lunes, 30 de mayo de 2011

La asamblea posible


El sábado pasado asistimos a la asamblea del movimiento 15 de mayo en nuestro municipio. Ni el calor abrasador, ni la inexperiencia, ni la votaciones sobre las votaciones le restaron un ápice de emoción al evento.

Lo que más me gustó fue comprobar que el sistema de organización asambleario es posible. Y que las personas que vivimos en nuestra sociedad, teóricamente tan polarizada, podemos tomar decisiones por consenso con una facilidad pasmosa. Sólo es necesario saber escuchar y tener un poco de paciencia para que lo que parece imposible a juzgar por el comportamiento de nuestros políticos se haga realidad.

Yo siempre había creído en este sistema, y siempre me habían hecho creer que era una utopía. Sin embargo, ahora que lo he visto con mis propios ojos, ahora que he comprobado su eficacia y su belleza, no pienso renunciar a él. Se acabó para mí la democracia representativa. ¡Democracia participativa YA!

Encantada... ¡y llena de esperanza!

lunes, 23 de mayo de 2011

Una represión invisible


"Si las mujeres no fueron encarceladas durante el franquismo es, simplemente, porque no eran los poderes públicos los encargados de velar por la moralidad de las mujeres. [...] Las mujeres dependían de sus padres, de sus hermanos, de sus maridos, y la represión que el círculo familiar ejercía sobre la vida y la sexualidad de estas se circunscribía al ámbito privado, aunque no por esto era menos terrible".
Beatriz Gimeno, en su Introducción a Primeras caricias.

Desde que hace algunos días leí este fragmento, no paro de darle vueltas. Cuanto más pienso sobre él, más me remueve por dentro, pretendiendo explicar un aspecto doloroso de mi vida que me siento incapaz de transmitir con mis propias palabras. Tras numerosas lecturas, no obstante, me atrevo a concluir que la clave está en el término "represión".

Represión. ¿Qué nos viene a la cabeza cuando escuchamos esta palabra? A mí me vienen a la mente las imágenes terroríficas de las personas secuestradas, torturadas y ajusticiadas impunemente por las dictaduras contemporáneas. Veo fotografías en blanco y negro, hombres vestidos de pana con gafas de pasta, mujeres con falda y pelo largo, militares con unas enormes botas de cuero a quienes resulta difícil distinguirles la cara.

La definición de la palabra en el diccionario está conmigo: "Acto, o conjunto de actos, ordinariamente desde el poder, para contener, detener o castigar con violencia actuaciones políticas o sociales".

Desde el poder. ¿Quién ejerce el poder sobre las mujeres? ¿Quién detiene, contiene o castiga con violencia? De pronto descubro, atónita, que los poderes públicos no tienen a las mujeres entre sus objetivos represores porque no es necesario. Porque los círculos familiares, formados por hombres pero también, y sobre todo, por otras mujeres, se encargan de hacer el trabajo sucio.

Tanto tiempo preparándome para luchar contra unos poderes etéreos, para descubrir que el verdadero represor tiene un cuerpo conocido, lleva mis apellidos, y dice, como los otros, como los que no muestran su rostro, que todo lo que hace lo hace por mi bien.

Yo he sufrido y sufro represión. Una represión minuciosamente orquestada, devastadora y constante. Una tortura que horada mi cuerpo y mi alma a través de esa pequeña gota de agua que cae siempre en el mismo punto, volviéndome loca, agujereando las defensas que velaban por mis aspectos más preciosos, las mismas que debieron resultar infranqueables.

Yo he sufrido y sufro represión, pero nunca emplearía esa palabra para nombrarla, porque no se ajusta a mis imágenes mentales. No he sentido botas de cuero sobre mi pecho, no he salido en ninguna fotografía, pero he sido secuestrada en mi propio cuerpo, torturada con miradas, gestos, acciones y palabras, parcialmente ajusticiada a través de una depresión que, día a día, durante años, se ha enseñoreado de mi alma.

No puedo quejarme a ningún gobierno, no recibiré ningún tipo de compensación. Lucharé, asumiré y superaré esta represión (la otra, la nuestra) desde el agujero negro del anonimato personal y social donde muchas acabamos sumidas, incapaces de mostrar una realidad que resulta invisible para los objetivos de lo relevante, de lo histórica y socialmente representativo.

Y sin embargo, el poder reprime las acciones que son consideradas políticas o sociales. ¿Reivindicar nuestra autonomía personal es una acción política? ¿La intimidad de nuestros dormitorios es un hecho social? ¿Reprimirían los círculos familiares con igual fuerza lo exclusivamente individual o personal...?

Empiezo a comprender.
Encantada.

domingo, 22 de mayo de 2011

Reflexionando al Sol


Ayer pasé la jornada de reflexión visitando el campamento de Democracia Real Ya en la Puerta del Sol. No quería dejar pasar esta oportunidad de participar en un movimiento que parece histórico, aunque reconozco que mi intención era más ir a ver qué se cocía que colaborar en alguna acción concreta.

