sábado, 30 de julio de 2011

Nuestras vacaciones en Lisboa

Este año, mi novia y yo nos hemos ido de vacaciones a Lisboa. Este destino era bastante especial porque nos habría gustado viajar a Portugal el primer verano que pasamos juntas. Sin embargo, después de todo lo que ocurrió cuando salí del armario con mis padres, consideramos más prudente posponer el viaje. Y el viaje estuvo pospuesto hasta ahora.

Claustro del Monasterio de los Jerónimos (Lisboa).

Por otra parte, era nuestro primer viaje juntas al extranjero. Aunque he de reconocer que no lo vivimos exactamente como tal, porque como muchos españoles, por más que sepamos y no nos disguste que así sea, sentimos que Portugal forma parte de España. Y no por anexionismo regio-católico o geopolítica estratégica; sino simplemente por cercanía. De muchos tipos.

Fuente de estilo mozárabe (Sintra).

Uno de esos tipos de cercanía es el idioma. Nosotras decidimos comprarnos un librito de portugués para aprender algunas frases y poder practicarlo. Al principio nos costó un poco: constantemente se nos escapaban el español o el inglés; por causas desconocidas, además, mi cerebro empezó a pensar en francés. Afortunadamente, una vez resuelto el babel mental, conseguimos soltar nuestras frasecitas y nos quedamos tan contentas. Creo que a los portugueses les gusta que nos esforcemos un poco en hablar su lengua, por más que se nos note a kilómetros que somos españoles y ellos terminen considerando más práctico hablar en la nuestra.

Torre de Belem (Lisboa).

En general, Lisboa y alrededores (Sintra, Estoril, Cascais) nos han gustado bastante. La capital es bastante manejable, lo que se agradece cuando eres turista: montas dos veces en el metro y ya te sientes lisboeta de toda la vida. Además, a mí me gustan mucho las ciudades que tienen agua cerca: el mar, un río, un lago… Y Lisboa tiene una mezcla de todo ello. Mi novia, por su parte, se queda con el ambiente evocador y nostálgico de las calles y palacios que visitamos. Y aunque las dos coincidimos en que pasear por Lisboa a ritmo de fado es una invitación casi irrechazable al suicidio, si consigues mantenerte dentro de los límites de cordura necesarios (lo cual no siempre es fácil), puedes atesorar un buen puñado de imágenes hermosas para el recuerdo.

Detalle del Palacio de Pena (Sintra).

Sin embargo, no todo en este viaje han sido playas y palacios. Mi novia y yo hemos sufrido una crisis que, a mi juicio, venía anunciándose desde hacía un tiempo. Este año ha sido muy duro para ambas, y a cada una nos ha salido el estrés emocional por donde buenamente ha encontrado una posibilidad de fuga. Pero como lo que no mata una relación la hace más fuerte (o la engorda), seguimos esforzándonos día a día porque la nuestra se considere cada vez más atlética (literal o eufemísticamente hablando).

"Estou apurado!" (Estación de metro de Cais do Sodré, Lisboa)

Para terminar, os confesaré que en Lisboa se me ocurrió la peregrina idea de adoptar un niño y/o una niña brasileños. ¿Por qué? No lo sé. Por un lado, porque me he enamorado locamente de la dulzura del portugués: me parece la lengua romance más hermosa que existe. Por otro, porque me quedé prendada de la belleza de muchos niños, niñas, jóvenes, mujeres y hombres de color (aún no sé cuál es la expresión más respetuosa para lo que quiero significar; se aceptan sugerencias), que en Portugal son ciudadanos de viejo cuño y, afortunadamente, los puedes encontrar en cualquier contexto (no como aquí). Y finalmente… quién sabe. Quizás sea una idea que ha nacido para quedarse, quizás no; en cualquier caso, me ha gustado pensar en ella. Me resulta moderadamente factible y me arranca una sonrisa de emoción cada vez que la vuelvo a retomar.

Castillo de los Moros (Sintra).

Os dejo algunas fotos y me dejo muchas más.

Encantada.

jueves, 14 de julio de 2011

Uno más en la FAMILIA

Hace poco más de un mes, la apacible vida familiar que hasta entonces llevábamos mi novia y yo se vio trastornada por la llegada de esta bolita:


Nuestra cuñada se lo encontró cerca de su Universidad. Se había quedado atrapado dentro de un tubo de aluminio y no paraba de maullar. Con gran riesgo para su integridad física (pues la bolita se defendía con uñas y dientes), decidió sacarlo y llevárselo a casa. Estaba sucio, asustado y muy muy hambriento.

Una vez a salvo, lo limpió cuidadosamente con una toalla húmeda y descubrió que su color no era tan oscuro como le hacía parecer la gran cantidad de mugre que llevaba encima: era un gatito siamés medio pelón al que todavía se le notaba la piel rosadita. En cuanto pudo, lo llevó al veterinario para que lo desparasitara, y este le dijo que tenía entre dos meses y dos meses y medio.

