aumento de la deseabilidad social en relación con las mujeres. Me refiero a que, poco a poco, empiezo a sentir en mí eso que antes me llamaba tanto la atención en otras y que pensaba que no podía estar hecho para mí: la certeza, cada día mayor, de que si volviese a nacer querría nacer de nuevo lesbiana. Empiezo a asumir mi lesbianismo no como un castigo divino o una herencia genética contra la que no se puede luchar, sino como un regalo maravilloso, una oportunidad que la vida me brinda para poder desarrollarme y ser feliz de la manera más hermosa que podría imaginar. Empiezo, creo, a considerar que ser lesbiana no es una mera orientación sexual, sino una opción personal.

¿Puede entonces la categoría lesbiana albergar por completo mi experiencia? ¿Entenderán los demás que, si yo soy lesbiana, esta palabra significa necesariamente todo lo que yo soy? Y si mi futuro no fuera el que creo, ¿en qué momento dejaría de ser lesbiana para, quizás, plantearme si soy o no bisexual? ¿Cómo y dónde se establecen los límites entre ambos conceptos? ¿Los pongo sólo yo o los ponen también los demás?

Si bien la adscripción personal a una u otra categoría depende de numeroso factores, me parece relevante ese sentimiento de comodidad con el concepto que surge especialmente cuando, aparte de constituir una opción, la palabra con la decidimos nombrarnos realmente nos representa. De manera amplia, diversa, pero lo suficientemente significativa como para poder decirnos y decir: “sí, yo soy así”.

Mientras no sintamos eso, mientras no hayamos recorrido esa parte del camino, quizá no merezca la pena esforzarse por aceptar o rechazar una palabra vacía (o con demasiada carga) que otros dicen que somos (o no).

Encantada.

viernes, 24 de abril de 2009

Nu Gua

La supervivencia a través del tiempo del mito chino de Nu Gua es casi un milagro, un pequeño tesoro que debemos conocer, preservar y difundir. Y es que es uno de los pocos en los que una diosa y no un dios crea a los seres humanos.

Como en otros relatos de la creación, Nu Gua había existido desde siempre, gozando del poder de transformarse y transformar otros elementos. Después de mucho tiempo vagando por el mundo en soledad, decidió buscar compañía, creando a los seres humanos. Para ello, se sentó en la orilla de un río y empezó a moldear una figurilla con barro. Cuando la posó en el suelo, una vez terminada, ésta cobró vida de inmediato, bailando y riendo de felicidad. Contagiada de esta alegría, Nu Gua decidió llenar el mundo de otras figurillas similares, para lo cual trabajó hasta el anochecer. Sin embargo, pronto se dio cuenta de que, por mucho que trabajara del mismo modo, no alcanzaría a crear tantas figurillas como deseaba. Entonces, cogió un tallo de enredadera, lo pasó por el barro y, utilizando su poder, lo hizo girar, de manera que cada gota de barro que salía despedida de la enredadera y tocaba el suelo se transformaba en un ser humano. Y así fue como la diosa Nu Gua logró poblar la Tierra.

En otro mito posterior, la diosa Nu Gua salva al mundo de la destrucción. Después de que dos de los dioses más poderosos se pelearan, uno de los pilares que sujetaban el cielo quedó dañado, provocando terribles inundaciones. Se dice que Nu Gua reparó el daño con su propio cuerpo, aunque en otras versiones utilizó para ello piedras de siete colores, dando origen al arco iris.

Los mitos asociados con la diosa Nu Gua me resultan particularmente hermosos porque en ellos se nos ofrece una diosa creadora muy diferente a otros dioses creadores de diferentes tradiciones. Nu Gua asume su soledad y la combate, se contagia de la alegría de sus propias criaturas, admite sus limitaciones como diosa y las supera con ingenio, cuidando de su creación a pesar de los descuidos de otros dioses.

Por todo ello, creo que su figura es una fuente de reflexión muy valiosa, que nos invita a imaginar otra sociedad basada en otras tradiciones donde no prime el poder despótico, la destrucción y la violencia, sino el cuidado, la compañía y la alegría de vivir y compartir.