Parte de mi escepticismo lo tenía la avalancha mediática que había provocado el campamento. La idea de que se asemejara, como decían muchos, a las revoluciones que han tenido lugar en el mundo árabe, me hacía esbozar una sonrisa irónica. Creo que nada que se produzca en nuestro país le puede llegar a la suela de los zapatos a lo que han arriesgado, luchado, perdido y ganado nuestros hermanos mediterráneos. La mera posibilidad de sentirnos a su altura me provocaba una vergüenza ajena irrefrenable; a pesar de lo cual, necesitaba comprobar por mí misma en qué andaba metido tanto compatriota, que no por humilde dejaba de ser importante.


Y he de decir que me volví muy contenta, especialmente por la organización del campamento. Lo que había empezado como un pequeño camping urbano, ha terminado siendo una ciudad en miniatura que recordaba a lo mejor de la Comuna de París. Con sus zonas de entrada y salida señaladas, mapas de las secciones en que se dividía a través de callejuelas recién creadas, horarios de actividades, baños, chiringuitos donde poder tomarse un refrigerio a cargo de la concurrencia, biblioteca y hasta guardería infantil, el campamento demostraba que otro mundo es posible. Y no sólo posible, sino tangible, vivible, comprobable para cualquiera que se acercase a la Puerta del Sol.


Otro aspecto que también me gustó fue el uso del nombre de la plaza como símbolo del movimiento. He de admitir que nunca hasta ahora había reflexionado sobre la belleza y el poder de un nombre tan sencillo como "Sol". En Madrid estamos demasiado acostumbrados a "quedar en Sol", "pasar por Sol", "vernos en Sol" o "quejarnos de Sol" como para reparar fácilmente en el nombre de una plaza, centro de nuestra ciudad y de la red nacional de carreteras, que parecía llevar decenios esperando a que alguien se fijara en que estaba pensado para la Revolución. Sol era ahora el Sol de mayo en Madrid, que dora mejillas; la imagen de la Democracia que pedimos, sin distinciones, sin corrupción; el recuerdo del poder primigenio e inalienable de las personas, de la comunidad, de una sociedad que, si quiere, puede.


El ambiente del campamento, además, me contagió rápidamente una esperanza y unas ganas de compromiso que hacía mucho tiempo que no sentía, sumida como estoy en una depresión personal y social que, desgraciadamente, muchos otros ciudadanos del mundo comparten. Participamos en un taller de micromachismos, dimos la vuelta a la plaza bailando al son de los tambores, firmamos los escritos de apoyo al movimiento, gritamos proclamas apartidistas e hicimos bulto en nuestro trocito de acera, justo detrás de una osa y un madroño que apenas eran visibles entre banderas, carteles y personas que se les abrazaban para poder disfrutar de las vistas.


Y aunque hayan llegado y pasado las elecciones, parece que el campamento va a continuar. ¿Hacia dónde? No sé sabe, pero eso es lo más auténtico: se irá decidiendo en las asambleas, como se ha decidido todo hasta ahora, sin violencia, sin alcohol, sin malos olores y con una altura democrática que ya quisieran para sí quienes dicen representarnos.


Jóvenes, niños, mayores y muy mayores, hombres y mujeres seguiremos haciendo ruido para que no nos sigan tomando el pelo sin consecuencias visibles.

Tal vez esto solo sea el principio...


¡Encantada!

viernes, 13 de mayo de 2011

Cuatro años ENCANTADA


¡Cómo pasa el tiempo...!

Mi blog cumple hoy cuatro años y he decidido regalarle un cambio de look.

¿Significa esto un nuevo comienzo, una nueva dirección?

No. Es como un corte de pelo, con todo lo que ello implica: frescura, coquetería, riesgo... y un poquito de vanidad.

Espero que disfrutéis de esta nueva imagen tanto como lo he hecho yo mientras la diseñaba.

¡Encantada!

domingo, 8 de mayo de 2011

Cada cosa en su lugar

 
Últimamente vengo sufriendo un frenesí organizador: saco cosas de los cajones para ponerlas en cajas, saco cosas de las cajas para ponerlas en las estanterías, cambio los libros de lugar, reordeno los archivadores, tiro cajas, tiro hojas, tiro envases de plástico... Por si esto fuera poco, prácticamente a diario me paseo por la casa observándolo todo: recojo lo que no está en su sitio, ideo nuevas ubicaciones, mido los lugares vacíos, me recreo en cualquier detalle, pensativa...

Todo esto podría interpretarse como una locura transitoria, como el efecto alienante de mirar tantas revistas y páginas web de decoración. Cual Quijote por su casa, desde hace poco me estaría creyendo una decoradora andante, que tiene que ganarle la batalla a los rincones vacíos y a las paredes sin gracia.