Mientras nuestra cuñada y el gatito vivían esta increíble aventura, yo leía un cuento para niños protagonizado por un perrito que viajaba a la Luna. Llevaba ya varios meses pensando en adoptar un perro o un gato, pero no conseguía decidirme por ninguno de los dos. El perrito que viajaba a la Luna, sin embargo, me ayudó a tener una cosa clara: fuera cual fuera la especie que adoptase, le pondría su nombre.

Al día siguiente, mi novia recibió una llamada de su hermano. "¿Queréis adoptar un gatito?". A ella le pareció una locura, pero yo no pude resistirme a plantearme la posibilidad de hacerlo. Todavía no tenía claro si quería adoptar un perro o un gato, pero me daba en la nariz que, ante mi exasperante indecisión, el destino iba a decidir por mí. "¿Sabes?", le dije. "Si adoptamos el gatito, ya tengo pensado un nombre".

Entonces nuestra cuñada decidió darnos un empujón: nos mandó un mensaje de texto con una foto de la bolita corriendo hacia la cámara. Y unas palabras que me licuaron el corazón: "Gatito busca mamás". "¡Dile que sí! ¡Dile que sí!". Aunque no tuviera ni idea de cómo cuidar a un gato, se me hacía imposible resistirme a tenerlo entre mis brazos.

Dos días después, cuando llegué a casa, escuché las voces de mis cuñados en el salón. Solté el bolso de golpe y atravesé el pasillo corriendo. La bolita ya estaba allí. Me senté en el sofá y nuestra cuñada me la puso en el regazo. Yo lo acaricié, él me maulló y se quedó dormido. Mi novia y yo intercambiamos una mirada sonriente.

Habíamos adoptado a V.

Y aunque a nadie le guste el nombre que le he puesto, yo sé que ambos (el gatito y su nombre) vinieron a mí.

Encantada.

martes, 5 de julio de 2011

Esta vez NO


Esta vez NO hemos ido a la manifestación del Orgullo. La decisión estaba casi tomada después de sufrir en nuestras propias carnes la desorganización del año pasado, que es, básicamente, la desorganización del anterior, lodo que sale del barro desorganizativo del fatídico Europride. Cuando terminamos el recorrido del año pasado, mi novia lo dejó bien claro: "Yo el año que viene no vuelvo". Y lo siguió diciendo hasta que llegó el Orgullo del día 2.

Por mi parte, he de decir que me he pasado un año inmersa en el mar de la duda. Creo que la manifestación del Orgullo es una ocasión importante para reivindicar nuestros derechos y demostrar nuestra fuerza, además de darnos a ver y a conocer a todos aquellos que deseen ver y conocer la cara de nadie que tiene una persona LGBT. En general, me considero bastante comprometida, suelo acudir a diversas concentraciones y manifestaciones de causas que me atañen directamente o que considero justas; así que esta manifestación no podía ser menos, sino todo lo contrario.

Pero de un tiempo a esta parte he ido dejando de sentirme identificada con ella. Me explico: siempre ha habido elementos que no sentía representativos de lo que yo soy o siento; sin embargo, no sólo no me han impedido sentirme identificada globalmente con el Orgullo, sino que me han enseñado a conocer lo diferente dentro de lo diferente, a aprender a respetarlo como muestra de la diversidad, y a fundamentar más razonadamente unas ideas críticas hacia esos elementos que pecaban, en muchos sentidos, de prejuiciosas.

La falta de identificación que siento es, por tanto, más profunda. Eso no quiere decir que mi compromismo con la diversidad sexual esté en horas bajas; todo lo contrario: actualmente creo que es más fuerte y extenso que nunca. El problema radica más en el modo de expresión: probablemente necesite encontrar otras maneras de manifestarme por nuestros derechos y nuestra visibilidad, de mostrarme ante la sociedad como ciudadana injustamente discriminada, de abrir el camino para todos los que vienen detrás y que, actualmente, sufren una represión mucho más seria de lo que yo nunca lograré siquiera imaginar. Esta es mi postura y no he sentido que el Orgullo de este año fuera la manera de exteriorizarla.

No obstante, quiero dejar bien claro que considero esta decisión como algo coyuntural. No pretendo dejar de ir al Orgullo para siempre, ni defiendo que los demás sigan mis pasos; nada más lejos de mi intención. Simplemente, me parecía importante expresar que, esta vez, he necesitado parar, dejar de asistir y reflexionar para encontrar otras vías (que pueden ser las mismas, pero desde otra perspectiva) de hacer lo que llevo haciendo tantos años llena de orgullo y convicción.