Encantada.

lunes, 13 de abril de 2009

Queer de toda la vida

Es curioso. Desde que empecé a oír hablar de la teoría queer hasta hace bien poco, el mensaje que me llegaba era siempre el mismo: lo importante es cuestionar las categorías establecidas, lo importante es darse cuenta de que la categoría “lesbiana” no significa nada, lo importante es pensar que todos somos diversos, fluctuantes, equívocos.

Y no es que no me pareciera bien o no estuviera de acuerdo, pero siempre pensaba que la teoría, tal cual, estaba incompleta. Deconstruir sin ofrecer nada a cambio me resultaba un mero juego de niños: hoy me pongo bigote, mañana digo que yo me enamoro de las personas, al día siguiente me embadurno un brazo de testosterona y, mientras tanto, las estructuras del odio, de la discriminación, de la persecución, de la infelicidad siguen intactas.

Para mí, las categorías pueden ser cuestionables, cambiantes, plurisignificativas; pero, por encima incluso de ello, son útiles. Sin la categoría lesbiana, sin que millones de mujeres en todo el mundo se adscribieran libremente a ella, sin la reivindicación de ese nombre, por muy vacío que esté, por muy difuso que parezca, todavía nos encarcelarían, nos encerrarían en manicomios, nos condenarían a muerte, nos echarían del trabajo, nos marginarían socialmente, nos impedirían mantener relaciones y, por supuesto, no nos podríamos casar ni formar una familia.

Por todo ello, me parecía que la versión de la teoría queer que me llegaba no era más que un juego intelectual que estaba llevándose a cabo, bien desde la huida de la realidad, bien desde una realidad demasiado cómoda. Podía estar de acuerdo en la importancia de reivindicar la diversidad, la multiplicidad de nuestras experiencias, pero no a costa de romper con lo que durante tanto tiempo nos ha dado sentido, con lo que nos ha permitido precisamente pensarnos de maneras tan distintas.

Sin embargo, hace poco descubrí que la teoría queer no se queda simplemente en eso, sino que ofrece una visión positiva (e inteligente, a mi juicio) de las categorías, destacando la importancia de hacer un uso estratégico de ellas. Así, considera que la rentabilidad política y social de palabras como lesbiana hace que no sólo no podamos sino que no debamos prescindir de ellas en nuestra lucha, lucha de carácter social contra las estructuras que nos impiden ser de manera individual pero también y muy especialmente de manera colectiva.

Y es que la homofobia es una construcción social, una gran ola de odio que no se para a valorar cada caso. Por eso, la lucha individualizada desde una concepción radical de la diferencia (que también implica aislamiento) no tiene ningún sentido. Las lesbianas existimos, pero no desde una perspectiva esencial (la lesbiana verdadera, la falsa, la que siempre lo fue, la recién convertida) sino desde una decisión personal, profunda, íntima, política, pragmática y social de aplicarnos libremente esa etiqueta, en nombre de la cual podremos reivindicar una parte muy importante de nosotras mismas, de nuestra forma de vivirnos, de ser.

De hecho, la teoría queer no sólo no huye de las categorías, sino que subraya nuestra adscripción múltiple a todas ellas. Allí donde haya una conceptualización de la realidad, allí encontraremos un nombre con el que llamarnos, un nombre para sernos, para vivirnos, para entendernos y para luchar, un nombre que, a pesar de todo ello, nunca nos representará esencialmente. Y es que las lesbianas no sólo somos lesbianas, sino también mujeres, biológicas o transexuales; trabajadoras, amas de casa, millonarias, paradas, indigentes; somos blancas, negras, orientales, mestizas; pertenecemos a tantas categorías como seamos capaces de pensar y aún más, y porque esas categorías funcionan en la sociedad, debemos tomar conciencia de ellas y hacerlas nuestras, emplearlas a nuestro favor y no dejar que funcionen sin nosotras, sin nuestra interpretación de las mismas, sin nuestra participación, sin nuestra diversidad. Nuestra ignorancia o la negación de la realidad no las destruye, nos las hace más comprehensivas; el juego inocente con ellas las mantiene intactas, incluso nos debilita y las refuerza; considerarlas esenciales e inmutables niega nuestra verdadera existencia y nos condena.