Sin negar totalmente la interpretación anterior, opino, no obstante, que lo que me ocurre con mi casa forma parte de un fenómeno más amplio que, de pronto, está revolucionando mi vida. Desde hace algunas semanas, de hecho, todo parece buscar su lugar.

Mi cuerpo lo busca, poco a poco, deslizándose silenciosamente por entre sus posibilidades, tapándose los ojos al cruzar los ríos de los malos recuerdos, jugando a atravesar un bosque lleno de peligros y sorpresas, para terminar encontrando los claros de luz.

Mi creatividad lo busca, llevada por la brisa, fresca como una ola recién nacida, impaciente como el animal que espera algo bueno, que se relame y agita su cola, que otea en el horizonte el aroma de lo que se acerca, con las fosas nasales repletas del perfume de la libertad.

Mi corazón lo busca, revolviendo entre el amor, entre los buenos propósitos, escogiendo las maneras de quererse y de querer, de cuidarse y de cuidar, procurando desterrar las brumas de la confusión y la culpa para salir a navegar por el mar de la vida llena de vida, por el mar del amor lleno de amor.

Así, poco a poco, cada cosa se coloca en su lugar.
Encantada.

domingo, 1 de mayo de 2011

¡Feliz día de las MADRES!

Para todas las que luchan cada día porque este sea un mundo mejor y nos allanan el camino a las que vamos detrás.

¡Feliz día de las madres!

Encantada.

jueves, 28 de abril de 2011

Un paso más

Ayer salí del armario con mi doctora.

Era un tema que tenía pendiente y en el que ya había empezado a trabajar: visibilizarme como lesbiana para, nunca mejor dicho, curarme en salud.

La verdad es que, para ser sincera, debería admitir que fue ella la que me dio la mano y me ayudó a salir.

Entré en la consulta para la revisión mensual de mi medicación. Ella empezó a hacerme esas preguntas aparentemente sencillas de las que saca tantísima información sobre mi estado de salud. “¿Lloras?”. “Sí”. Y entonces escribe en el ordenador durante un buen rato, mientras yo miro fijamente mi talonario de recetas y pienso que pronto se me van a acabar.

“¿Dirías que te sientes igual o mejor que el mes pasado?”. “Igual”. “Pues entonces vamos a cambiar la medicación”. El plan era empezar a dejar los antidepresivos este mes o el que viene, pero no funcionó. Ahora tomo otros diferentes, para las recaídas.

Cuando entré en la consulta, no quedaba nadie esperando. Así que la doctora decidió dedicarme un poco más de tiempo. “¿Cuál es la causa de tu llanto?”. “La tristeza”. “¿Y la causa de tu tristeza?”. Yo sentí cómo me temblaba el labio inferior. Miré otra vez mi talonario de recetas y contesté. “La mala relación que tengo con mis padres”. “Pero, ¿esto ha sido siempre así o es algo reciente?”. “No ha sido siempre así, es desde hace unos años”. “¿Y cuál es la causa de esa mala relación?”. Respiré hondo y respondí. “Salgo con una chica”.

Me sentí como si tuviera quince años y la directora del instituto me estuviera interrogando.

Pero ella me ayudó a mostrar un poco más de valor. “Eres lesbiana”, afirmó mientras me miraba fijamente a los ojos. “Sí”, le respondí yo del mismo modo, sintiendo cómo poco a poco recuperaba mi dignidad.

Entonces charlamos. Ella me dijo que lo comprendía, que era duro enfrentarse al rechazo de los padres, que con la edad que los míos tenían deberían mostrar otra actitud, que la relación paterno-filial era más complicada en el caso de las lesbianas que en el de los gays, y que la madre de su mejor amigo se había hecho la loca durante veinte años, montando un pollo increíble cuando él le contó que se casaba con ese compañero de piso con el que vivía desde hacía dos décadas en una casa con una sola cama en una sola habitación.

Yo asentía, sonreía, me solidarizaba, mientras iba arrellanándome en el sillón y me dejaba invadir por el alivio de haber vuelto a salir del armario, de haber conquistado un nuevo territorio de libertad.

“Tu madre viene de vez en cuando por aquí, ¿no?”. “Sí”, le respondí. “Pues ya le diré algo, ya”. Mi expresión de espanto no puede traducirse en palabras. “Claro, mujer… ¡Algo le tendré que decir!”.

Atravesé el umbral de la consulta con una mezcla explosiva de emociones borboteando en mi interior. Durante mucho tiempo no he querido salir del armario con mi doctora porque la compartía con mi madre. Temía que la doctora, aun saltándose el secreto profesional, le hiciera algún comentario a mi madre sobre mi intimidad. Pues, aunque mi madre ya sabe que soy lesbiana desde hace muchos años, sus reacciones ante mi visibilidad son imprevisibles, y me aterrorizan más que una victoria electoral del PP.