En cualquier caso, creo que esta reflexión es importante para todos. No necesariamente en el sentido en el que yo la he hecho, pero sí sobre el Orgullo como reivindicación y los ataques más o menos velados que está sufriendo. A mí ya lleva tiempo pareciéndome que la falta de seguridad, organización y masificación inenarrable es un reguero de pólvora que alguien ha ido echando sobre nuestra reivindicación en espera de que prenda solo, para así tener la excusa perfecta con la que acabar con ella. Y como nuestros ángeles de la guarda deben redoblar ese día sus esfuerzos (porque, insisto, no sé cómo todavía no ha pasado nada grave, y que conste que yo no sufro agorafobia ni nada por el estilo), esta vez han pasado a la acción de manera más directa: me quedo sin palabras ante la peregrina excusa que han encontrado para prohibir los conciertos en la Plaza de Chueca, y la inclasificable "solución" que ha apoyado la organización para continuar con los mismos conciertos, pero en su versión silenciosa. Algo huele a podrido en el Orgullo madrileño, y como no nos pongamos las pilas rápido, el hedor acabará siendo insoportable.

Por eso mi compromiso es cada día más fuerte, y por eso esta vez he necesitado andar dos pasos hacia atrás y volver a mirar hacia delante con un poco más de perspectiva.

Encantada y orgullosa, como siempre.

lunes, 4 de julio de 2011

Memoria


Después de completar varias memorias institucionales, inútiles en su mayor parte, he decidido aprovechar el tirón y escribir mi memoria personal de este curso.

A simple vista, resulta casi obligatorio colgarle la etiqueta de "difícil". Lo supuse desde que empezó, y por eso decidí plantarme en la consulta de la psicóloga el mismo día 1 de septiembre, con la idea de prevenir lo que, sin embargo, ya sólo se podía curar. Llevaba varios meses sufriendo cierta ansiedad, pero en el verano se desbocó como una yegua salvaje, y entendí que sería imposible domarla solo con las estrategias que conocía y que venían fallando reiteradamente.

A pesar de que me las prometía felices, la terapia sacó a la superficie numerosas emociones sobre las que llevaba años esparciendo paladas de cal. Mi cuerpo no pudo resistirlo y acabé sufriendo una crisis que me obligó a estar un mes de baja, seguido de una larga y costosa reincorporación a la "normalidad", en la que todavía me encuentro.

La necesidad de estar medicada y la inesperada baja laboral, unidas a las histriónicas formas que tomó mi ansiedad, destrozaron por completo lo que quedaba de mi autoestima, convenciéndome de que ese yo aletargado, incapaz y hundido era mi verdadero yo. Durante semanas pensé que iba a quedar "así", que ya nunca más sería capaz de levantarme por las mañanas, ni de tener ilusiones, planear o disfrutar de la vida. Sentía que me había perdido por completo, que había caído en un agujero negro sin salida.

Con el paso de los meses, no obstante, fui recuperándome de una manera espectacular. No sólo he vuelto a ser como creía que era, sino que he recuperado un yo que había aprendido a considerar imaginario, un recuerdo fugaz perdido entre los años que ya no tenía esperanzas de volver a vivir.

La doctora me confirmó que muchos pacientes decían sentirse de esa manera, porque la depresión a veces se presenta de manera muy paulatina, te va hundiendo lentamente hasta que te pierdes, y cuando aciertas a recuperarte, descubres con tremendo horror que llevabas muchos años sufriendo una enfermedad callada que estaba a punto de hervirte viva cual rana cocida a fuego lento.

Pero esta es solo una parte del curso. Y es que también ha estado plagado de experiencias positivas: ha sido el año en que he sentido mayor conexión con mis alumnos, y en el que he recibido más regalos de su parte; he recuperado la dieta vegetariana y con ello una parte importante de mi forma de concebir la vida; he plantado cara a mis padres como nunca antes lo había hecho y he empezado a salir del armario con el resto de mi familia; he tenido el placer de compartir unos meses de trabajo con una compañera abiertamente lesbiana que me ha ayudado a superar muchos de mis miedos; estoy aprendiendo a manejar otros problemas de mi vida que nada tienen que ver con mi lesbianismo y que, precisamente por eso, habían quedado en un segundo plano durante años; he vuelto a montar en bici y a disfrutar con ello; he sentido intensamente el amor de mi novia, de mis amigos, de mis compañeros de trabajo.

Así que este curso no merece quedarse con el apelativo de "difícil"; parece más justo considerarlo "complejo", "intenso", "lleno de contrastes", incluso "extremo". Y como seguramente lo bueno no habría venido sin lo malo, me comprometo a guardar un buen recuerdo de esta bajada a los infiernos, cuya subida voy realizando sin mirar atrás, para no dejarme nada por el camino.