Y sobre todo ello nos hace reflexionar lo que a mi juicio es una versión completa y profunda de la teoría queer.

Encantada de haberlo descubierto.

miércoles, 8 de abril de 2009

Decisiones

Dedicado a A. Daniela, que tan amablemente
me incluyó en el club de futuras mamás.
.
Supongo que tener dudas ante una decisión tan importante y evidentemente definitiva como tener hijos implica más una toma de conciencia ante la magnitud del acontecimiento que algún tipo de señal trascendente que nos avisa de que no se debe ser madre si en algún momento del proceso se dudó. O al menos, esa es mi visión después de reconciliarme con mis propios recelos. Y una de las maneras que me han ayudado a hacerlo ha sido darme cuenta de que, antes de tomar la decisión de tener hijos, ya tomé muchas otras decisiones que los implicaban.

Algunas son decisiones que podríamos denominar estructurales, como por ejemplo, escoger mi profesión y la manera en la que la desempeño. Aparte de que siempre me sentí inclinada a ella, y aunque mis aptitudes también apuntaban en la misma dirección, he de reconocer que, si he buscado la seguridad y la flexibilidad en mi trabajo ha sido porque, desde muy joven, tenía clarísimo que no quería que nada ni nadie coartase mi maternidad.

Y es que la experiencia de las mujeres de mi alrededor me había enseñado que la carrera profesional y el desarrollo de la maternidad suelen estar reñidos. Por eso yo, que tenía la intención de crear una familia numerosa, traté por todos los medios de conseguir un trabajo que me permitiera a mí elegir cuándo y cómo tener a cada uno de mis hijos, sin miedo al despido o a las trabas en la promoción profesional. Y aunque hoy me planteo si mi trabajo me permite el desarrollo de muchas de mis inquietudes, si es suficiente para mi realización personal y profesional, reconozco que, al menos en lo tocante a la maternidad, es estupendo.

Otras decisiones pueden considerarse coyunturales, pero no por ello menos importantes: por ejemplo, la elección del coche que me vi obligada a comprar cuando mi precioso primer bólido quedó inutilizable. Todo el mundo me aconsejaba que me comprase un modelo pequeño, manejable, de ciudad, de mujer. Pero mi autoconcepción de cabeza de familia me impedía pensar en un coche que no pudiera ser calificado, aunque fuera discretamente, de familiar. Por eso, cuando fui a ver el que sería mi futuro coche, no me decidí a comprarlo hasta que no abrí una de las puertas traseras, imaginé un par de sillitas de niño en los asientos, y supe que aquel podía ser el coche de una mamá.

Y aunque estas decisiones pertenecen al pasado, y que se podría argumentar, por tanto, que no implican que hoy en día, después de mis muchas dudas y mi toma de conciencia, todavía quiera ser madre, resulta que mi maternidad potencial sigue condicionando muchas otras decisiones presentes y futuras de gran calado, como por ejemplo, la compra de una casa.

Cuando mi novia y yo decidimos vivir juntas, los criterios que utilizamos para buscar un piso sólo tenían que ver con nosotras: que fuera barato, legal, que tuviera una habitación de estudio, que nos pillara bien a alguna de las dos para ir al trabajo, que tuviera el metro cerca para poder ir al centro, etc. Sin embargo, los que ahora me obsesionan cada vez que buscamos una nueva vivienda no se parecen en nada a aquellos: que tenga colegios cerca, que tenga parques, que se pueda practicar deportes en las inmediaciones, que resulte lo más acogedor posible para una familia homoparental... En fin: nada que me hubiera importado si la casa fuera sólo para nosotras dos.

Por eso creo que, a pesar de mis dudas, lo que me planteo y me replanteo, los impedimentos de alrededor, las dificultades, el miedo... muchas decisiones en mi vida ya han preparado el camino para que algún día sea lo único que mis hijos necesitan que yo sea: su mamá.

Encantada.

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