Pero de pronto estaba ya fuera, y la doctora de mi lado, dándome su apoyo incluso para ayudar a que mi madre entrara en razón.

En eso pensaba mientras bajaba las escaleras y salía del centro de salud; en eso y en las mentiras que pueblan mi historial clínico, una civilización fantasmagórica cuyo único destino desde ahora es dejar de reproducirse y terminar por desaparecer.

Porque yo sí que me había saltado a la torera eso de que a los médicos siempre se les dice la verdad.

Encantada.

miércoles, 20 de abril de 2011

El sexo de las bicis


Hasta que mi novia y yo nos pusimos a recoger información para comprarnos unas bicis, yo pensaba que estas eran como los ángeles; es decir, que no tenían sexo. Pero después me he enterado de que no, pues resulta que hay bicis macho y bicis hembra.

Al parecer, las bicicletas para mujeres estarían adaptadas a las características de nuestro cuerpo: piernas más largas que las de un hombre de nuestra misma altura, acompañadas de un torso más corto (la primera noticia que tengo), peso extra para la espalda a causa de los pechos (eso ya me lo suponía), hombros más estrechos, caderas más anchas (vale, vale...). Esto hace que haya diferencias en el manillar y el sillín; pero, sobre todo, en el cuadro: si tiene forma de rombo paralelepípedo, la bici es macho; si le falta la parte de arriba o es más baja, la bici es hembra.

Sin embargo, y a pesar de la teoría antropométrica, yo me sigo preguntando... ¿POR QUÉ?



Lo que básicamente no entiendo son las diferencias en el cuadro, y, tras varias semanas estrujándome la cabeza, he llegado a la conclusión de que la única causa real es la vestimenta. Para aquellas mujeres que decidan montar en bici con falda, será más cómodo que la parte superior del cuadro no se la levante. Sin embargo, ¿no es también más cómodo para los hombres carecer de esa barra situada peligrosamente cerca de sus genitales? ¿Y si tropiezan y se caen hacia delante...?

En conclusión, ¿qué clase de satán inventó los cuadros con forma de rombo (¿y por qué se llaman cuadros, si son un rombo?), teniendo en cuenta que molestan a todo el mundo?

Por si esto fuera poco, también me he dado cuenta de que, en mi inconsciente, todas las bicis eran macho. ¿Tendrá de esto la culpa el falocentrismo imperante y el sistema patriarcal? Mi respuesta ha de ser necesariamente afirmativa, a tenor de la conversación que, al respecto, tuve hace poco con mi padre:

- ¿Te acuerdas de la bici que tenías cuando eras más pequeña?
- ¿La verde o la azul?
- La verde, la verde... ¡Lo que duró esa bicicleta! Además, era de señorita...
- Yo es que eso de las bicis para hombres y las bicis para mujeres es algo que no entiendo. ¿Tú sabes por qué son distintas?
- ¡¡Pues hija, porque así son las cosas, y ya está!!



Afortunadamente, las bicis que mi novia y yo nos hemos comprado tienen cuadro mixto. ¡Que también existen!

Encantada.

jueves, 14 de abril de 2011

¿Por qué soy republicana?


Personalmente, encuentro muchas razones para ser republicana. Algunas, emocionales, como el recuerdo de un bisabuelo republicano hasta las trancas al que no conocí; otras, intelectuales, como la actitud rebelde e inconformista ante lo que me rodea, que parece haber nacido conmigo. Sin embargo, realmente existe una única razón de peso para que yo lo sea, y esa única razón es suficiente.

Yo soy republicana por principios.

En primer lugar, por el principio de que todas las personas somos iguales ante la ley. Ya sé que este principio se lo saltan a la torera en todos los países, republicanos o no; pero, al menos, en el papel mojado de una constitución republicana no se cometen las incoherencias que encontramos en una monárquica. Según nuestra constitución, todos somos iguales, pero yo nunca he podido optar a ocupar el puesto de representante del Estado, ni podré optar nunca al mismo mientras esta carta siga vigente. Si todos somos iguales, todos deberíamos disfrutar, al menos en teoría, de una igualdad de oportunidades para acceder a cualquier cargo. Y esto no ocurre en una monarquía, porque en ella sólo representas al Estado si eres hijo biológico de quien antes que tú lo representó, lo cual reduce la igualdad a cero. Es decir, en una monarquía la igualdad no existe, porque la desigualdad forma parte de su esencia. Por eso soy republicana.