Encantada.

lunes, 30 de mayo de 2011

La asamblea posible


El sábado pasado asistimos a la asamblea del movimiento 15 de mayo en nuestro municipio. Ni el calor abrasador, ni la inexperiencia, ni la votaciones sobre las votaciones le restaron un ápice de emoción al evento.

Lo que más me gustó fue comprobar que el sistema de organización asambleario es posible. Y que las personas que vivimos en nuestra sociedad, teóricamente tan polarizada, podemos tomar decisiones por consenso con una facilidad pasmosa. Sólo es necesario saber escuchar y tener un poco de paciencia para que lo que parece imposible a juzgar por el comportamiento de nuestros políticos se haga realidad.

Yo siempre había creído en este sistema, y siempre me habían hecho creer que era una utopía. Sin embargo, ahora que lo he visto con mis propios ojos, ahora que he comprobado su eficacia y su belleza, no pienso renunciar a él. Se acabó para mí la democracia representativa. ¡Democracia participativa YA!

Encantada... ¡y llena de esperanza!

lunes, 23 de mayo de 2011

Una represión invisible


"Si las mujeres no fueron encarceladas durante el franquismo es, simplemente, porque no eran los poderes públicos los encargados de velar por la moralidad de las mujeres. [...] Las mujeres dependían de sus padres, de sus hermanos, de sus maridos, y la represión que el círculo familiar ejercía sobre la vida y la sexualidad de estas se circunscribía al ámbito privado, aunque no por esto era menos terrible".
Beatriz Gimeno, en su Introducción a Primeras caricias.

Desde que hace algunos días leí este fragmento, no paro de darle vueltas. Cuanto más pienso sobre él, más me remueve por dentro, pretendiendo explicar un aspecto doloroso de mi vida que me siento incapaz de transmitir con mis propias palabras. Tras numerosas lecturas, no obstante, me atrevo a concluir que la clave está en el término "represión".

Represión. ¿Qué nos viene a la cabeza cuando escuchamos esta palabra? A mí me vienen a la mente las imágenes terroríficas de las personas secuestradas, torturadas y ajusticiadas impunemente por las dictaduras contemporáneas. Veo fotografías en blanco y negro, hombres vestidos de pana con gafas de pasta, mujeres con falda y pelo largo, militares con unas enormes botas de cuero a quienes resulta difícil distinguirles la cara.

La definición de la palabra en el diccionario está conmigo: "Acto, o conjunto de actos, ordinariamente desde el poder, para contener, detener o castigar con violencia actuaciones políticas o sociales".

Desde el poder. ¿Quién ejerce el poder sobre las mujeres? ¿Quién detiene, contiene o castiga con violencia? De pronto descubro, atónita, que los poderes públicos no tienen a las mujeres entre sus objetivos represores porque no es necesario. Porque los círculos familiares, formados por hombres pero también, y sobre todo, por otras mujeres, se encargan de hacer el trabajo sucio.

Tanto tiempo preparándome para luchar contra unos poderes etéreos, para descubrir que el verdadero represor tiene un cuerpo conocido, lleva mis apellidos, y dice, como los otros, como los que no muestran su rostro, que todo lo que hace lo hace por mi bien.

Yo he sufrido y sufro represión. Una represión minuciosamente orquestada, devastadora y constante. Una tortura que horada mi cuerpo y mi alma a través de esa pequeña gota de agua que cae siempre en el mismo punto, volviéndome loca, agujereando las defensas que velaban por mis aspectos más preciosos, las mismas que debieron resultar infranqueables.

Yo he sufrido y sufro represión, pero nunca emplearía esa palabra para nombrarla, porque no se ajusta a mis imágenes mentales. No he sentido botas de cuero sobre mi pecho, no he salido en ninguna fotografía, pero he sido secuestrada en mi propio cuerpo, torturada con miradas, gestos, acciones y palabras, parcialmente ajusticiada a través de una depresión que, día a día, durante años, se ha enseñoreado de mi alma.

No puedo quejarme a ningún gobierno, no recibiré ningún tipo de compensación. Lucharé, asumiré y superaré esta represión (la otra, la nuestra) desde el agujero negro del anonimato personal y social donde muchas acabamos sumidas, incapaces de mostrar una realidad que resulta invisible para los objetivos de lo relevante, de lo histórica y socialmente representativo.

Y sin embargo, el poder reprime las acciones que son consideradas políticas o sociales. ¿Reivindicar nuestra autonomía personal es una acción política? ¿La intimidad de nuestros dormitorios es un hecho social? ¿Reprimirían los círculos familiares con igual fuerza lo exclusivamente individual o personal...?

Empiezo a comprender.
Encantada.

domingo, 22 de mayo de 2011

Reflexionando al Sol


Ayer pasé la jornada de reflexión visitando el campamento de Democracia Real Ya en la Puerta del Sol. No quería dejar pasar esta oportunidad de participar en un movimiento que parece histórico, aunque reconozco que mi intención era más ir a ver qué se cocía que colaborar en alguna acción concreta.

Parte de mi escepticismo lo tenía la avalancha mediática que había provocado el campamento. La idea de que se asemejara, como decían muchos, a las revoluciones que han tenido lugar en el mundo árabe, me hacía esbozar una sonrisa irónica. Creo que nada que se produzca en nuestro país le puede llegar a la suela de los zapatos a lo que han arriesgado, luchado, perdido y ganado nuestros hermanos mediterráneos. La mera posibilidad de sentirnos a su altura me provocaba una vergüenza ajena irrefrenable; a pesar de lo cual, necesitaba comprobar por mí misma en qué andaba metido tanto compatriota, que no por humilde dejaba de ser importante.


Y he de decir que me volví muy contenta, especialmente por la organización del campamento. Lo que había empezado como un pequeño camping urbano, ha terminado siendo una ciudad en miniatura que recordaba a lo mejor de la Comuna de París. Con sus zonas de entrada y salida señaladas, mapas de las secciones en que se dividía a través de callejuelas recién creadas, horarios de actividades, baños, chiringuitos donde poder tomarse un refrigerio a cargo de la concurrencia, biblioteca y hasta guardería infantil, el campamento demostraba que otro mundo es posible. Y no sólo posible, sino tangible, vivible, comprobable para cualquiera que se acercase a la Puerta del Sol.


Otro aspecto que también me gustó fue el uso del nombre de la plaza como símbolo del movimiento. He de admitir que nunca hasta ahora había reflexionado sobre la belleza y el poder de un nombre tan sencillo como "Sol". En Madrid estamos demasiado acostumbrados a "quedar en Sol", "pasar por Sol", "vernos en Sol" o "quejarnos de Sol" como para reparar fácilmente en el nombre de una plaza, centro de nuestra ciudad y de la red nacional de carreteras, que parecía llevar decenios esperando a que alguien se fijara en que estaba pensado para la Revolución. Sol era ahora el Sol de mayo en Madrid, que dora mejillas; la imagen de la Democracia que pedimos, sin distinciones, sin corrupción; el recuerdo del poder primigenio e inalienable de las personas, de la comunidad, de una sociedad que, si quiere, puede.


El ambiente del campamento, además, me contagió rápidamente una esperanza y unas ganas de compromiso que hacía mucho tiempo que no sentía, sumida como estoy en una depresión personal y social que, desgraciadamente, muchos otros ciudadanos del mundo comparten. Participamos en un taller de micromachismos, dimos la vuelta a la plaza bailando al son de los tambores, firmamos los escritos de apoyo al movimiento, gritamos proclamas apartidistas e hicimos bulto en nuestro trocito de acera, justo detrás de una osa y un madroño que apenas eran visibles entre banderas, carteles y personas que se les abrazaban para poder disfrutar de las vistas.


Y aunque hayan llegado y pasado las elecciones, parece que el campamento va a continuar. ¿Hacia dónde? No sé sabe, pero eso es lo más auténtico: se irá decidiendo en las asambleas, como se ha decidido todo hasta ahora, sin violencia, sin alcohol, sin malos olores y con una altura democrática que ya quisieran para sí quienes dicen representarnos.


Jóvenes, niños, mayores y muy mayores, hombres y mujeres seguiremos haciendo ruido para que no nos sigan tomando el pelo sin consecuencias visibles.

Tal vez esto solo sea el principio...


¡Encantada!

viernes, 13 de mayo de 2011

Cuatro años ENCANTADA


¡Cómo pasa el tiempo...!

Mi blog cumple hoy cuatro años y he decidido regalarle un cambio de look.

¿Significa esto un nuevo comienzo, una nueva dirección?

No. Es como un corte de pelo, con todo lo que ello implica: frescura, coquetería, riesgo... y un poquito de vanidad.

Espero que disfrutéis de esta nueva imagen tanto como lo he hecho yo mientras la diseñaba.

¡Encantada!

domingo, 8 de mayo de 2011

Cada cosa en su lugar

 
Últimamente vengo sufriendo un frenesí organizador: saco cosas de los cajones para ponerlas en cajas, saco cosas de las cajas para ponerlas en las estanterías, cambio los libros de lugar, reordeno los archivadores, tiro cajas, tiro hojas, tiro envases de plástico... Por si esto fuera poco, prácticamente a diario me paseo por la casa observándolo todo: recojo lo que no está en su sitio, ideo nuevas ubicaciones, mido los lugares vacíos, me recreo en cualquier detalle, pensativa...

Todo esto podría interpretarse como una locura transitoria, como el efecto alienante de mirar tantas revistas y páginas web de decoración. Cual Quijote por su casa, desde hace poco me estaría creyendo una decoradora andante, que tiene que ganarle la batalla a los rincones vacíos y a las paredes sin gracia.