En segundo lugar, por el principio de que la organización del Estado debe tener en cuenta la diversidad de sus habitantes, y mostrarse neutral ante sus diferencias; particularmente, en el caso de la diversidad de creencias. A este respecto, elijo un Estado laico que respete la libertad de conciencia, incluida la de aquellos que no creen en la existencia de ningún dios, como es mi caso. Y esto resulta imposible cuando se mantiene un derecho sucesorio basado en la consanguineidad, derecho que sólo se comprende y sustenta al contemplar la intervención divina. La monarquía se basa en la idea que una sola familia ha sido elegida por dios para guiar a su pueblo, y que dicha elección es, por tanto, sagrada. Ya sé que a lo largo de la Historia la familia elegida ha ido cambiando a través de intervenciones plenamente humanas, como las guerras; pero, en origen, esa categoría de “elegidos” es la única que justifica que ellos puedan acceder a un honor que los demás ciudadanos tenemos vetado, por lo que monarquía y religión están íntimamente unidas. Y como yo soy atea, también soy republicana.

Finalmente, por el principio de respeto a la autonomía de las personas y a la autodeterminación de los pueblos. Yo creo que las personas de manera individual y los grupos en que decidimos organizarnos tienen derecho a gobernar su vida personal y social como consideren y decidan. Por eso, entiendo que la Democracia participativa es el sistema de gobierno que más respeta este principio, pues en ella no sólo los cargos, sino también las decisiones que estos tomen, están abiertos a la población. Para que esto tenga lugar, los ciudadanos deben poder ostentar un poder del que evidentemente carecen en una monarquía. Así, porque creo en la verdadera soberanía popular, soy republicana.

Cuando escucho a alguien decir que mantener a la familia real es muy caro, y que por eso sería más rentable ser una República… el argumento se me queda corto.

¡VIVA EL 14 DE ABRIL!

Encantada.

domingo, 3 de abril de 2011

Aniversarios


Poco a poco vamos juntando aniversarios.

Tal día como hoy, hace un año, dormimos por primera vez en nuestra casa nueva. Todavía olía a pintura y a barniz, nuestras cosas estaban amontonadas en una habitación, la ubicación de los muebles eran provisional y no había sofá.

Dentro de un mes, celebraremos nuestros seis años de relación. Ha llovido mucho desde aquella primavera en que no queríamos planear nada, ni nombrarlo, ni hacernos preguntas difíciles que todavía no podíamos responder. Sólo permanecer abrazadas, aspirando el aroma de las flores y dejando que pasase el tiempo, siempre demasiado breve, sin imaginar siquiera todo lo que nos quedaba por vivir.

Unos días después, llevaremos tres años y medio viviendo juntas. Aprendiendo de una convivencia que no deja de sorprendernos, de retratarnos a ambas de mil maneras, cuyos momentos especiales exprimimos hasta la última gota, sin dejar de encontrar las fuerzas para reconducir los difíciles hacia el mejor final.

Disfruto coleccionando estos aniversarios, encontrando excusas perfectas para celebrar nuestro amor, segura de que, con el tiempo, irán a más.

Encantada.

lunes, 28 de marzo de 2011

Los chicos están bien

Los chicos están bien es, para mí, una de las mejores películas sobre lesbianas que he visto, sino la mejor.

Quizá es por el momento vital en que me encuentro, pero esta película me devolvió una imagen clara, real y optimista de lo que yo, en medio de una nebulosa de confusión, acierto a identificar con mi visión sobre las relaciones personales en las parejas y familias de lesbianas.

Clara, real y optimista. Un trinomio que mi mente considera imposible, pero que esta película me ha ayudado a conjugar.

Clara, porque no rehuye ningún aspecto de la situación que retrata, aunque tampoco se recrea en ellos de manera dramática. Temas como las relaciones sexuales en una pareja estable, la infidelidad, los complejos, la falta de empatía, el miedo, la violencia adolescente, la iniciación sexual, las decepciones, las crisis emocionales, el deseo… son tratados de manera sencilla y directa, como aspectos inevitables de la realidad con los que debemos aprender a lidiar.

Real, porque ninguno de los personajes que aparecen es perfecto, todos muestran sus miserias junto con una buena dosis de heroicidad. Están caracterizados con suficiente complejidad como para reconocer la humanidad que representan; pero, al mismo tiempo, sus personalidades están descritas con la sencillez necesaria para no convertirlos en un dilema abstracto y sin solución.

Optimista, porque, para mí, su mensaje final se podría resumir en la idea de que los problemas tienen solución. No podemos evitarlos, no es necesario evitarlos: debemos enfrentarnos a ellos, de hecho, con la confianza puesta en que tienen solución, aunque no sepamos cuál es o sintamos, por momentos, que nunca seremos capaces de encontrarla. Y esta confianza, en el caso concreto de la película, surge del amor, la comunicación, el respeto y la aceptación que reinan en una familia de mujeres lesbianas: valores con los que me he sentido plenamente identificada.

Una bocanada de aire fresco, un subidón emocional.

¡Encantada!

sábado, 26 de marzo de 2011

Escribir con la mente

Clara trajo la idea salvadora de escribir con el pensamiento, sin lápiz ni papel, para mantener la mente ocupada…

Hace tiempo que escribo con la mente. Numerosas entradas de este blog han sido compuestas, corregidas y revisadas mentalmente mucho antes de aparecer tecleadas en una pantalla. Escribir con la mente me aleja del vértigo del folio en blanco, permitiéndome divagar como quien dibuja un cuadro abstracto, hasta que las frases van tomando forma poco a poco, sin sentirse forzadas ni empujadas a ser.

El valor terapéutico de esta forma de escribir he llegado a conocerlo en toda su extensión durante estos meses, en los que he sufrido una concentración especial de noches de insomnio. De manera natural a veces, intencionadamente otras, he dedicado esas largas horas nocturnas previas al sueño a escribir textos. Textos autobiográficos, pequeños relatos, entradas de blog e, incluso, el germen de una novela. Tumbada en la cama, con los ojos cerrados y el cuerpo relajado, mi mente ha viajado por innumerables universos literarios, coloreando mis noches en blanco y ayudándome a dormir mecida por el eco de mis propias palabras.

Una de esas noches, antes de apagar la luz de mi mesilla, descubrí por casualidad un hermoso fragmento de La casa de los espíritus, donde Isabel Allende trata precisamente del valor terapéutico de la escritura mental, capaz de hacerte viajar a lugares seguros aun inmersa en el más terrible de los infiernos. Me gustó descubrir que otras personas también utilizan la escritura mental para curarse el alma, sin necesidad de tener una hoja delante o un ordenador, con la esperanza puesta en ese momento futuro en que las palabras puedan salir de nuestra cabeza y adoptar la vida propia de los textos.

… entonces pudo hundirse en su relato tan profundamente, que dejó de comer, de rascarse, de olerse, de quejarse, y llegó a vencer, uno por uno, sus innumerables dolores.

Encantada.

martes, 15 de marzo de 2011

Pasarán

Empecé a tomar ansiolíticos el mismo día en que sufrí la crisis de ansiedad, y seguí tomándolos durante todo el mes que duró mi baja, uno por la mañana y otro por la tarde. La ansiedad no disminuyó: siempre fue más alta que antes de la crisis. Tampoco pude emplear la baja para descansar: en plenas fiestas navideñas, tuve más charlas trascendentales y más discusiones con mis padres de las que habíamos tenido en varios años, salpicadas de reuniones familiares en las que me sentí obligada a jugar una vez más al juego de la familia feliz. Con cada momento de estrés emocional, la ansiedad se disparaba, pero mi cuerpo no tenía fuerzas para provocarme otra crisis. Así que la ansiedad tomó formas histriónicas: ataques de risa, ataques de euforia, ataques de locuacidad. Solo quienes me conocen bien sabían que estaba pasando algo raro; el resto decidió pensar que, a pesar de no haber probado una gota de alcohol, me estaba divirtiendo de lo lingo. Yo pensé que nunca podría superar aquel estado de trágica embriaguez, pero, afortunadamente, pasó.

Cuando por fin pude reincorporarme al trabajo, se descubrió el pastel: ocuparme de algo más que de mí misma y de mis problemas me ayudó a rebajar mi estado de ansiedad, pero empecé a sentir que todo me daba igual. Por primera vez en muchos años, es posible incluso que por primera vez en mi vida, sentí que no me importaba el futuro, que ya no me quedaba nada que esperar, nada con lo que soñar. Mi único desafío vital, mi única perspectiva, era levantarme cada mañana y cumplir con mis obligaciones, ser capaz de vaciar el plato de comida en mi estómago y no olvidarme de ducharme ni de lavarme los dientes. Fue entonces cuando empecé a tomar antidepresivos, que tras un intenso síndrome de abstinencia logré intercambiar por el ansiolítico matinal. No estaba segura de poder recuperar la ilusión a través de aquella pastilla blanca, pensé que mi vida se había vaciado sin remedio pero, afortunadamente, aquel momento pasó.

Un mes y medio después, mi doctora me preguntó si había recuperado las ganas de hacer cosas. Aliviada, genuinamente entusiasmada, le contesté que sí. Nuevamente volvía a sentirme yo, una yo cansada y dolorida, apenas a un tercio de su capacidad, pero lo suficientemente vital como para hacer planes, imaginar estados futuros e iniciar proyectos modestos. La pastilla blanca empezaba a funcionar, pero el ansiolítico nocturno había dejado de hacerlo. Así que lo sustituimos por una pastilla para dormir, con la esperanza de que las pesadillas, las piernas hormigueantes, los sobresaltos nocturnos y los despertares de madrugada fueran empezando a desaparecer. Ahora mismo siento que nunca volveré a dormir toda la noche, que no podré levantarme descansada nunca más; pero mi intuición me dice que, afortunadamente, estos estados también pasarán.

Encantada.

lunes, 3 de enero de 2011

¡Feliz 2011!