Sin negar totalmente la interpretación anterior, opino, no obstante, que lo que me ocurre con mi casa forma parte de un fenómeno más amplio que, de pronto, está revolucionando mi vida. Desde hace algunas semanas, de hecho, todo parece buscar su lugar.

Mi cuerpo lo busca, poco a poco, deslizándose silenciosamente por entre sus posibilidades, tapándose los ojos al cruzar los ríos de los malos recuerdos, jugando a atravesar un bosque lleno de peligros y sorpresas, para terminar encontrando los claros de luz.

Mi creatividad lo busca, llevada por la brisa, fresca como una ola recién nacida, impaciente como el animal que espera algo bueno, que se relame y agita su cola, que otea en el horizonte el aroma de lo que se acerca, con las fosas nasales repletas del perfume de la libertad.

Mi corazón lo busca, revolviendo entre el amor, entre los buenos propósitos, escogiendo las maneras de quererse y de querer, de cuidarse y de cuidar, procurando desterrar las brumas de la confusión y la culpa para salir a navegar por el mar de la vida llena de vida, por el mar del amor lleno de amor.

Así, poco a poco, cada cosa se coloca en su lugar.
Encantada.

domingo, 1 de mayo de 2011

¡Feliz día de las MADRES!

Para todas las que luchan cada día porque este sea un mundo mejor y nos allanan el camino a las que vamos detrás.

¡Feliz día de las madres!

Encantada.

jueves, 28 de abril de 2011

Un paso más

Ayer salí del armario con mi doctora.

Era un tema que tenía pendiente y en el que ya había empezado a trabajar: visibilizarme como lesbiana para, nunca mejor dicho, curarme en salud.

La verdad es que, para ser sincera, debería admitir que fue ella la que me dio la mano y me ayudó a salir.

Entré en la consulta para la revisión mensual de mi medicación. Ella empezó a hacerme esas preguntas aparentemente sencillas de las que saca tantísima información sobre mi estado de salud. “¿Lloras?”. “Sí”. Y entonces escribe en el ordenador durante un buen rato, mientras yo miro fijamente mi talonario de recetas y pienso que pronto se me van a acabar.

“¿Dirías que te sientes igual o mejor que el mes pasado?”. “Igual”. “Pues entonces vamos a cambiar la medicación”. El plan era empezar a dejar los antidepresivos este mes o el que viene, pero no funcionó. Ahora tomo otros diferentes, para las recaídas.

Cuando entré en la consulta, no quedaba nadie esperando. Así que la doctora decidió dedicarme un poco más de tiempo. “¿Cuál es la causa de tu llanto?”. “La tristeza”. “¿Y la causa de tu tristeza?”. Yo sentí cómo me temblaba el labio inferior. Miré otra vez mi talonario de recetas y contesté. “La mala relación que tengo con mis padres”. “Pero, ¿esto ha sido siempre así o es algo reciente?”. “No ha sido siempre así, es desde hace unos años”. “¿Y cuál es la causa de esa mala relación?”. Respiré hondo y respondí. “Salgo con una chica”.

Me sentí como si tuviera quince años y la directora del instituto me estuviera interrogando.

Pero ella me ayudó a mostrar un poco más de valor. “Eres lesbiana”, afirmó mientras me miraba fijamente a los ojos. “Sí”, le respondí yo del mismo modo, sintiendo cómo poco a poco recuperaba mi dignidad.

Entonces charlamos. Ella me dijo que lo comprendía, que era duro enfrentarse al rechazo de los padres, que con la edad que los míos tenían deberían mostrar otra actitud, que la relación paterno-filial era más complicada en el caso de las lesbianas que en el de los gays, y que la madre de su mejor amigo se había hecho la loca durante veinte años, montando un pollo increíble cuando él le contó que se casaba con ese compañero de piso con el que vivía desde hacía dos décadas en una casa con una sola cama en una sola habitación.

Yo asentía, sonreía, me solidarizaba, mientras iba arrellanándome en el sillón y me dejaba invadir por el alivio de haber vuelto a salir del armario, de haber conquistado un nuevo territorio de libertad.

“Tu madre viene de vez en cuando por aquí, ¿no?”. “Sí”, le respondí. “Pues ya le diré algo, ya”. Mi expresión de espanto no puede traducirse en palabras. “Claro, mujer… ¡Algo le tendré que decir!”.

Atravesé el umbral de la consulta con una mezcla explosiva de emociones borboteando en mi interior. Durante mucho tiempo no he querido salir del armario con mi doctora porque la compartía con mi madre. Temía que la doctora, aun saltándose el secreto profesional, le hiciera algún comentario a mi madre sobre mi intimidad. Pues, aunque mi madre ya sabe que soy lesbiana desde hace muchos años, sus reacciones ante mi visibilidad son imprevisibles, y me aterrorizan más que una victoria electoral del PP.

Pero de pronto estaba ya fuera, y la doctora de mi lado, dándome su apoyo incluso para ayudar a que mi madre entrara en razón.

En eso pensaba mientras bajaba las escaleras y salía del centro de salud; en eso y en las mentiras que pueblan mi historial clínico, una civilización fantasmagórica cuyo único destino desde ahora es dejar de reproducirse y terminar por desaparecer.

Porque yo sí que me había saltado a la torera eso de que a los médicos siempre se les dice la verdad.

Encantada.

miércoles, 20 de abril de 2011

El sexo de las bicis


Hasta que mi novia y yo nos pusimos a recoger información para comprarnos unas bicis, yo pensaba que estas eran como los ángeles; es decir, que no tenían sexo. Pero después me he enterado de que no, pues resulta que hay bicis macho y bicis hembra.

Al parecer, las bicicletas para mujeres estarían adaptadas a las características de nuestro cuerpo: piernas más largas que las de un hombre de nuestra misma altura, acompañadas de un torso más corto (la primera noticia que tengo), peso extra para la espalda a causa de los pechos (eso ya me lo suponía), hombros más estrechos, caderas más anchas (vale, vale...). Esto hace que haya diferencias en el manillar y el sillín; pero, sobre todo, en el cuadro: si tiene forma de rombo paralelepípedo, la bici es macho; si le falta la parte de arriba o es más baja, la bici es hembra.

Sin embargo, y a pesar de la teoría antropométrica, yo me sigo preguntando... ¿POR QUÉ?



Lo que básicamente no entiendo son las diferencias en el cuadro, y, tras varias semanas estrujándome la cabeza, he llegado a la conclusión de que la única causa real es la vestimenta. Para aquellas mujeres que decidan montar en bici con falda, será más cómodo que la parte superior del cuadro no se la levante. Sin embargo, ¿no es también más cómodo para los hombres carecer de esa barra situada peligrosamente cerca de sus genitales? ¿Y si tropiezan y se caen hacia delante...?

En conclusión, ¿qué clase de satán inventó los cuadros con forma de rombo (¿y por qué se llaman cuadros, si son un rombo?), teniendo en cuenta que molestan a todo el mundo?

Por si esto fuera poco, también me he dado cuenta de que, en mi inconsciente, todas las bicis eran macho. ¿Tendrá de esto la culpa el falocentrismo imperante y el sistema patriarcal? Mi respuesta ha de ser necesariamente afirmativa, a tenor de la conversación que, al respecto, tuve hace poco con mi padre:

- ¿Te acuerdas de la bici que tenías cuando eras más pequeña?
- ¿La verde o la azul?
- La verde, la verde... ¡Lo que duró esa bicicleta! Además, era de señorita...
- Yo es que eso de las bicis para hombres y las bicis para mujeres es algo que no entiendo. ¿Tú sabes por qué son distintas?
- ¡¡Pues hija, porque así son las cosas, y ya está!!



Afortunadamente, las bicis que mi novia y yo nos hemos comprado tienen cuadro mixto. ¡Que también existen!

Encantada.

jueves, 14 de abril de 2011

¿Por qué soy republicana?


Personalmente, encuentro muchas razones para ser republicana. Algunas, emocionales, como el recuerdo de un bisabuelo republicano hasta las trancas al que no conocí; otras, intelectuales, como la actitud rebelde e inconformista ante lo que me rodea, que parece haber nacido conmigo. Sin embargo, realmente existe una única razón de peso para que yo lo sea, y esa única razón es suficiente.

Yo soy republicana por principios.

En primer lugar, por el principio de que todas las personas somos iguales ante la ley. Ya sé que este principio se lo saltan a la torera en todos los países, republicanos o no; pero, al menos, en el papel mojado de una constitución republicana no se cometen las incoherencias que encontramos en una monárquica. Según nuestra constitución, todos somos iguales, pero yo nunca he podido optar a ocupar el puesto de representante del Estado, ni podré optar nunca al mismo mientras esta carta siga vigente. Si todos somos iguales, todos deberíamos disfrutar, al menos en teoría, de una igualdad de oportunidades para acceder a cualquier cargo. Y esto no ocurre en una monarquía, porque en ella sólo representas al Estado si eres hijo biológico de quien antes que tú lo representó, lo cual reduce la igualdad a cero. Es decir, en una monarquía la igualdad no existe, porque la desigualdad forma parte de su esencia. Por eso soy republicana.