Aún no te conozco, 2011, pero sé que vas a ser un año DIFERENTE.
De eso ya me encargo yo, no te preocupes.
¡Encantada!

martes, 28 de diciembre de 2010

Mis cuadernos de terapia

Portada de mi cuaderno grande.
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Me gustan las manualidades. Me gustaban desde que iba al colegio, y me han seguido gustando durante todo este tiempo, aunque no siempre me haya expresado a través de ellas con la misma intensidad. Considero que hacer manualidades es una manera de sencilla de crear y que, además, te permite rodearte de objetos especiales que reflejan tu personalidad. A veces esto también ocurre con un objeto comprado, que encontraste en un lugar recóndito del mundo o en el supermercado de la esquina; pero si ese objeto no aparece y tú lo necesitas urgentemente y de una manera concreta, puedes echarle imaginación y crearlo con tus propias manos. Eso es lo que me pasó a mí con mis cuadernos de terapia.

Cuando empecé a ir a la psicóloga, me dijo que tenía que hacerme con un cuaderno para ir apuntando algunas cosillas que hablásemos en las sesiones, y también para hacer los deberes que me iba a ir mandando cada vez. Yo ya tenía experiencia en este ámbito, pues durante muchos años escribí mis diarios en pequeños cuadernos, y sabía que su portada, así como el tipo de cuadros y rayas, o la textura y el grosor del papel, solían influenciar, de alguna manera, el periodo de mi vida que quedaba escrito en su interior. Por eso, en esta ocasión quise elegir un cuaderno especial, un cuaderno que me transmitiera serenidad y buenas vibraciones, para poder enfrentarme a la terapia con una actitud positiva y optimista.
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Contraportada de mi cuaderno grande.
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Busqué mi cuaderno en algunas papelerías, hipermercados y tiendas de todo a cien; pero no lo encontré. Una vez salí del último establecimiento, supe que nunca iba a encontrar mi cuaderno de aquel modo, que aquel cuaderno era demasiado especial para no fabricarlo con mis propias manos, que el cuaderno ya existía en mi mente y que no aparecería a no ser que lo sacara de ella, de la manera que fuera. Así que me puse manos a la obra.

Hacía tiempo que tenía en casa un cuaderno de tapas duras y hojas de cuadros todavía sin estrenar. Me lo había comprado algunos veranos atrás, mientras mi novia y yo estábamos de vacaciones en Cantabria. Durante aquellos días, tuve varios sueños muy intensos que necesité apuntar en un papel, así que arrastré a mi novia hasta la única (y, evidentemente, carísima) papelería del pueblo, y allí me compré un cuaderno y un boli. Ya por aquel entonces sus tapas me disgustaban: tenían algo de peleón (que me venía bien), pero también algo de frío (que me paralizaba); así que terminé por dejarlo en blanco.
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Mi cuaderno grande, abierto.
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Pero, para esta ocasión, decidí rescatarlo. ¡Aquel iba a ser mi cuaderno de terapia! Sin embargo, seguía transmitiéndome las mismas sensaciones encontradas, por lo que tenía que modificarlo. No sé cómo, recordé que hacía unos días había tirado a la basura unas revistas de decoración que mi madre me pasa cuando ya las ha leído, y de las que yo voy recortando algunas fotografías que me sirven de inspiración para decorar nuestra casa. Mientras las hojeaba, algunas imágenes me llamaron la atención, imágenes que no tenían nada que ver con muebles, cuadros o lámparas; sino con flores y otros objetos decorativos de pequeño tamaño, que solían formar composiciones especiales. Rebusqué entre la basura (afortunadamente, en casa tenemos una bolsa especial para el papel y el cartón) y saqué todas las revistas. ¡Allí estaban! Flores y más flores, pequeños objetos como velas, jardineras, libros abiertos, farolillos e incluso retazos de anuncios publicitarios que me resultaban evocadores. Recorté todos los que pude encontrar, y sigo recortándolos desde entonces cuando mi madre me da más revistas, por si acaso.

De entre todos los recortes, fui seleccionando aquellos que me parecían más adecuados para la ocasión y que, además, hacían juego con las tapas que, inevitablemente, iban a seguir viéndose por algún lado. Había recortado tantas imágenes que me emocioné y quise poner muchas en cada tapa; después fui reduciendo su número hasta quedarme con dos: una pequeña y una grande. Hoy creo que habría dejado solo una por cada lado, pero estos son detalles que se van aprendiendo con la práctica y, además, nuestros gustos también cambian con el tiempo.
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Portada de mi cuaderno pequeño.