En segundo lugar, por el principio de que la organización del Estado debe tener en cuenta la diversidad de sus habitantes, y mostrarse neutral ante sus diferencias; particularmente, en el caso de la diversidad de creencias. A este respecto, elijo un Estado laico que respete la libertad de conciencia, incluida la de aquellos que no creen en la existencia de ningún dios, como es mi caso. Y esto resulta imposible cuando se mantiene un derecho sucesorio basado en la consanguineidad, derecho que sólo se comprende y sustenta al contemplar la intervención divina. La monarquía se basa en la idea que una sola familia ha sido elegida por dios para guiar a su pueblo, y que dicha elección es, por tanto, sagrada. Ya sé que a lo largo de la Historia la familia elegida ha ido cambiando a través de intervenciones plenamente humanas, como las guerras; pero, en origen, esa categoría de “elegidos” es la única que justifica que ellos puedan acceder a un honor que los demás ciudadanos tenemos vetado, por lo que monarquía y religión están íntimamente unidas. Y como yo soy atea, también soy republicana.

Finalmente, por el principio de respeto a la autonomía de las personas y a la autodeterminación de los pueblos. Yo creo que las personas de manera individual y los grupos en que decidimos organizarnos tienen derecho a gobernar su vida personal y social como consideren y decidan. Por eso, entiendo que la Democracia participativa es el sistema de gobierno que más respeta este principio, pues en ella no sólo los cargos, sino también las decisiones que estos tomen, están abiertos a la población. Para que esto tenga lugar, los ciudadanos deben poder ostentar un poder del que evidentemente carecen en una monarquía. Así, porque creo en la verdadera soberanía popular, soy republicana.

Cuando escucho a alguien decir que mantener a la familia real es muy caro, y que por eso sería más rentable ser una República… el argumento se me queda corto.

¡VIVA EL 14 DE ABRIL!

Encantada.

domingo, 3 de abril de 2011

Aniversarios


Poco a poco vamos juntando aniversarios.

Tal día como hoy, hace un año, dormimos por primera vez en nuestra casa nueva. Todavía olía a pintura y a barniz, nuestras cosas estaban amontonadas en una habitación, la ubicación de los muebles eran provisional y no había sofá.

Dentro de un mes, celebraremos nuestros seis años de relación. Ha llovido mucho desde aquella primavera en que no queríamos planear nada, ni nombrarlo, ni hacernos preguntas difíciles que todavía no podíamos responder. Sólo permanecer abrazadas, aspirando el aroma de las flores y dejando que pasase el tiempo, siempre demasiado breve, sin imaginar siquiera todo lo que nos quedaba por vivir.

Unos días después, llevaremos tres años y medio viviendo juntas. Aprendiendo de una convivencia que no deja de sorprendernos, de retratarnos a ambas de mil maneras, cuyos momentos especiales exprimimos hasta la última gota, sin dejar de encontrar las fuerzas para reconducir los difíciles hacia el mejor final.

Disfruto coleccionando estos aniversarios, encontrando excusas perfectas para celebrar nuestro amor, segura de que, con el tiempo, irán a más.

Encantada.

lunes, 28 de marzo de 2011

Los chicos están bien

Los chicos están bien es, para mí, una de las mejores películas sobre lesbianas que he visto, sino la mejor.

Quizá es por el momento vital en que me encuentro, pero esta película me devolvió una imagen clara, real y optimista de lo que yo, en medio de una nebulosa de confusión, acierto a identificar con mi visión sobre las relaciones personales en las parejas y familias de lesbianas.

Clara, real y optimista. Un trinomio que mi mente considera imposible, pero que esta película me ha ayudado a conjugar.

Clara, porque no rehuye ningún aspecto de la situación que retrata, aunque tampoco se recrea en ellos de manera dramática. Temas como las relaciones sexuales en una pareja estable, la infidelidad, los complejos, la falta de empatía, el miedo, la violencia adolescente, la iniciación sexual, las decepciones, las crisis emocionales, el deseo… son tratados de manera sencilla y directa, como aspectos inevitables de la realidad con los que debemos aprender a lidiar.

Real, porque ninguno de los personajes que aparecen es perfecto, todos muestran sus miserias junto con una buena dosis de heroicidad. Están caracterizados con suficiente complejidad como para reconocer la humanidad que representan; pero, al mismo tiempo, sus personalidades están descritas con la sencillez necesaria para no convertirlos en un dilema abstracto y sin solución.

Optimista, porque, para mí, su mensaje final se podría resumir en la idea de que los problemas tienen solución. No podemos evitarlos, no es necesario evitarlos: debemos enfrentarnos a ellos, de hecho, con la confianza puesta en que tienen solución, aunque no sepamos cuál es o sintamos, por momentos, que nunca seremos capaces de encontrarla. Y esta confianza, en el caso concreto de la película, surge del amor, la comunicación, el respeto y la aceptación que reinan en una familia de mujeres lesbianas: valores con los que me he sentido plenamente identificada.

Una bocanada de aire fresco, un subidón emocional.

¡Encantada!

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