Una vez seleccionadas las fotografías, llegó el momento de “montar” el cuaderno. Al principio no tenía ni idea de cómo hacerlo. Sabía que no podía pegar los recortes sin más, pues acabarían despegándose. Comprendí que tenía que forrar el cuaderno, pero no conseguía decidir cómo. ¿De lado a lado, como un libro? ¿Cada tapa independiente, dejando libre la parte del muelle? Al final decidí ser intrépida y opté por el máximo riesgo: agarré mis alicates, deshice el gurruño que tenía el muelle por ambos lados, y lo separé de las hojas. ¡Mi cuaderno quedó desparramado! ¿Sería capaz de volver a montarlo? Con el corazón en la boca, pegué las imágenes y fui a buscar el forro. Entonces supe lo que era sufrir: ¡sólo teníamos forro del que se pega!

Mi aversión por el forro del que se pega viene de lejos. Me llevo muy bien con el forro transparente tradicional: soy capaz de estirarlo al máximo y los libros suelen quedarme estupendos, casi como si el forro estuviera pegado, pero sin el inconveniente (¡el terrorífico inconveniente!) de las burbujitas. Sí, esas burbujitas de aire que se van quedando a medida que tratas de pegar el forro, y que en las instrucciones te explican que se quitan pinchándolas y pasándoles un trapo húmedo, pero es MENTIRA. Una vez que te ha quedado una burbujita, YA NO HAY VUELTA ATRÁS. Tu manualidad se ha ido a la mierda, y siempre que la mires, verás única y exclusivamente la burbujita que te quedó. Eso, si tienes la suerte de que SÓLO te haya quedado una.

Contraportada de mi cuaderno pequeño.

Era domingo y yo no podía esperar. Mi cuaderno estaba desparramado, las fotografías pegadas y los deberes que la psicóloga me había mandado continuaban sin hacer. Tenía que intentarlo, pero estaba paralizada. Afortunadamente, mi novia vino en mi ayuda, aconsejándome que fuera despegando el forro del papel adhesivo poco a poco, presionando sobre él con algún objeto que no permitiera emerger a las burbujitas. Pero, ¿qué objeto? ¿Un rodillo de cocina? ¡No tenemos un rodillo de cocina! Tenía que ser algo que se le pareciera. No quedaba mucho tiempo y yo, cual Ártax en el Pantano de la Tristeza, me hundía en los lodos de la negatividad y la autocompasión. Me iba mucho en aquel cuaderno.

Entonces lo vi. Había estado ahí durante todo este tiempo. ¡El jarrón de mi escritorio! Un jarrón de cristal alargado, un jarrón del IKEA que seguramente muchas de vosotras también tenéis en vuestra casa (esto lo digo por si también carecéis de rodillo de cocina y os ha entrado el gusanillo de poneros a forrar cuadernos). He de decir que la operación fue espectacular: ni una burbujita. Asimismo admitiré, muy a mi pesar, que el resultado fue seguramente mejor que con el forro tradicional, el cual, si bien sigue siendo mi preferido para forrar libros, ha dejado de serlo para forrar cuadernos.

Mi cuaderno pequeño, abierto.

Una vez que tuve mis tapas forradas, llegó la hora de idear cómo volver a montar el cuaderno. En un principio, pensé que el propio muelle podría ir agujereando el forro; pero, meditándolo con detenimiento, me pareció un poco arriesgado: así que, finalmente, decidí ir haciéndole agujeritos con el punzón de la caja de herramientas. Después, ordené hojas y portadas, volví a meter el muelle, despacito y con cuidado, y rehice los gurruños. Aunque no lo parezca, esta última operación es la más difícil de todas, sobre todo cuando se utiliza un alicate de grandes dimensiones, como el mío. De todos modos, yo me conformé con que el cuaderno se pudiera abrir y cerrar con normalidad, aunque los gurruños no quedaran lo que se dice estéticos.

En fin, que como la experiencia fue tan buena, decidí forrar otro cuaderno que también tenía por casa para ir escribiendo en él algunas ideas y ejercicios sacados de los tropecientosmil libros de autoayuda que, o bien me he comprado, o bien han ido apareciendo por casa, prestados, regalados o enviados por internet. En este cuaderno, que es de tamaño grande, no pude aprovechar las tapas, porque tenían publicidad y las fotos no la cubrían completamente. Así que hice lo siguiente: utilicé la contraportada, que era de color blanco, para pegar la imagen de portada; y a la portada, que era la que tenía la publicidad, le di la vuelta, de manera que quedó como contraportada de color cartón. Utilicé el mismo procedimiento que la vez anterior (jarrón y forro del que se pega incluidos) y el resultado fue bastante bueno.

Útiles empleados: forro, punzón, alicates y tijeras. Os perdono el jarrón :D

Y ahora, un último apunte: si os animáis a hacer algo parecido y tenéis hijas, os recomiendo que les enseñéis a hacerlo, no que se lo hagáis. De lo contrario, no me hago responsable de la esclavitud consecuente a la que puedan someteros: yo habría sometido a mi madre a una parecida si hubiera sabido forrar igual.

¡Encantada!

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